martes, 3 de abril de 2012

Ollantay. Primera lectura obligatoria para el parcial

OLLANTAY




Drama escrito originalmente en lengua quechua, y cuyo manuscrito más antiguo data
al parecer del siglo XVIII, aunque se supone que durante mucho tiempo fue conservado por
la tradición oral del pueblo indígena; y tanto su concepción argumental como sus
personajes y su fondo cultural presentan una notoria coincidencia con los que aparecen en
una vieja leyenda prehispánica. En su forma actual se lo conoce precisamente desde fines
del siglo XVIII, gracias a algunos quechuistas que lo copiaron e introdujeron algunas
innovaciones en su forma y su espíritu; pero las diferencias que presentan los diversos
manuscritos obligan a pensar en una fuente común, de más remoto origen.
Estructura.— El Ollántay está escrito en verso y dividido en tres actos. Hay
tolerancia en la medida y libertad en la rima. El verso predominante es el octosílabo. Este,
sin embargo, se alterna con el endecasílabo. Con respecto a la rima, se frecuenta la
asonantada; empero, hay muchos versos blancos.
Esta singularidad estructural añadida a otras características de fondo como la
presencia del gracioso y el acto de perdón que hay al final de la obra, mantuvo por mucho
tiempo la idea de que la obra fuera de origen colonial, en oposición a la hipótesis
mayoritaria que sostenía su procedencia incaica.
Las tres hipótesis.—El Ollántay, por obra rara, aunque no monumental como otras,
rodeada por el halo legendario de la disputa histórica, ha suscitado, desde su aparición, una
serie de controversias, por ejemplo, las que suponen su legítimo origen quechua, las que
afirman su escritura durante la colonia, las que sostienen su tipicidad pagana, las que creen
su fisonomía cristiana, las que dicen que tiene rango literario y las que le niegan este
carácter. Empero, las más acentuadas son las que se refieren a su procedencia. Al respecto,
tres posiciones han surgido frente a esta obra.
La primera sostiene que el texto es auténticamente incaico y prehispánico, basado en
que historia, personajes, ambientes, lenguaje, todo pertenece a ese mundo. Se basa además
en que la obra transcurre en un total de quince escenarios, lo que no existe en obra alguna
del teatro español del Siglo de Oro. La pureza idiomática y la perfección de su expresión
poética, propia de la creación inca, harían imposible un origen español. Esta defensa del
origen incaico del texto ha sido hecha por intelectuales de distintas nacionalidades, como
los peruanos Sebastián Barranca, Gavino Pacheco Zegarra, el argentino Vicente Fidel
López, el boliviano Jesús Lara, el español Francisco Pi y Margall, entre otros.
La segunda posición sostiene que el texto es de origen español o escrito durante el
período colonial, tesis mantenida por escritores como Ricardo Palma, Bartolomé Mitre,
Arturo Oblitas, Marcelino Menéndez Pelayo.
Posteriormente ha surgido una tercera posición, que de alguna forma busca conciliar
las dos anteriores. Plantea que Ollantay es historia o leyenda auténticamente inca, pero que
el texto y estructura para su escenificación corresponden al teatro español. Esto lo han
sostenido José de la Riva Agüero en el Perú y Ricardo Rojas en Argentina.
A pesar del debate encendido desde mediados del siglo XIX, no se ha llegado a
desentrañar el misterio que rodea su procedencia. Esto, en vez de restarle méritos y opacar
su justa fama, no ha hecho sino acrecentar la curiosidad por conocer la obra y la gloria que
le rodea.
Algo más. Desde que se habla del Ollántay, se ha incrementado, entre peruanos y
extranjeros, el deseo de conocer directamente el quechua, bello y rico idioma que lo
sustenta. Es así que; desde la fecha del descubrimiento de la copia del padre Valdez hasta
nuestros días, han aparecido numerosos filólogos, cuyos nombres sería ocioso enumerar,
Copias del Ollántay.— Tres son las copias principales que hoy se conocen: una
hecha hacia 1770 por el cura de Sicuani, Antonio Valdez, y parece ser la conservada en el
Convento de Santo Domingo, de Cuzco; y dos que se cree derivadas de la precedente,
suscritas por el doctor Justo Pastor Justiniani y Justo Apu Sahuaraura Inca, y existentes en
el Archivo General de la Nación y en la Biblioteca Nacional. A tales copias se ha agregado
el conocimiento de otras tres: dos de ellas encontradas en el convento dominicano del
Cuzco; y la tercera publicada por J. J. Tschudi a base de un manuscrito procedente de La
Paz.
