sábado, 17 de marzo de 2012

md. 18: Ventura García Calderón y la zoofilia en la literatura peruana

Ventura García Calderón

Ventura y Desventura de García Calderón
Un personaje que crece más allá de las polémicas y el siglo.
de Caretas 1590

Hace 40 años, el 27 de octubre de 1959, murió Ventura García Calderón en París. La historia, no el azar, habían hecho que naciera en esa misma ciudad, el 23 de febrero de 1886: su padre, Francisco García Calderón, fue el presidente de la República que por no acceder a la mutilación del Perú, fue remitido prisionero a Chile, y luego marchó al exilio parisiense. Ventura vivió casi todo el tiempo en el exterior, pero pasó buena parte de su infancia y su juventud en el Perú. Presenció el '95 con balas, el de la revolución de Nicolás de Piérola, desde su casona del centro de Lima, donde aprendió a "esquivar el proyectil que atraviesa la blanda quincha de las paredes". El siguiente texto traza una imagen de este personaje que mantiene vigencia como maestro de cultura y peruanidad, y como heraldo de un Perú en que no haya prejuicios raciales, ni abismo social, ni intolerancia política.

VENTURA García Calderón es uno de los personajes más extraordinarios de la cultura peruana de todos los tiempos. No temo exagerar si lo ubico como el más culto y refinado de los cronistas latinoamericanos del siglo XX y uno de los más altos exponentes en nuestro idioma de eso que los alemanes definen, con acierto, como prosa artística. Tuvo, además, una existencia rica en aventuras.
Sé que para muchos herejes esto puede sonar a herejía. No hay tal cosa. Ventura García Calderón es un ser admirable, más allá de generaciones, ideologías o partidos. "De ninguna gloria extinta renunciamos", escribió en Materiales para un Discurso a la Nación Peruana. Estimo que las actuales y las futuras generaciones de peruanos, en particular escritores y periodistas, no sabrán lo que se pierden si no se encuentran con Ventura.
En las polémicas de los años treinta, Manuel Seoane, apuntalado por Luis Alberto Sánchez, escribió en "La Tribuna" un artículo en apariencia demoledor titulado "Filtrando a los García Calderón".
El texto presentaba a los hermanos Francisco y Ventura como encarnación del oligárquico Partido Civil. En suma, el texto inicialmente publicado anónimamente sostenía: "Si buscáramos la diferencia sustantiva entre la generación de 1905 y la de 1920 habríamos de afirmar que consiste en el sentido individual de la primera y el sentido social de la segunda". "La generación de 1905 amó el adjetivo y la frase. La generación de 1920 cultiva la estadística".
No era exacto lo referente a la primera, puesto que generalizaba en demasía. No es lo mismo la prosa rica en adjetivos de José de la Riva-Agüero y el estilo sobrio de Francisco García Calderón, o el preciso como un estilete de Ventura. Por lo demás, la estadística es sólo un instrumento. George J. Stigler, Premio Nobel de Economía 1982, ha recordado que la verdad existió antes de que se inventara la estadística.


Se reprochó a los García Calderón desconocimiento y hasta desamor del Perú. Absolutamente falso. Se puede discrepar con juicios políticos de Francisco, sobre todo los referentes a la necesidad de dictaduras ilustradas, incluida la de Porfirio Díaz (¡!); pero hay que recordar que eso era un poco un sello de generación en la gente ilustrada de nuestra América a principios de siglo.
En todo caso, ambos hermanos tuvieron siempre al Perú y los peruanos como norte de su pensamiento y su dolor.
Ventura se labró una temprana gloria europea; pero nunca olvidó a los peruanos, incluidos los más abatidos. "Algunos de nosotros", escribió en el intenso ensayo ya mencionado, "proponía hace ya veinte años una cátedra obligatoria de lenguaje quechua en la Universidad de San Marcos para entendernos con nuestro hermano indio".

DE ARMAS TOMAR

Ciertamente, Ventura no procedía de familia menesterosa. Tampoco era, como Riva Agüero, muchacho acaudalado. Pertenecían, eso sí, a esas familias patricias que, a diferencia de los nuevos ricos de hoy, poseían vastas bibliotecas con libros que leían. Aún no se habían patentado los best-sellers.
Como tampoco existía entonces la Universidad Católica, Ventura fue sanmarquino. En esa época la Casona no se había aún erigido en baluarte de clase media pobre. Era ya, para plagiar a Juan Gonzalo Rose, "foro de inquietudes, plaza de victorias".
Un episodio basta para indicar la hombría de Ventura. Ocurrió en 1911, cuando Augusto Bernardino Leguía, ya con ínfulas de tirano, hizo apresar a Riva-Agüero, también alumno de San Marcos, porque éste había protestado frente a una negación de amnistía para conjurados contra su régimen. La prisión del futuro marqués indignó a los estudiantes. Ventura cuenta cómo, después de un discurso del extraordinario orador que era José María de la Jara y Ureta, la muchachada se enardeció.
Cuenta Ventura: "Entonces grito yo: `¡A Palacio!' y la juventud nos sigue hasta la Plaza de Armas, donde la guardia montada persigue a los manifestantes con el sable al aire. Suenan algunos disparos. Nos matan a un estudiante, desbaratando al grupo que nos sigue. Un mozo de veintiséis años se ha quedado solo y vociferando. Sin armas, con un bastón en la mano, cogiendo la brida de los caballos para increpar a los jinetes, consigue llegar a una puerta lateral del Palacio en donde la guardia poniéndole las bayonetas al pecho quiere en vano detener al energúmeno. Ya sube por un corredor solitario del Ministerio de Relaciones Exteriores convocando a gritos e injurias al ministro que llega todo lívido y balbucea: `Cálmese usted, doctor'. Sacudiéndole por las solapas con las mejores injurias de su repertorio limeño, el energúmeno exige la libertad de Riva-Agüero si no se quiere que la ciudad amotinada termine en revolución lo que tan bien ha comenzado. El desventurado Salazar y Oyarzábal se ausenta durante algunos minutos para "consultar el caso con el Presidente'. Ya regresa, más suave y adamado que nunca, para jurar que el Presidente se compromete a dejar libre a Riva-Agüero y que, dentro de pocos momentos, lo conducirán al Club Nacional. ¿Puedo agregar que este joven quijotesco y vociferante se llamaba Ventura García Calderón?"


