viernes, 6 de abril de 2012

modulo 1. teoría literaria I. Vargas Llosa y Platón

Curso: Literatura peruana y latinoamericana.
Profesor: Martín Cervetto.
Universidad Peruana de las Américas.
Modulo 1. Teoría literaria I.

Mario Vargas Llosa




La escritura es un trabajo, una disciplina que no tiene nada que ver con esa visión romántica que muchos aún tienen, respecto al escritor bohemio que espera a la inspiración caerle de un árbol. “Eso no es verdad, aunque hay casos excepcionales, casi milagrosos, pero en realidad detrás de las grandes obras literarias hay disciplina, perseverancia, terquedad, espíritu crítico y autocrítico”, indicó el escritor peruano Mario Vargas Llosa.

Durante su participación en Diálogos literarios, para celebrar su investidura como doctor Honoris Causa por la UNAM en la sala Nezahualcóyotl, el escritor peruano charló con Sealtiel Alatriste.

En su plática dijo que cuando un escritor joven le pregunta su consejo sobre qué leer, propone a Gustave Flaubert, un escritor que no tenía el genio de Arthur Rimbaud, “ya que sus primeros escritos fueron limitados y sus novelas pobres, pero él estaba consciente y como era un escritor ambicioso, insistió y se exigió de una manera casi sobrehumana para buscar la imposible perfección, hasta que logró construir su genio”, dijo.

La Crónica de México, 2010-09-25.

Platón.

Lo dicho -ta legómena- precisa de sỷnesis, de percepción audi¬tiva inteligente. El verbo syníēmi, uno de los que constituyen el campo semántico del conocimiento, tiene el sentido de captar algo por el oído y seguir mentalmente esa percepción; un pensar constituido, pues, por la interpretación de lo dicho.


ION

….

SÓC. -Así, pues, amigo, diciendo que Ion es tan capaz sobre Homero como sobre los otros poetas no erraremos, ya que llega a afirmar que el mismo crítico podrá serlo de cuantos hablan de las mismas cosas, y que, prácticamente, casi todos los poetas poetizan sobre los mismos temas.
ION. - ¿Cuál es, entonces, la causa, oh Sócrates, de que yo, cuando alguien habla conmigo de algún otro poeta, no me concentro y soy incapaz de contribuir en el diálogo con algo digno de mención y me encuentro como adormilado? Pero si alguno saca a relucir el nom¬bre de Homero, me espabilo rápidamente, pongo en ello mis cinco sentidos y no me falta qué decir.