Autores supuestos.—Se supuso primero que don Antonio de Valdez, cura de Sicuani,
fuera el autor del Ollántay. Así también lo creyó el historiador Markham, y con él muchos
otros. También se sospechó de que el padre de la obra fuera don Justo Pastor Justiniani,
pero luego se comprobó que éste no fue sino un simple copista. También un tiempo reinó la
creencia de que el Lunarejo, célebre escritor mestizo, fuera el autor del drama. Todas estas
suposiciones han caído por tierra en vista de no existir documentos probatorios, lo que
abona, una vez más, su procedencia prehispánica.
Publicaciones.—Se han hecho numerosas y en varios idiomas, tales como el francés,
el alemán, el inglés y el castellano. La primera publicación, en quechua y alemán, fue hecha
por J. J. von Tschudi (1853). José Sebastián Barranca hizo otra en quechua y castellano, en
1868. Siguió la de José Fernández Nodal, en castellano (1870); luego la de Clements R.
Markham, con versión al inglés (1871). Constantino Carrasco hizo otra adaptación en verso
castellano, en 1876. Gavino Pacheco Zegarra publicó una versión en francés (1878), y otra
en castellano (1886), con prólogo de Francisco Pi y Margall. Desde aquella fecha hasta
nuestros días menudearon las publicaciones. Ernst W. Middendorf publicó otra versión en
alemán (1890); Bernardino Pacheco y J. M. B. Farfán, en español, en 1952. Se la ha
traducido incluso al latín, por Hipólito Galante (1938); y al ruso por Yuri Zubritsky (1974).
Representaciones, adaptaciones y arreglos.—La más lejana representación que
recuerda nuestra historia, es la realizada durante el alzamiento de Túpac Amaru, en Tinta.
Se dice que el mestizo rebelde ordenó la escenificación de la obra con el propósito de
exacerbar el orgullo de la raza indígena y estimular su coraje. Luego sobrevinieron la
prohibición y el olvido. Durante nuestra vida histórica independiente, se montó el drama
una serie de veces. Fue adaptado a la escena lírica con música de José María Valle Riestra
(1900) y libretos (para la misma versión musical) de Federico Blume (1900) y Luis Fernán
Cisneros (1920). Posteriormente, César Miró y Salazar Bondy arreglaron los textos de
Pacheco Zegarra y Sebastián Barranca para que la obra fuese representada por la Compañía
Nacional de Comedias, de acuerdo con las exigencias del teatro moderno (1953). E
inclusive lo recompuso totalmente el argentino Ricardo Rojas, a base de una personal
interpretación que convirtió el Ollántay en precursor de la libertad americana, en su
tragedia "Un titán de los Andes" (1939).
El lenguaje.—Cabe admirar en el Ollántay un lenguaje poético por excelencia. Se
mezclan, en una justeza y armonía clásicas, la serenidad reflexiva al arrebato lírico, la
ceremoniosa elocuencia, a la concisión del proverbio, la gravedad hierática del noble a la
efusión metafórica del doliente enamorado. De este modo surge el quechua como un idioma
cálido y vital, rico en imágenes, plástico al color y dúctil a la música. Jesús Lara,
refiriéndose al diálogo, dice: "animado de gran vigor y realizado con singular maestría, no
afloja en momento alguno y abunda en metáforas e imágenes que acrecientan a cada paso el
valor de la obra".
Personajes.—Los hay muchos, pero los principales son: Ollántay, general rebelde
que se enamora de Cusi Coyllor, hija del Inca Pachacútec; Piqui Chaqui, gracioso
compañero de Ollántay; Huillac Uma, noble sacerdote; Rumi Ñahui, general adicto a la
corte imperial;. Orco Huaranca, jefe supremo de los andícolas; Ima Súmac, hija de Ollántay
en Cusi Coyllur; Pitu Salla, doncella, y Túpac Inca Yupanqui, heredero de Pachacútec.
Los personajes tienen caracteres bien definidos: Pachacútec encarna al Inca, ora
magnánimo hasta la ternura, ora cruel hasta la vesania. Ollántay es tierno, apasionado,
orgulloso y valiente; Cusi Coyllor, pese a aparecer al final de la obra, representa la hija
dócil y la amante apasionada; Rumi Ñahui expresa el servilismo cortesano y la rampante
astucia.