En "Generación sin maestros", en que coloca en la picota a Ricardo Palma, Manuel González Prada y José Santos Chocano, cuenta de éste, su contemporáneo y pariente, una escena de sainete. El joven poeta acaba de declamar su "Canto a España" ante Ramón Menéndez Pidal en el Palacio de la Exposición, y luego se va con sus amigos a "El Comercio", para revisar la crónica del acto.
"Cuando llega a su nombre, que no lleva en esos papeles el adjetivo altisonante que Chocano cree siempre merecer, nos mira, como asombrado, y murmura: `¿El poeta Chocano, simplemente? El genial poeta, ¿no es cierto? El cantor de América".
La escena se volvió a repetir cada vez que se mencionaba a Chocano en ese texto. "Acabamos, claro está, por sonreír", escribe Ventura. "No sabíamos que todo Chocano estaba en ese impudor y que toda una escuela de cachorruelos, sin la excusa del genio verbal, iba a salir de aquella desfachatez infatuada y de aquel narcisismo delirante".

JOYAS DE LA PALABRA

Se suele creer que la belleza del estilo es artificio de superficie. En verdad, el gran estilo extrae su belleza de las entrañas de la idea. Leer a Ventura el narrador -que no tenía por qué ser sociólogo o antropólogo-, el ensayista o el cronista, es un deleite sin tregua. A joy for ever, que dijo John Keats. Leamos tres gemas que escribió en 1924 sobre José Martí: "Ha querido a mujeres de carne; pero su novia se llama Cuba". "Excúsanos, Bolívar, y tú, lugarteniente de la gloria, San Martín, si en la capilla de los libertadores elegimos por más cercano intercesor a este hombre de letras que lleva terciado el fusil a la espalda como un gajo de cruz". "Lo que hoy parece envejecido y oxidado, ese frenesí de libertad de los abuelos, esa sublime inmolación de prebendas para que el negro y el indio pudieran comer en la mesa de todos, lo comprendemos mejor merced a Martí, que ha rejuvenecido los tropos republicanos."
En sus Materiales para un Discurso a la Nación Peruana cinceló a punta de historia esta frase: "No creemos en razas inferiores ni dudamos un punto en su amalgama coherente. Y va más lejos la temeridad de nuestro amor. En ese conjunto de manera de sentir y de enfocar la vida, que constituye una civilización, ninguna divergencia nos sobra."
Cierro, con ansias de seguir, con estas palabras del inmenso Ventura, al que venero aunque no lo acepte en bloque: "Es preciso, poetas, que en las sumidades urbanas alguien vele repitiendo, como un telegrafista de lo invisible, el llamado que no tiene respuesta, para que siquiera dure en el mundo la dignidad humana de la pregunta."

EDITORIAL MUNDO LATINO. MADRID 1924

La venganza del cóndor -

Nunca he sabido despertar a un indio a puntapiés. Quiso enseñarme este arte triste, en un puerto del Perú, el capitán González, que tenía tan lindo látigo con puño de oro y un jeme de plomo por contera.

�Pedazo de animal �vociferaba el capitán atusándose los bigotes donjuanescos�. Así son todos estos bellacos. Le ordené que ensillara a las cinco de la mañana y ya lo ve usted, durmiendo como un cochino a las siete. Yo, que tengo que llegar a Huaraz en dos días�

El indio dormía vestido a la intemperie con la cabeza sobre una vieja silla de montar. Al primer contacto del pie, se irguió en vilo, desperezándose. Nunca he sabido si nos miran bajo el castigo, con ira o con acatamiento. Mas como él tardara un tanto en despertar a este mundo de su dolor cotidiano, el militar le rasgó la frente de un latigazo. El indio y yo nos estremecimos; él, por la sangre que goteaba en su rostro como lágrimas; yo, porque llevaba todavía en el espíritu prejuicios sentimentales de bachiller. Detuve del brazo a este hombre enérgico y evité una segunda hemorragia.

�¡Badajo! �repetía el verdugo, mirándome con ojos severos�. Así hay que tratar a estos bárbaros. Usted no sabe, doctor.

El capitán González me había conferido el grado universitario al ver mis botas relucientes, mi poncho nuevo, que no curtieron los vientos, y estas piedades cándidas de limeño. Anoche mismo, después de ganarme, en la pobre fonda del puerto, cinco libras peruanas al chaquete, me adoptaba ya con una sonrisa paternal, diciendo: �Pues hacemos juntos el viaje hasta Huaraz, mi doctorcito. Ya verá usted cómo se divierte con mi palurdo, un indio bellaco que en todas las chozas tiene comadres. Estuvo el año pasado a mi servicio, y ahora el prefecto, amigo mío, acaba de mandármelo para que sea mi ordenanza. ¡Le tiene un miedo a este chicotillo!�

Tuve que admirar por largo rato el tejido habilísimo de aquel �chicotillo� de junco que iba estrechándose al terminar en un cono de bala. En los flancos de las bestias y de los indios aquello era sin duda irresistible.