SÓC. - No es difícil, amigo, conjeturarlo; pues a todos es patente que tú no estás capacitado para hablar de Homero gracias a una técnica y ciencia; porque si fueras capaz de hablar por una cierta técnica, también serías capaz de hacerlo sobre los otros poetas, pues en cierta manera, la poética es un todo. ¿O no?
ION. - Sí.
SÓC. - Pues si se toma otra técnica cualquiera con¬siderada como un todo, ¿no se encuentra en todas ellas el mismo género de investigación? Qué es lo que yo entiendo por esto, ¿querrás oírlo de mí, Ion?
ION. - Por Zeus, que es esto lo que quiero, Sócrates. Pues yo me complazco oyéndoos a vosotros los que sabéis.
SÓC. - ¡Qué más quisiera yo que estuvieses en lo cierto, oh Ion! Sois vosotros, más bien, los que sois sabios, los rapsodos y actores y aquellos cuyos poemas cantáis. Yo no digo, pues, sino la verdad que corres¬ponde a un hombre corriente. Por lo demás, con res¬peto a lo que te acabo de decir, fíjate qué baladí y trivial es, para cualquiera, el reconocer lo que decía de que la investigación es la misma, cuando alguien toma una técnica en su totalidad. Hagámoslo así en nuestro discurso: ¿no existe una técnica de la pintura en ge¬neral?
ION. - Sí. .
SÓC. -Sin duda que hay y ha habido muchos pin¬tores buenos y medianos.
ION. - Sí, por cierto.
SÓC. -¿Has visto tú alguna vez a alguien, a pro¬pósito de Polignoto el hijo de Aglaofón, que sea capaz de mostrar lo bueno y lo malo que pintó, y que, por el contrario, sea incapaz cuando se trata de otros pintores, y que si alguien le enseña las obras de estos otros, está como adormilado y perplejo y no tiene nada que decir, pero si tiene que manifestar su opinión sobre Polignoto o sobre cualquier otro que a ti te parezca, entonces se despierta, pone en ello sus cinco sentidos y no cesa de decir cosas?
ION. - No, por Júpiter, sin duda que no.
SÓC. -¿Cómo es eso? Has visto tú en la escultura a quien, a propósito de Dédalo el de Metión, o Epeo el de Panopeo, o Teodoro de Samos , o de algún otro es¬cultor concreto, sea capaz de explicar lo que hizo bien, y en las obras de otros escultores esté perplejo y ador-milado y no tenga nada que decir?
SÓC. - Por Zeus, que yo no he visto a nadie así.
Sóc. - Además, según yo creo, ni en el sonar de flauta o de cítara, ni en el canto con cítara, ni en el de los rap¬sodos has visto nunca. a un hombre que, a propósito de Olimpo, o de Tamiras, o de Orfeo, o de Femio el rap¬sodo de Ítaca , sea capaz de hacer un comentario y que acerca de Ion de Éfeso se encuentre en un apuro y no sepa explicar lo que recita bien y lo que no.
ION. - No tengo nada que oponerte, Sócrates. Pero yo tengo el convencimiento íntimo de que, sobre Ho¬mero, hablo mejor y con más facilidad que nadie, y todos los demás afirman que yo hablo bien, cosa que no me ocurre si se trata de otros poetas. Mira, pues, qué es esto.
SÓC. - Ya miro, Ion, y es más, intento mostrarte lo que me parece que es. Porque no es una técnica lo que hay en ti al hablar bien sobre Homero; tal como yo decía hace un momento, una fuerza divina es la que te mueve, parecida a la que hay en la piedra que Eurípi¬des llamó magnética y la mayoría, heráclea . Por cierto que esta piedra no sólo atrae a los anillos de hierro, sino que mete en ellos una fuerza tal, que pueden hacer lo mismo que la piedra, o sea, atraer otros anillos, de modo que a veces se forma una gran cadena de anillos de hierro que penden unos de otros. A todos ellos les viene la fuerza que los sustenta de aquella piedra. Así, también, la Musa misma crea inspirados, y por medio de ellos empiezan a encadenarse otros en este entusias¬mo. De ahí que todos los poetas épicos, los buenos, no es en virtud de una técnica por lo que dicen todos esos bellos poemas, sino porque están endiosados y posesas. Esto mismo le ocurre a los buenos líricos, e igual que los que caen en el delirio de los Coribantes no están en sus cabales al bailar, así también los poetas líricos hacen sus bellas composiciones no cuando están sere¬nos, sino cuando penetran en las regiones de la armo¬nía y el ritmo poseídos por Baco, y, lo mismo que las bacantes sacan de los ríos, en su arrobamiento, miel y leche, cosa que no les ocurre serenas, de la misma ma¬nera trabaja el ánimo de los poetas, según lo que ellos mismos dicen. Porque son ellos, por cierto, los poetas, quienes nos hablan de que, como las abejas, liban los cantos que nos ofrecen de las fuentes melifluas que hay en ciertos jardines y sotos de las musas, y que revolo¬tean también como ellas . Y es verdad lo que dicen. Porque es una cosa leve, alada y sagrada el poeta, y no está en condiciones de poetizar antes de que esté endiosado, demente, y no habite ya más en él la inte¬ligencia. Mientras posea este don, le es imposible al hombre poetizar y profetizar . Pero no es en virtud de una técnica como hacen todas estas cosas y hablan tanto y tan bellamente sobre sus temas, cual te ocurre a ti con Homero, sino por una predisposición divina, según la cual cada uno es capaz de hacer bien aquello hacia lo que la Musa le dirige; uno compone ditiram¬bos, otro loas, otro danzas, otro epopeyas, otro yam¬bos. En las demás cosas cada uno de ellos es incompe¬tente. Porque no es gracias a una técnica por lo que son capaces de hablar así, sino por un poder divino, puesto que si supiesen, en virtud de una técnica, ha¬blar bien