Argumento.— Ollántay, general del Inca Pachacútec, está perdidamente enamorado
de Cusi Coyllor, bella hija del soberano. Manifiesta a éste su deseo de desposarla y, como
tal pretensión entrañaba una profanación de parte de un plebeyo a la jerarquía solar, lo
expulsa Pachacútec de la corte, ya que no puede decretar su muerte, en razón de que
Ollántay, después de todo, le es un siervo amado por su talento y valentía. Ollántay sale
camino del destierro acompañado de Piquichaqui, su confidente y servidor, no sin antes
amenazar con volver y destruir la ciudad imperial. Mientras tanto, en el palacio, Cusi
Coyllor ha sido sepultada en una tétrica caverna, donde padecerá los estigmas del pecado.
Por las afueras, en las galerías y jardines palaciegos, vaga desconsolada su hija Ima Súmac,
acompañada de Pitu Salla, ignorando el misterio que encierran los desgarradores lamentos
que escucha por los alrededores. Por otro lado se sabe que Ollántay, en el castillo de
Ollantaytambo, se ha erigido en soberano y decide marchar hacia el Cuzco con sus tropas
organizadas por el general Orco Huaranca. Rumiñahui, general del inca, es enviado con el
objeto de aniquilar la sublevación, pero sus fuerzas son destruidas en la emboscada que se
le tendiera en un desfiladero. Túpac Yupanqui, sucesor de Pachacútec, increpa la cobardía
de Rumiñahui, pero éste, solicitando clemencia, promete al soberano traer encadenado al
general rebelde. En efecto, valiéndose de una estratagema (cubierto de llagas y andrajos),
logra ingresar en el castillo de Ollántay y, aprovechando de la noche orgiástica que se
produce en su homenaje, abre las puertas para dar acceso a sus tropas, las cuales, sin
ninguna resistencia, logran aprehender al coloso andícola. Por otro lado, merced a la
intercesión de Ima Súmac, Túpac Yupanqui, hermano de la ñusta cautiva, logra extraerla de
su reclusión. La escena ante los ojos de Ima Súmac es conmovedora: su madre, arropada
únicamente por su luenga cabellera, es más espectro que ser viviente. Túpac Yupanqui,
poco tiempo después, tras de conceder el perdón al general rebelde, lo nombra curaca del
Cuzco y ordena que Cusi Coyllor se le reúna corno esposa.
OLLANTAY
CONTENIDO
VERSIÓN CASTELLANA EN TRES ACTOS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 8
ACTO I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Escena I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Escena II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 10
Escena III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 12
Escena IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Escena V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
Escena VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 14
ESCENA VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
Escena VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 18
Escena IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
ESCENA X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 20
ACTO II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Escena I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
Escena II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 24
ESCENA III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Escena IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 27
ESCENA V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 28
ESCENA VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 29
ESCENA VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 30
ESCENA VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 31
ESCENA IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
ESCENA X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 32
ACTO III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
Escena I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
Escena II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 34
Escena III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 36
Escena IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Escena V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 38
Escena VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 39
Escena VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 42
Escena VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 43
VERSIÓN CASTELLANA EN 15 ESCENAS SEGÚN G. PACHECO ZEGARRA . 46
ESCENA I . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 47
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
DIÁLOGO TERCERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
ESCENA II . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 52
DIÁLOGO TERCERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
DIÁLOGO CUARTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 54
ESCENA III . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 56
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 57
ESCENA IV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
MONÓLOGO DE OLLANTAY . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60
ESCENA V . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
ESCENA VI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 63
ESCENA VII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
Monólogo de Ojo-de-Piedra . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 66
ESCENA VIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 68
ESCENA IX . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 69
ESCENA X . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 71
ESCENA XI . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 72
ESCENA XII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 74
ESCENA XIII . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 75
ESCENA XIV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
DIÁLOGO TERCERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
DIÁLOGO CUARTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 79
DIÁLOGO QUINTO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 82
ESCENA XV . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
DIÁLOGO PRIMERO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
DIÁLOGO SEGUNDO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 84
VERSIÓN CASTELLANA EN TRES
ACTOS
La más difundida de las versiones en lengua castellana.
PERSONAJES
PACHACÚTEC, Inca.
CUSI-CCOYLLUR [Estrella alegre], princesa, hija de Pachacútec.