Resonaba otra vez en el patio de la fonda la voz marcial:

�¿Y el pellón negro, so canalla? Si no te apuras, vas a probar cosa rica.

�Ya trayendo, taita.

El indio se hundió en el pesebre en busca del pellón que no vino jamás. Diez, veinte, treinta minutos, que provocaron, en un crescendo de orquesta, la más variada explosión de invectivas: Dios y la Virgen se mezclaban en los labios del capitán a interjecciones criollas como en los ritos de las brujas serranas. Pero el ordenanza y guía insuperable no pudo ser hallado en todo el puerto. Por lo cual el capitán González se marchó solo, anunciando futuros castigos y desastres.

�No se vaya con el capitán. Es un bárbaro�, me había aconsejado el posadero; y dilaté mi partida pretextando algunas compras. Dos horas después, al ensillar mi soberbia mula andariega, un pellejo de carnero vino a mi encuentro y de su pelambre polvorienta salió una cabeza despeinada que murmuró:

�Si queres contigo, taita.

¡Vaya si quería! Era el indio perdido y castigado. Por una hora yo también había buscado guía que me indicara los malos pasos de la Sierra y se apeara para restaurar el brevísimo camino entre el abismo y las rocas que una galga de piedras o las lluvias podían deshacer en segundos.

Asentí sin fijar precio. El indio me explicó en su media lengua que lo hallaría a las puertas del poblacho. Me detenía en una choza a pedir un mate de aquella horaciana chicha de jora que tanto alivia el ánimo, cuando le vi llegar, caballero en una jaca derrengada, pero más animosa que mi mula de lujo. Y sin hablar, sin más tratos, aquel guía providencial comenzó a precederme por atajos y montes, trayéndome, cuando el sol quemaba las entrañas, el cuenco de chicha refrigerante o el maíz reventado al fuego, aquella tierna cancha algodonada. Confieso que no hubiera sabido nunca disponer en un tambo del camino con los ponchos, el pellón y la silla de montar tan blando lecho como el que disfruté aquella noche.

Pero al siguiente día el viaje fue más singular. Servicial y humilde, como siempre, mi compañero se detenía con demasiada frecuencia en la puerta de cada choza del camino, como pidiendo noticias en su dulce lengua quechua. Las indias, al alcanzarme el porongo de chicha, me miraban atentamente y parecióme advertir en sus ojos una simpatía inesperada. ¡Pero quién puede adivinar lo que ocurre en el alma de estas siervas adoloridas! Dos o tres veces el guía salió de su mutismo para contarme, en lenguaje aniñado, esas historias que espeluznan al caminante. Cuentos ingenuos de viajeros que ruedan al abismo porque una piedra se desgaja súbitamente de la montaña andina. �Allí viendo, taita�, en la quebrada agudísima, las osamentas lavadas por la espuma del río.

Sin querer confesarlo, yo comenzaba a estar impresionado. Los Andes son en la tarde vastos túmulos grises y la bruma que asciende de las punas violetas a los picachos nevados me estremecía como una melancolía visible. En el flanco de las gigantescas vértebras aquel camino rebañado en la piedra y tan vecino a la hondonada mortal parecía llevarnos, como en las antiguas alegorías sagradas, a un paraje siniestro. Pero el mismo indio, que temblaba bajo el rebenque, tenía agilidades de acróbata para apearse suavemente por las orejas y llevar del cabestro a mi mula espantadiza que avizoraba el abismo y resbalaba en las piedras, temblorosa. Una hora de marcha así pone los nervios al desnudo, y el viento afilado en las rocas parece aconsejar el vértigo. Ya los cóndores familiares de los altos picachos pasaban tan cerca de mí, que el aire desplazado por las alas me quemaba el rostro y vi sus ojos iracundos.

Llegábamos a un estrecho desfiladero, de donde pude vislumbrar en la parda monotonía de la cadena de montañas la altiplanicie amarillenta con sus erguidos cactus fúnebres.

�Tú esperando, taita �murmuró de pronto el guía, y se alejó en un santiamén.

Le aguardé en vano, con la carne erizada. Palpé el revólver en el cinto, estimulando con la voz a la mula indecisa, que, las orejas al viento, oscilantes como veletas, medía el peligro y escuchaba la muerte. Un ruido profundo retembló en la montaña: algo rodaba de la altura. De pronto, a quince metros de mí, pasó un vuelo oblicuo de cóndores, y entonces, distintamente, porque había llegado a un recodo del camino, vi rebotar con estruendo y polvo en la altura inmediata una masa obscura, un hombre, un caballo tal vez, que fue sangrando en las aristas de las peñas hasta teñir el río espumante, allá abajo. Estremecido de horror, esperé mientras las montañas se enviaron cuatro o cinco veces el eco de aquella catarata mortal. Un cono invertido de alas pardas giraba como una tromba sobre los cadáveres.

Más agachado que nunca, deslizándose con el paso furtivo de las vizcachas, hete aquí al bellaco de mi guía que coge a mi mula del cabestro y murmura con voz doliente, como si suspirara:

�Tú viendo, taita, al capitán.