de algo, sabrían hablar bien de todas las cosas. Y si la divinidad les priva de la razón y se sirve de ellos como se sirve de sus profetas y adivinos es para que, nosotros, que los oímos, sepamos que no son ellos, privados de razón como están, los que dicen cosas tan excelentes, sino que es la divinidad misma quien las dice y quien, a través de ellos, nos habla. La mejor prueba para esta afirmación la aporta Tínico de Calcis , que jamás hizo un poema digno de recordar¬se con excepción de ese peán que todos cantan, quizá el más hermoso de todos los poemas líricos; y que, según él mismo decía, era «un hallazgo de las musas'. Con esto, me parece a mí que la divinidad nos muestra claramente, para que no vacilemos más, que todos estos hermosos poemas no son de factura humana ni hechos por los hombres, sino divinos y creados por los dioses, y que los poetas no son otra cosa que intérpre¬tes de los dioses, poseídos cada uno por aquel que los domine. Para mostrar esto, el dios, a propósito, cantó, sirviéndose de un poeta insignificante, el más hermoso poema lírico. ¿No te parece Ion, que estoy en lo cierto?
ION. -Sí, ¡por Zeus! Claro que sí: me has llegado al alma, no sé de qué manera, con tus palabras, oh Sócrates, y me parece que los buenos poetas por una especie de predisposición divina expresan todo aquello que los dioses les comunican.
SÓC. - ¿No sois vosotros los rapsodos, a su vez, los que interpretáis las obras de los poetas?
ION. - También es verdad.
SÓC. - ¿Os habéis convertido, pues, en intérpretes de intérpretes?
ION. - Enteramente.
SÓC. -Dime, pues, oh Ion, y no me ocultes lo que voy a preguntarte. Cuando tú recitas bien los poe¬mas épicos y sobrecoges profundamente a los espec¬tadores, ya sea que cantes a Ulises saltando sobre el umbral, dándose a conocer ante los pretendientes y esparciendo los dardos a sus pies , o a Aquiles abalan¬zándose sobre Héctor , o un momento emocionante de Andrómaca, de Hécuba o Príamo , ¿te encuentras en¬tonces en plena conciencia o estás, más bien, fuera de ti y crees que tu alma, llena de entusiasmo por los sucesos que refieres, se halla presente en ellos, bien sea en Itaca o en Troya o donde quiera que tenga lugar tu relato?
ION. - ¡Qué evidente es, Sócrates, la prueba que adu¬ces! Te contestaré, pues, no ocultándote nada. En efec¬to, cuando yo recito algo emocionante, se me, llenan los ojos de lágrimas; si es algo terrible o funesto, se me erizan los cabellos y palpita mi corazón.
SÓC. -Por consiguiente, oh Ion, ¿diremos que está en su razón ese hombre que, adornado con vestiduras llamativas y coronas doradas, se lamenta en los sacri¬ficios y en las fiestas solemnes, sin que sea por habér¬sele estropeado algo de lo que lleva encima, o experi¬menta temor entre más de veinte mil personas que se hallan amistosamente dispuestas hacia él, y ninguna de ellas le roba o le hace daño?
ION. -¡No, por Zeus! En absoluto, oh Sócrates, si te voy a hablar con franqueza.
Sóc. -Tú sabes, sin embargo, que a la mayoría de los espectadores les provocáis todas esas cosas.
ION. - Y mucho que lo sé, pues los veo siempre desde mi tribuna, llorando, con mirada sombría, ató¬nitos ante lo que se está diciendo. Pero conviene que les preste extraordinaria atención, ya que, si los hago llorar, seré yo quien ría al recibir el dinero, mientras que, si hago que se rían, me tocará llorar a mí al per¬derlo.
SÓC. - ¿No sabes que tal espectador es el último de esos anillos, a los que yo me refería, que por medio de la piedra de Heraclea toman la fuerza unos de otros, y que tú, rapsodo y aedo, eres el anillo intermedio y que el mismo poeta es el primero? La divinidad por medio de todos éstos arrastra el alma de los hombres a donde quiere, enganchándolos en esta fuerza a unos con otros. Y lo mismo que pasaba con esa piedra; se forma aquí una enorme cadena de danzantes, de maes¬tros de coros y de subordinados suspendidos, uno al lado del otro, de los anillos que penden de la Musa. Y cada poeta depende de su Musa respectiva. Nosotros expresamos esto, diciendo que está poseído, o lo que es lo mismo que está dominado. De estos primeros anillos que son los poetas, penden a su vez otros que participan en este entusiasmo, unos por Orfeo, otros por Museo, la mayoría, sin embargo, están poseídos y dominados por Homero. Tú perteneces a éstos, oh Ion, que están poseídos por Homero; por eso cuando alguien canta a algún otro poeta, te duermes y no tienes nada que decir, pero si se deja oír un canto de tu poeta, te despiertas inmediatamente, brinca tu alma y se te ocurren muchas cosas; porque no es por una técnica o ciencia por lo que tú dices sobre Homero las cosas que dices, sino por un don divino, una especie de posesión, y lo mismo que aquellos que, presos en él tumulto de los coribantes, no tienen el oído presto sino para aquel canto que procede del dios que les posee, y le siguen con abundancia de gestos y palabras y no se preocupan de ningún otro, de la misma manera, tú, oh Ion, cuando alguien saca a relucir a Homero, te sobran cosas que decir, mientras que si se trata de otro poeta te ocurre lo contrario. La causa, pues, de esto que me preguntabas, de por qué no tienes la misma facilidad al hablar de Homero que al hablar de los otros poetas, te diré que es porque tú no ensalzas a Homero en virtud de una técnica, sino de un don divino.