TÚPAC-YUPANQUI, príncipe, hijo de Pachacútec.
OLLANTA, general de Anti-Suyu.
IMA SÚMAC [¡Qué bella!], hija de Cusi-Ccoyllur y Ollanta.
RUMI-ÑAHUI [Ojo de piedra], general de Anan-Suyu.
HUILLCA-UMA, sumo sacerdote.
ORCCO-HUARANCCA [Hombre de la montaña], general.
ANCCO-ALLU-AUQUI [El que es constante en el amor], príncipe anciano.
PIQUI-CHAQUI [Pie de pulga], criado de Ollanta.
CCOYA, esposa de Pachacútec y madre de Cusi-Ccoyllur.
MAMA-CCACCA [Mama roca], matrona de las vírgenes del Sol.
PITU-SALLA, nodriza de Ima Súmac.
UN INDIO CAÑARI.
UN INDIO.
UNA DOMÉSTICA.
Coro de niños.
Coro de niñas.
Séquitos, de Ollanta y Orcco-Huarancca.
La escena tiene lugar en Cuzco a fines del siglo XIV y principios del XV.
ACTO I
ESCENA I
Gran plaza en el Cuzco con el templo del Sol en el fondo. La escena tiene lugar
ante el vestíbulo del templo. Vestidos característicos de la época incaica.
(Salen OLLANTA, con manto bordado de oro y la maza al hombro, y tras él,
PIQUI-CHAQUI.)
OLLANTA.- ¿Has visto, Piqui-Chaqui, a Cusi Ccoyllur en su palacio?
PIQUI-CHAQUI.- No, que el Sol no permita que me acerque allá. ¿Cómo, no temes
siendo hija del Inca?
OLLANTA.- Aunque eso sea, siempre he de amar a esta tierna paloma: a ella sola
busca mi corazón.
PIQUI-CHAQUI.- ¡Creo que el demonio te ha hechizado! Estás delirando, pues hay
muchas doncellas a quienes puedes amar, antes que llegues a viejo. El día que el Inca
descubra tu pensamiento, te ha de cortar el cuello y también serás asado como carne.
OLLANTA.- ¡Hombre!, no me sirvas de estorbo. No me contradigas, porque en este
momento, te he de quitar la vida, destrozándote con mis propias manos.
PIQUI-CHAQUI.- ¡Veamos! Arrójame afuera como un can muerto, y ya no me dirás
cada año, cada día, cada noche: «Piqui-Chaqui, busca a Cusi-Ccoyllur.»
OLLANTA.- Ya te digo, Piqui-Chaqui, que acometería a la misma muerte con su
guadaña; aunque una montaña entera y todos mis enemigos se levantaran contra mí,
combatiría con ellos hasta morir por abrazar a Ccoyllur.
PIQUI-CHAQUI.- ¿Y si el demonio saliera?
OLLANTA.- Aun a él hollaría con mis plantas.
PIQUI-CHAQUI.- Porque no veis ni la punta de sus narices, por eso habláis así.
OLLANTA.- En hora buena, Piqui-Chaqui, dime sin recelo: ¿Cusi-Ccoyllur, no es una
brillante flor?
PIQUI-CHAQUI.- ¡Vaya! Estás loco por Cusi-Ccoyllur. No la he visto. Tal vez fue
una que entre todas las sin mancilla salió ayer, al rayar la aurora, hermosa como la Luna y
brillante como el Sol en su carrera.
OLLANTA.- Sin duda ella fue. He aquí que la conoces. ¡Qué hermosa! ¡Qué jovial!
Anda en este instante y habla con ella, que siempre está de buen humor.
PIQUI-CHAQUI.- No desearía ir de día al palacio, porque en él no se conoce al que
va con quipe.
OLLANTA.- ¿Cómo, no me has dicho que ya la conoces?
PIQUI-CHAQUI.- Eso he dicho por decir. Como las estrellas brillan de noche, por
eso sólo de noche la conozco.
OLLANTA.- Sal de aquí, brujo, pues mi idolatrada Cusi-Ccoyllur deslumbra al
mismo Sol con su hermosura. Ella no tiene rival.
PIQUI-CHAQUI.- Aguarda que ahora ha de salir un viejo o una vieja, que creo
idóneos para llevar tus recados y hablar con ella; porque aunque soy un pobre huérfano, no
quisiera que me llamaran rufián.
ESCENA II
HUILLCA-UMA, con una larga túnica negra y un cuchillo en la mano, observa el
Sol.