¿El capitán? Abrí los ojos entontecidos. El indio me espiaba con su mirada indescifrable; y como yo quisiera saber muchas cosas a la vez, me explicó en su media lengua que a veces, taita, los insolentes cóndores rozan con el ala el hombro del viajero en un precipicio. Se pierde el equilibrio y se rueda al abismo. Así había ocurrido con el capitán González, �¡pobricitu, ayayay!� Se santiguó quitándose el ancho sombrero de fieltro, para probarme que sólo decía la verdad. Con ademanes de brujo me designaba las grandes aves concéntricas que estaban ya devorando presa.

Yo no inquirí más, porque éstos son secretos de mi tierra que los hombres de su raza no saben explicar al hombre blanco. Tal vez entre ellos y los cóndores existe un pacto obscuro para vengarse de los intrusos que somos nosotros. Pero de este guía incomparable que me dejó en la puerta de Huaraz, rehusando todo salario, después de haberme besado las manos, aprendí que es imprudente algunas veces afrentar con un lindo látigo la resignación de los vencidos.


La llama blanca


Espoleando el caballo con el extremo de la rienda en la mano, el hacendado se lanzó furioso contra el indio para castigarlo ejemplarmente delante de todos los peones. Inclinado el cuerpo sobre el estribo derecho, azotaba al servidor encogido, que, por tierra, hecho un ovillo, pedía al taita perdón a gritos. Pero don Vicente Cabral no quería ya tolerar estos amores escandalosos. ¿No había acaso mujeres en la hacienda? Si otra vez lo pescaba entre las llamas, doscientos azotes a calzón quitado y una noche entera en el cepo…

El rebaño de llamas miraba el suplicio con atención humana: cincuenta bestias de suaves ojos y delicada gracia de mujer. Más alta que las demás, enjaezada como una mula de feria, albísima, sin tacha, ésta llevaba por gala y fantasía la lana del pescuezo entrelazada con cintas rojas y borlones que azotaban, al oscilar, la esquila de plata. Los indios la llamaban la Killa porque era blanca y tal vez sagrada, como la luna llena.

Por entre las pesuñas hendidas se arrastró el indio castigado para escaparse. Entonces, los mismos peones detuvieron con respeto suplicante el caballo del hacendado, para que éste no fuera a azotar también a la llama.

—Mama Killa— prorrumpió un indio designando la Luna, ya rosada en la tarde de abril.

Un hacendado del Perú siempre lleva revólver y las llamas no cuestan caras. Además, era preciso enseñar a los indios que las llamas no son mujeres, ni pueden ser amadas como tales. De un certero disparo en la oreja cayó al suelo la Killa, tiritando; sus ojos muy abiertos miraron con dulzura tan femenina que el hacendado mismo se arrepintió inmediatamente de su brutalidad. La sangre manchaba ya el vellón, la esquila y los cascabeles: con el temblor de la agonía resonaba apenas su música. Entonces los indios, arrodillados, empezaron a sollozar lastimeramente, y el más audaz de todos se volvió a designar la Luna que se esponjaba en la noche, toda roja de presagios de sangre:

—¡Mama Killa, taita!

Sin hacer caso de las supersticiones de “estos indios bárbaros”, don Vicente Cabral desmontó en el patio de la hacienda y subió a acostarse, malhumorado. No toleraría nunca que las lindas bestias estuvieran adornadas como prostitutas.

Cuatro indios se llevaron el cuerpo de la Killa hacia la huaca, donde están enterrados los cadáveres de los grandes abuelos, de todos aquellos, generales o príncipes, que hicieron la majestad del imperio peruano antes de que vinieran a contrarrestar los designios de Huiracocha unos hombres circundados de metal, invulnerables. La huaca está vecina al río, al pie de una montaña de los Andes.

Una música lejana y lúgubre repercutió de cerro a cerro hasta los valles, vencida a trechos por el estruendo del agua en las piedras rodadas de la montaña. Como al conjuro de estas quenas invisibles, la Luna se había tornado blanca y llena de perdones. Silenciosamente fueron apareciendo formas morenas en la noche, avanzando apenas con ese monótono paso de los indios, que pisotean el suelo como en una danza. De la envoltura de los ponchos salieron mujeres pálidas que llevaban las trenzas sobre los pechos y gimoteaban a compás, como en los entierros. Cuando los indios se irguieron a la llama agonizante, la invocación al taita Huiracocha que está en los cielos resonó agudamente, y los puños cerrados amenazaron la casa del hombre blanco situada más abajo, en los extremos de la hacienda. El dueño de la llama, el indio castigado, se arrodilló a besar la herida que seguía manando sobre el vellón, blanquísimo en la noche. Entonces la Killa se estremeció en el suelo, muerta, y le arrancaron el corazón para regarlo sobre la huaca de los abuelos, mientras las quenas lejanas seguían lamentando la injusta ruina de la raza. En el cielo, la sagrada Luna, Mama Killa, desfalleciente como esta hermana suya, no mostraba sus estrías de sangre amenazante; pero los indios comprendieron cuál era su deber. Azotaron a los perros para que aullaran siniestramente hacia la madre del cielo y le contaran la pena de sus hijos terrestres. En voz baja, lamentaban las virtudes de la bestia muerta, su blancura sin tacha, sus ojos de mujer, su vellón esponjado como la flor del algodón. Ninguna supo bajar de la mina tan grávidos lingotes de oro, ninguna tan hábil para guiar por la puna, deteniéndose apenas a ramonear la hierba pálida, un rebaño caprichoso y lento.