LA REPÚBLICA.

-Y por lo que toca a los placeres amorosos y a la cólera y a todas las demás concupiscencias del alma, ya doloro¬sas, ya agradables, que decimos que siguen a cada una de nuestras acciones, ¿no produce la imitación poética esos mismos efectos en nosotros? Porque ella riega y nutre en nuestro interior lo que había que dejar secar y erige como gobernante lo que debería ser gobernado a fin de que fuésemos mejores y más dichosos, no peores y más des-dichados.
-No cabe decir otra cosa -afirmó.
-Así, pues -proseguí-, cuando topes, Glaucón, con panegiristas de Homero que digan que este poeta fue quien educó a Grecia y que, en lo que se refiere al go¬bierno y dirección de los asuntos humanos, es digno de que se le coja y se le estudie y conforme a su poesía se ins-tituya la propia vida, deberás besarlos y abrazarlos como a los mejores sujetos en su medida y reconocer también que Homero es el más poético y primero de los trágicos; pero has de saber igualmente que, en lo relativo a poesía, no han de admitirse en la ciudad más que los himnos a los dioses y los encomios de los héroes. Y, si admites tam¬bién la musa placentera en cantos o en poemas, reinarán en tu ciudad el placer y el dolor en vez de la ley y de aquel razonamiento que en cada caso parezca mejor a la comu¬nidad.
-Esa es la verdad pura -dijo.

VIII. -Y he aquí -dije yo- cuál será, al volver a hablar de la poesía, nuestra justificación por haberla desterrado de nuestra ciudad siendo como es: la razón nos lo imponía.