HUILLCA-UMA.- ¡Sol vivo! Postrado delante de vos, adoro vuestra marcha. Para
vos solo he separado cien llamas, que debo sacrificar en el día de vuestra fiesta. Derramaré
su sangre en presencia de vos. Quemadas en el fuego arderán, después de hecho el ayuno.
OLLANTA.- He allí, Piqui-Chaqui, que viene el sabio Huillca-Uma: ese león anda
acompañado del mal presagio. Aborrezco a este agorero que siempre que habla anuncia
negros cuidados y vaticina el infortunio.
PIQUI-CHAQUI.- Calla; no hables, pues ya aquel agorero sabe mejor que tú lo que
has dicho. (Se sienta y duerme.)
OLLANTA.- Hablaré. Ya que me has visto, poderoso y noble Huillca-Uma, te adoro
con profunda veneración. Para ti nada hay oculto; veamos que todo ha de ser así. (Se
acerca a HUILLCA-UMA.)
HUILLCA-UMA.- Poderoso Ollanta, a tus plantas tienes rendida la comarca: tu valor
te bastará para dominar todo.
OLLANTA.- Tiemblo al verte aquí; como también al presenciar estas cenizas frías,
cimientos, adobes, vasos y cestos. Cuantos te ven admiran todo esto. Dime, ¿para qué
sirven, si todavía no es la fiesta? ¿Está por ventura enfermo el Inca? Tú vaticinas sólo por
medio de la sangre del tunqui rojo, y está muy lejos el día de sacrificar al Sol y a la Luna.
Si aún comienza el mes, ¿por qué hemos de abandonar los goces?
HUILLCA-UMA.- ¿Para qué me interrogas increpándome? Todo sé; tú me lo
recuerdas.
OLLANTA.- Mi cobarde corazón teme el verte en un día particular, para
aprovecharme de tu venida, aun cuando me costase una enfermedad.
HUILLCA-UMA.- No temas Ollanta, viéndome aquí, porque sin duda alguna es
porque te amo. Volaré donde quieras como la paja batida por el viento. Dime los
pensamientos que se anidan en tu vil corazón. Hoy mismo te ofreceré la dicha o el veneno
para que escojas entre la vida o la muerte.
OLLANTA.- Explícate con claridad, ya que has adivinado el secreto. Desata pronto
esos hilos.
HUILLCA-UMA.- He aquí Ollanta, escucha lo que he descubierto en mi ciencia. Yo
solo sé todo, aun lo más oculto. Tengo influjo para hacerte general: mas ahora como que te
he criado desde niño debo, pues, ayudarte para que gobiernes Anti-Suyu. Todos te conocen
y el Inca te ama hasta el extremo de dividir contigo el cetro. Entre todos te ha elegido,
poniendo sus ojos en ti. Él aumentará tus fuerzas para que resistas las armas enemigas.
Cualquiera cosa que haya, con tu presencia ha de terminar. Respóndeme ahora, aun cuando
tu corazón reviente de ira. ¿No estás deseando seducir a Cusi-Ccoyllur? Mira, no hagas eso;
no cometa ese crimen tu corazón, aunque ella mucho te ame. No te conviene corresponder a
tantos beneficios con tanta ingratitud, cayendo en el lodo. El Inca no permitirá eso, pues
quiere demasiado a Cusi. Si le hablas, al punto estallará su enojo. ¿Qué, estás delirando por
hacerte noble?
OLLANTA.- ¿Cómo sabes eso que mi corazón oculta? Su madre sola lo sabe. ¿Y
cómo tú ahora me lo revelas?
HUILLCA-UMA.- Todo que ha pasado en los tiempos para mí está presente, como si
estuviera escrito. Aun lo que hayas ocultado más, para mí es claro.
OLLANTA.- Mi corazón me vaticina que yo mismo he sido la causa del veneno, que
sediento he bebido. ¿Me abandonarías en esta enfermedad?
HUILLCA-UMA.- ¡Cuántas veces bebemos en vasos de oro la muerte! Recuerda que
todo nos sucede porque somos temerarios.
OLLANTA.- Más pronto un peñasco derramará agua y la tierra llorará, antes que yo
abandone mi amor.
HUILLCA-UMA.- Siembra en ese campo semilla, y ya verás que sin retirarte se
multiplicará más y más, y excederá al campo; así también tu crimen crecerá hasta superarte.