* * *

Bajo una piedra de la orilla del río quedó enterrada; no cabe duda alguna del hecho. Mas sólo el amo de la hacienda quedó atónito al día siguiente cuando llegó el rebaño conducido por una llama blanca. Era la misma, era la Killa, con idéntico jaez y esa mirada… Don Vicente Cabral se estremeció. En los alrededores de la hacienda no había llamas tan blancas, y él estaba seguro de haber disparado con mano firme en la oreja derecha. Salio al patio sin decir palabra. Los indios servidores bajaban la mirada como siempre, para no dejarse leer los pensamientos.

Con alegría de cabras retozaban las llamas en el patio, cuando no se agazapaban indolentemente frente a las nieves de la altura o, de un salto brusco, rehusaban la carga: el lingote de oro y la paca de algodón. Inmóvil y erguida en la puerta del corral estaba la Killa. Sí, la misma, enjaezada como ayer, mirando al amo. Don Vicente Cabral conocía por dolorosa experiencia las extrañas artes de los indios, sus iras silenciosas, sus venganzas plañideras, su risa inmóvil; y le pareció preferible no interrogar a nadie. Le hubieran respondido como otras veces, ¡tantas!, modulando su quejido sempiterno: “Manan, taita”. No sabían, no vieron nada… De todo eran capaces. Quizá podían resucitar con sus brujerías a las bestias, o tal vez, corriendo una noche entera por los caminos, hallaron y trajeron otra llama blanca. No daría a estos hombres taimados el espectáculo de la sorpresa o de la cólera.

Montó a caballo y se acercó al rebaño contándolo en voz alta: una…, dos…, quince…, cincuenta. Estaban cabales. Entonces le temblaron las piernas, y probablemente los indios lo advirtieron, porque tintineaban las espuelas. Para calmarse permaneció inmóvil; pero divisaba perfectamente junto a la oreja derecha de la Killa una mancha roja y redonda como traza de bala. Estaba tan cerca de la llama, que no pudo resistirse a mirarla de frente. ¡Esos dos ojos altaneros tenían rencor humano! De súbito, la bestia le escupió el rostro y se alejó ondulante. Uno de esos escupitajos que recelan los indios porque manchan la ropa para siempre. Don Vicente Cabral no supo con exactitud por qué no la emprendía a latigazos con los peones y las bestias. Despacio, enjugó con el pañuelo la baba oscura y espumante que le chorreaba en la mejilla. Ya los indios se arrodillaban esperando el castigo y gimiendo anticipadamente, porque conocían al amo cruel. Pero el amo cruel había perdido la cabeza; por primera vez no tenía ganas de afrentar a nadie o en su alma de civilizado entró quizá siniestramente el amor de los indios por las llamas. Cuando el rebaño se alejaba por la montaña, la Killa volvió la cabeza repetidas veces para mirar al hacendado que estaba inmóvil a caballo, frente al cielo y la Luna y las águilas que suben a los nidos altos, y todo ese misterio de la noche serrana que hace tiritar a los hombres blancos.

Del caballo no paró sino en cama. La mancha del escupitajo no podía borrarse, y fue creciendo en la mejilla como esa extraña enfermedad que los indios llaman uta. El rostro overo y cárdeno se cae a pedazos, roído por un mal incurable. Mientras el amo se moría repitiendo en voz baja el nombre de la llama, sus servidores le miraban el semblante lleno de manchas rojas y chamuscadas, como las heridas de un revólver de buen calibre.

La zoofilia


Grabado de Édouard-Henri_Avril


La zoofilia (del griego zoon, "animal", y philia, "afinidad") o bestialismo es una parafilia que consiste en la atracción sexual de un humano hacia otro animal distinto de su especie. Las personas que sienten esta afinidad o atracción sexual son conocidas como zoófilos o zoofílicos.

Para mayor claridad, se utilizará el término zoofilia para la atracción sexual, y el término bestialismo para el acto sexual. Las dos tendencias son independientes: no todos los actos sexuales con animales implican a zoófilos, ni todos los zoófilos practican el sexo con animales.

La zoofilia es considerada en muchas ocasiones como antinatural, y el acto sexual con otros animales como un abuso de éstos o como un "crimen contra la naturaleza". Algunas personas, por ejemplo el filósofo y autor Peter Singer (involucrado en movimientos por los derechos de los animales), defienden que esto no es así. Aunque la investigación de la zoofilia se muestra optimista y apoya a los zoófilos en su mayor parte, la cultura general se muestra hostil al concepto de la sexualidad animal-humana.

La actividad o el deseo sexual zoófilo no es considerado como patología por el DSM-IV (TR) (cuarto manual diagnóstico y estadístico de la American Psychiatric Association, asociación estadounidense de psiquiatría), a no ser que vaya acompañado de angustia o que interfiera en el funcionamiento normal de la persona en cuestión. Críticos alegan que dichos comentarios en el DSM-IV no dicen nada sobre la salud mental y física del animal que tome parte en actos sexuales con personas; sin embargo, defensores de este tratado sostienen que la relación entre un humano y otro animal puede ir más allá del mero acto sexual, que los animales son capaces de formar una relación amorosa duradera con otro animal o con un humano, y que tal relación no es funcionalmente diferente de ninguna otra relación sexual o amorosa.