LA POESÍA, DURO OFICIO
(Poética en prosa)

Ha habido poetas locos (Verlaine), alcohólicos (Dylan Thomas), atormentados (Baudelaire), excéntricos (Ginsberg), místicos (Blake), suicidas (Pavese), bribones (Villon), aventureros (Rimbaud), pero también médicos (William Carlos Williams), diplomáticos (Saint John-Perse) y hasta matemáticos (Parra). Pero la cuota no alcanza. El poeta permanecerá en la memoria popular como alguien carente de equilibrio y muy frágil, cuya creatividad depende de si los ángeles les insuflan su celeste soplo o no.
Lo único que es manifiestamente cierto es que los poetas tenemos una sensibilidad de cable pelado y sufrimos por cualquier razón baladí. Nos atornillamos a los libros leyendo, aunque eso también es patrimonio de otras personas que cumplen su gozoso y pacífico papel de simples lectores. Lo demás es constancia, cierto cultivo del gusto y una compleja e inexplicable actividad de nuestras neuronas que, en vez de activarse cuando necesitamos reparar un enchufe, actúan en tumulto cuando queremos decir algo.
Lo que sí es cierto es que la poesía carece de utilidad concreta. Por ello la mayoría de los poetas han muerto sepultados por la miseria. Uno de los pocos que hizo dinero con su oficio fue Pablo Neruda, que era un poeta romántico compulsivo. Los demás estamos obligados a trabajar en oficios modestos y a veces latosos si queremos sobrevivir, como cualquier otra persona, ni más ni menos.
Que algunos se exhiban en bares, derrumbándose, o pronuncien penosos gargarismos para atraer la atención de alguna muchacha, es cosa de cada quien, no del gremio. Los demás no tenemos por qué cargar con la culpa de parecer medio idiotas o completos impertinentes. Pero en lo que sí todos estamos igualados es, repito, en lo absolutamente inservible de nuestro oficio. Que algunos quieran creer que la poesía es el mantra que atrae la belleza es cosa que agradecemos. Pero poetas como Baudelaire o el Conde de Lautremont no estarían de acuerdo con tal mendacidad.
La verdad es otra. Los poetas vivimos para compartir nuestras miserias, nuestras alegrías o nuestros amoríos —infructuosos la mayor parte de las veces— con todos esos desconocidos que pasan a ser nuestros lectores. No tenemos inhibición alguna, ni escrúpulos, ni vergüenza. Cuando otros ocultan su mundo interior, los poetas hacemos una feria con ello. Tenemos el descaro de creer que lo que nos pasa es patrimonio de la humanidad.
Por estas razones vivimos rogando que lo que escribimos y publicamos con metódica desfachatez tenga alguna gracia, que interprete en algún modo lo que les pasa a los demás, que sirva como un espejo para las cavilaciones de quienes no escriben, al punto que puedan decir, en un rapto de insensatez, “eso también me pasa a mí”. Eso es todo.
Después de haber sido separados por siglos del común de la humanidad, como si de seres angélicos o demoníacos se tratase, en el fondo buscamos aproximarnos a todos y cada uno de los hombres. Damas y caballeros, somos igual que ustedes. Por eso, la siguiente vez, no nos miren con tanta piedad. Duele, se los aseguro, y quema como la colilla viva de un cigarrillo.

Enrique Sánchez Hernani (poeta peruano contemporáneo).

Preguntas para discutir en clase:

1. ¿Con cuál de las dos posiciones te identificas, con la de Vargas Llosa o con la de Platón? ¿Por qué?
2. En relación al primer texto de Platón ¿a qué se refiere con la técnica y por qué la contrapone a la inspiración divina?
3. ¿Cuál crees que es la función de la racionalidad en el proceso creativo?
4. ¿Qué opinas de la posición de Platón en el extracto de La República? ¿Consideras que la literatura debería cumplir una función social? ¿Por qué?
5. De acuerdo al texto de Sánchez Hernani, ¿cuál sería la utilidad de la poesía?

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