Randol Corey Mitchell, 27. Condenado a 5 de libertad condicional por tener sexo con la perra rotwiller de su novia embarazada. (Florida, USA, 2004)
Sexual Assault of female rottweiler
Ocala, FL (US)
Incident Date: Saturday, Jan 31, 2004
County: Marion

Charges: Felony CTA
Disposition: Convicted

Defendant/Suspect: Randol Corey Mitchell

Case Updates: 1 update(s) available
An Ocala man faces five years of probation for having sex with his pregnant fiancee's dog.
Randol Corey Mitchell, 27, pleaded no contest Wednesday to one count of felony animal cruelty. Circuit Judge Victor J. Musleh withheld adjudication and sentenced Mitchell to five years of probation and a mandatory psychological evaluation. He also prohibited Mitchell from owning pets of any kind while on probation and from having unsupervised contact with other people's pets.

"This is very disgusting, to tell you the truth," Musleh told Mitchell. "But I'm going to leave out my personal opinions and withhold adjudication unless you mess up."

Prosecutor Lori Henry sought sex offender sanctions against Mitchell, saying she was concerned Mitchell might try to commit sex crimes against human victims.

"I wish we could classify him as a sex offender," Henry said after the hearing. "I wish that he would have to register as a sex offender."

Sheriff's deputies arrested Mitchell in February after his then-fiancee reported that she had caught Mitchell having sex with her 1-year-old female Rottweiler named Nagaisha. Marion County Sheriff's Office reports indicate Mitchell told deputies this is a "life-long problem" he has had.

A veterinary examination later showed injury to the dog and that the animal appeared to be frightened, Henry said.

Due to the peculiar nature of the case, the Star-Banner is withholding the name of Mitchell's ex-fiancee to protect her privacy. The woman is due to give birth to Mitchell's child soon and could not be present at Wednesday's hearing because she had a doctor's appointment, Henry said.

Although they are no longer a couple, the woman wanted Mitchell to have psychological treatment, Henry said.

Psychologist Louis Legum testified at Wednesday's hearing and "strongly recommended" that Musleh order Mitchell to undergo a sex-offender-specific psychological examination.

"People's sexual behavior is learned behavior," Legum said. "It's not easy in the same way that crack cocaine or alcohol is easy to give up. . . . Meaningful therapeutic intervention has to be directed toward the behavior itself."

Under questioning by Mitchell lawyer Bobby Rumalla, Legum was careful to note that there was no indication Mitchell would become a sex offender without treatment.

"I'm not suggesting that your client is necessarily an undiagnosed pedophile or a mad-dog rapist," Legum said. "I'm sure that your client would want to get control over this behavior."

Musleh agreed Mitchell needed psychological evaluation.

"He certainly needs some psychological," the judge said. "For somebody to do something like this, they gotta have something wrong with them."

Musleh also noted there was no evidence Mitchell had ever committed any sexual offense against a person.

In addition to the probation and psychological evaluation, Musleh ordered Mitchell to pay restitution to the dog's owner for any necessary veterinary treatment and prohibited Mitchell from possessing pornography of any kind.


Kenji Fujimori (hijo del ex-presidente del Perú, Alberto Fujimori, y su perro en un video).

Fragmento de La Ciudad y los perros.


Cava nos dijo: detrás del galpón de los soldados hay gallinas. Mientes, serrano, no es verdad. Juro que las he visto. Así que fuimos después de la comida, dando un rodeo para no pasar por las cuadras y rampando como en campaña. ¿Ves? ¿Ven?, decía el muy maldito, un corral blanco con gallinas de colores, qué más quieren, ¿quieren más? ¿Nos tiramos la negra o la amarilla? La amarilla está más gorda. ¿Qué esperas, huevas? Yo la cojo y me como las alas. Tápale el pico, Boa, como si fuera tan fácil. No podía; no te escapes, patita, venga, venga. Le tiene miedo, lo está mirando feo, le muestra el rabo, miren, decía el muy maldito. Pero era verdad que me picoteaba los dedos. Vamos al estadio y tápenle el pico de una vez a ésa. ¿Y qué pasa si el Rulos se tira al muchacho? Lo mejor, dijo el Jaguar, es amarrarle las patas y el pico. ¿Y las alas, qué me dicen si capa a alguien a punta de aletazos, qué me dicen? No quiere nada contigo, Boa. ¿Estás seguro, serrano, tú también? No, pero lo vi con mis propios ojos. ¿Con qué la amarro? Qué brutos, qué brutos, una gallina al menos es chiquita, parece un juego, pero ¡una llama! ¿Y qué pasa si el Rulos se tira al muchacho? Estábamos fumando en los excusados de las aulas, bajen las candelas, murciélagos. El Jaguar puja de alma, parece que lo estuvieran manducando. ¿Ya, Jaguar, salió, salió? Silencio, que me cortan, tengo que concentrarme. ¿Ya, ya, la puntita? ¿Y qué tal si nos tiramos al gordito?, dijo el Rulos. ¿Quién? El de la novena, el gordito. ¿Tú no lo has pellizcado nunca? Uf. No está mala la idea, pero ¿se deja o no se deja? A mí me han dicho que Lañas se lo tira cuando está de guardia. Uf, al fin. ¿Salió, salió?, el muy maldito. ¿Y quién primero?, porque a mí se me fueron las ganas con tanto ruido que hace. Aquí hay un hilo para el pico. Serrano, no la sueltes que a lo mejor se vuela. ¿Hay un voluntario? Cava la tenía por los sobacos, el Rulos le rogaba no muevas el pico que de todas maneras te lo embocan y yo le amarraba las patas. Entonces, mejor sorteamos, quién tiene fósforos. Córtale la cabeza a uno y enséñame los otros, estoy muy viejo para que me hagan trampas. Le va a tocar al Rulos. Oye, ¿a ti te consta que se deja? A mí no me consta. Esa risita como una picadura. Yo acepto, Rulos, pero sólo por juego. ¿Y si no se deja? Quietos, que huele a suboficial, menos mal que pasó lejos, yo soy muy macho. ¿Y si nos comemos al suboficial? El Boa se come a una perra, dijo el muy maldito, por qué no al gordito que es humano. Está consignado, ahora lo vi en el comedor, matoneaba a los ocho perros de su mesa. A lo mejor no se deja. ¿Quién dijo miedo, alguien dijo miedo? Me como una sección de gordos, uno por uno, y fresco como una lechuga. Vamos a hacer un plan, dijo el Jaguar, cosa que resulte más fácil. ¿A quién le tocó el palito? La gallina estaba en el suelo, quietecita y boqueando. Al serrano Cava, ¿no perciben que ya está r1laridándose la mano? Es por gusto, está muerta, mejor sería el Boa que hace carpas marchando. Ya sorteamos, no hay nada que hacer, te la tiras o te tiramos como a las llamas en tu Pueblo. ¿No tienen una novelita? ¿Y si traemos al poeta a que le cuente una de esas historias que engordan la pichula? Puro cuento, compañeros, yo hago carpas concentrándome, es Cuestión de voluntad. Oye, ¿y si me infecto? Qué te pasa, vida mía, qué tienes, serranito, de cuándo acá te echas atrás, ¿sabías que el Boa está más sano que tu madre desde que se tira a la Malpapeada? Cuéntame esos delirios, piojosito, ¿no te han dicho que las gallinas son más limpias que las perras, más higiénicas? De acuerdo, nos lo comemos aunque muramos con las manos en la masa. ¿Y la ronda? Está Huarina de servicio que es un pelma y los sábados la ronda es cosa boba. ¿Y si acusa? Reunión del Círculo: cadete manducado y soplón, Pero ¿tú dirías que te han manducado? Salgamos que van a tocar silencio. Y bajen las candelas, maldita sea. Ya, dijo el Muy maldito, se ha parado sola; pásenmela. Tenla tú. ¿Yo Mismo? Tú mismo. ¿Estás seguro que las gallinas tienen huecos? Salvo que esta pánfila sea virgen. Se está moviendo, a lo mejor es un gallo rosquete. No se rían ni hablen, por favor. Por favor. Esa risita tan fregada. ¿No ven, han visto esa mano de serrano? La estás manoseando, bandolero. Estoy buscando el no me muevan que ya encontré. ¿Cómo dijo, compañero? Tiene hueco, quietos por favor, y por todos los santos no se rían que se adormece el elefante. Qué bruto. Los serranos, decía mi hermano, mala gente, lo peor que hay. Traidores y cobardes, torcidos hasta el alma. ¡Tápale el pico, jijunagrandísima! Teniente Gamboa, aquí hay alguien que se está comiendo una gallina. Son las diez o casi, dijo el Rulos, más de las diez y cuarto. ¿Han visto si hay imaginarias? También me Como un imaginaria. Tú te comes todo, así estoy viendo, tienes mucho apetito, jura que no te comes a tu santa madre. No había más consignados en la cuadra, pero sí en la segunda y salimos sin zapatos. Me estoy helando de frío y a lo mejor me constipo. Yo confieso que si oigo un silbato, corro. Trepemos la escalera agachados que se ve desde la Prevención. ¿De veras? Entramos a la cuadra despacito y el Jaguar ¿qué cabrón dijo que sólo había dos consignados? Ahí están roncando como diez enanos. ¿Entonces se corren? ¿Quién? Tú que sabes cuál es su cama, pasa adelante, cosa que no nos comamos a otro. Es la tercera, no ven cómo huele a gordito apetitoso. Se le están saliendo las plumas y me parece que se está muriendo. ¿Ya o no? Cuenta. ¿Siempre te vas tan rápido o sólo con las gallinas? Miren esa polilla, creo que el serrano la mató. ¿Yo? La falta de respiración, todos los huecos tapados. Si está que se mueve, juro que se está haciendo la muerta. ¿Ustedes creen que los animales sienten? ¿Sienten qué, huevas, acaso tienen alma? Quiero decir gusto, como las mujeres. La Malpapeada, sí, igualito que las mujeres. Tú, Boa, me das asco. Las cosas que se ven. Oye, la polilla se está parando. Le ha gustado y quiere más, qué tal. Camina borrachita, camina borrachita. ¿Y ahora nos la comemos de a deveras? Alguien va a quedar encinta, no se olviden que el serrano le dejó adentro tamaña piedra. Yo ni sé cómo se mata a las gallinas. Calla, con el fuego se mueren los microbios. La agarras del pescuezo y la tuerces en el aire. Tenla quieta, Boa, voy a hacer un saque, aguántate ésa. Sí señor, la elevaste, bien puesta esa pata. Ahora sí se ha muerto, está toda deshecha, caramba. Caramba, está toda deshecha y quién se la va a comer así oliendo a polvo y, a pezuña. Júrame que el fuego mata los microbios. Vamos a hacer una fogata, pero allá arribita, detrás de la tapia que está más escondido. Silencio, que te parto en cuatro. Trepa de una vez que ya está bien cogido, huevas. Cómo patea el enano, cómo pateaba, cómo, qué esperas para treparte, no ves que duerme más calato que una foca. Oye Boa, no le tapes así la jeta que a lo mejor se ahoga. Ahorita me echa abajo y sólo me estoy frotando, decía el Rulos, no te muevas que te mato y te hago polvo y qué más quieres que te esté bombardeando, respingado. Zafemos que se están levantando los enanos, no te digo, caracho, se están levantando todos los enanos y aquí va a correr sangre a torrentes. El que prendió la luz fue un vivo. El que gritó se están comiendo a un compañero, a la pelea muchachos, también fue un vivo. A mí me manducaron con eso de la luz y ¿sería por eso que le solté la boca?, sálvenme, hermanos. Yo sólo he oído un grito parecido cuando mi madre le largó la silla a mi hermano. ¿Y ustedes, enanos, alguien los ha invitado, qué hacen levantados, por favor, alguien dijo que enciendan la luz? ¿Y ése era el brigadier? No vamos a dejar que hagan eso con el muchacho, maricones. Me he vuelto loco, estoy soñando, desde cuándo se habla así con sus cadetes, cuádrense. Y tú de qué gritas, no ves que es una broma. Esperen que voy a aplastar unos cuantos enanos. Y el Jaguar todavía se reía, me acuerdo de su risa cuando yo estaba machucando a los enanos. Ahora nos vamos, pero eso sí, óiganlo bien y no se olviden: si uno solo abre el pico, nos tiramos a coda la cuadra de verdad. No hay que meterse con los enanos, todos son unos acomplejados y no entienden las bromas. Para bajar las escaleras ¿nos agachamos de nuevo? Puaf, decía el Rulos, chupando un hueso, la carne ha quedado toda chamuscada y con pelos.

Leda y el Cisne, una copia del siglo XVI de un cuadro desaparecido de Miguel Ángel de 1530 (Galería Nacional de Londres).

Leda, by Gustave Moreau

La zoofilia en la religión y la mitología.
-En la Biblia se encuentran varias referencias, por ejemplo en el Levítico 18.23 que dice “No te unirás con bestia haciéndote impuro con ella. La mujer no se pondrá ante una bestia para unirse a ella.
-En la mitología de la Isla de Chiloé existe la leyenda del mítico perro Trehuaco, criatura que mantiene relaciones sexuales con las mujeres.
-En la mitología griega los casos de bestialismo más importantes son los de Pasífae con el toro de Minos y la violación de Leda por un cisne.

fuente de imagen:
http://serie-lalectora.blogspot.com/?zx=c6ca24a7461e4417
La zoofilia en la historia.
-La emperatriz Teodora de Bizancio, se servía de animales en sus bacanales.
-Durante los primeros años de la conquista de América, era común que los españoles les negaran a los indígenas la condición de seres humanos, y los asimilaban a los animales. Era tal el desprecio con que los trataban que, para hacerlos entrar en razón, Bartolomé de las Casas, defensor de los aborígenes, les recordaba a los españoles que si los indígenas eran tan animales como ellos decían, ellos serían culpables de un terrible pecado, el de la zoofilia, ya que permanentemente se amancebaban con sus mujeres.
-En Francia, en 1601, Claudine de Culam, una joven de 16 años, fue ahorcada junto con su perro tras un juicio que la encontró culpable en el cargo de zoofilia.
La zoofilia en la literatura.
-En la obra Las mil y una noches, se relatan dos escenas manifiestas de zoofilia.
En 1973, el dramaturgo Peter Shaffer escribió la obra Equus en la que uno de los protagonistas es un adolescente que siente fascinación sexual y religiosa por los caballos.
-Se dice que el gran escritor italiano Gabriele D´Annunzio,sodomizaba a un pato mientras le cortaba el cuello y, con los estertores del ave,llegaba al orgasmo.

Preguntas de aplicación

1- ¿Qué crees que sucedió hacia el final de cuento La venganza del cóndor de Ventura García Calderón?
2- ¿Cómo definirías un cuento fantástico a partir del relato La llama blanca de Ventura García Calderón?
3- ¿Por qué piensas que la zoofilia es una práctica penalizada por la civilización y sin embargo presente en la literatura?

3 comentarios:

  1. O-o ayy!!! saludos...primero que nada la lectura ha sido para mí interesante pero también un poco perturbadora...uhmmm..no soy la gran defensora de los animales pero con el bestialismo se puede pasar a traer a otros...como a la pobre novia de aquel..bueno...ahmm...por cierto...que bien que pases también por mi blog y que te agrade...te escribo desde méxico...guerrero...chilpancingo ¬¬. Estaremos en contacto =)

    ResponderEliminar
  2. hola belce,
    tienes razón, la literatura puede a veces ser un poco perturbadora. no es la intención del blog perturbar como puedes claramente apreciar, sino simplemente presentar diferentes aproximaciones al fenómeno literario. lejos está también de nuestras motivaciones por supuesto cualquier actitud moralizante.
    Como estuve tres años en El Paso, Tx; haciendo una maestría en Creación Literaria pude conocer un poco de tu país. Sobretodo el norte: Juarez, Chihuahua, Sonora...me encanta México. Si puedes agrégame al Facebook frentealmarinsonme@hotmail.com
    saludos desde Lima...Martin Cervetto

    ResponderEliminar
  3. Pasando de nuevo por acá,sí,tengo claro que perturbar no es la intención además de que podemos detener la lectura cuando se nos plazca =) Martin no tengo facebook pero por acá nos leemos. Bonita noche!!!

    ResponderEliminar