OLLANTA.- De una vez te revelaré, Gran Padre, que he errado. Sabe ahora, sábelo,
ya que me has sorprendido en esto solo. El lazo que me enreda es grande; estoy muy pronto
para ahorcarme con él, aun cuando sea trenzado de oro. Este crimen sin igual será mi
verdugo. Sí; Cusi Ccoyllur es mi esposa, estoy enlazado con ella: soy ya de su sangre y de
su linaje como su madre lo sabe. Ayúdame a hablar a nuestro Inca: condúceme para que me
de a Ccoyllur: la pediré con todas mis fuerzas: preséntame aunque se vuelva furioso,
aunque me desprecie, no siendo de la sangre real. Que vea mi infancia, tal vez ella será
defectuosa; que mire mis tropiezos y cuente mis pasos; que contemple mis armas que han
humillado a mis plantas a millares de valientes.
HUILLCA-UMA.- ¡Oh noble Ollanta! Eso no más hables; tu lanzadera está rota; ese
hilo es rompedizo; carda la lana e hila. ¿Quieres ir a hablar al Inca solo? Por más que te
entristezcas, muy poco tendrás que decir. Piensa todavía que donde quiera que yo esté,
siempre he de sofocar tus pensamientos.
(Sale.)
ESCENA III
OLLANTA.- ¡Oh Ollanta! Eres valiente, no temas; tú no conoces el miedo. Cusi
Ccoyllur, tú eres quien me ha de proteger. Piqui-Chaqui, ¿donde estás?
PIQUI-CHAQUI.- Me había dormido como una piedra y he soñado mal agüero.
OLLANTA.- ¿Qué cosa?
PIQUI-CHAQUI.- En una llama amarrada.
OLLANTA.- Ciertamente; tú eres ella.
PIQUI-CHAQUI.- Sí, por eso me crece el pescuezo.
OLLANTA.- Vamos; llévame donde Cusi-Ccoyllur.
PIQUI-CHAQUI.- Todavía es de día.
(Salen.)
ESCENA IV
CUSI-CCOYLLUR, llorando, y su madre, CCOYA, se encuentran en el interior
del Aclla-Huasi.
CCOYA.- ¿Desde cuándo estás tan mustia Cusi-Ccoyllur, imagen del Sol? ¿Desde
cuándo te ha abandonado el gozo y la alegría? Profunda tristeza despedaza mi afligido
corazón: deseo mejor la muerte que presenciar tanta desdicha. Dime: ¿has amado a Ollanta?
¿Eres su compañera? ¿Estás ya desposada con él? ¿Has elegido a ese inca por tu esposo?
Descansa un poco.
CUSI-CCOYLLUR.- ¡Ay princesa! ¡Ay madre mía! ¿Cómo no he de llorar? ¿Cómo
no he de gemir? Si mi amado, si mi protector que cuidó de mi niñez durante tantos días y
tantas noches me olvida, castigándome con la más terrible indiferencia. ¡Ay, madre mía!
¡Ay princesa! ¡Ay, mi adorado amor! Desde el día que entré aquí, la Luna se vistió de luto;
el Sol se oscureció como si estuviera cubierto de ceniza. Una nube tempestuosa vino a
anunciar mi pesar, y aun la hermosa estrella del amor dejó de emitir sus fulgores. Todos los
elementos han conspirado contra mí, y el Universo ya no existe. ¡Ay, madre mía! ¡Ay,
princesa! ¡Ay, mi adorado amor!
ESCENA V
Entra el Inca PACHACÚTEC con su séquito.
CCOYA.- Límpiate el rostro; enjúgate los ojos. Mira a tu padre que sale.
PACHACÚTEC.- ¡Cusi-Ccoyllur! ¡Fruto de mi corazón! ¡Flor de todos mis hijos!
¡Bella red de mi pecho! ¡Relicario de mi cuello! Ven, paloma a mi pecho; descansa en mis
brazos. Devana en mi presencia un ovillo de oro que está adentro. En ti tengo cifrada toda
mi dicha: eres mi única felicidad: eres la niña de mis ojos. Aquí tienes en tu presencia las
armas del Imperio, que con una mirada dominas. ¿Quién pudiera abrir tu pecho para
descubrir tus pensamientos y fijar en él tu reposo? Eres para tu padre la única esperanza de
su vida. Con tu presencia mi vida entera ha de ser un gozo eterno.
CUSI-CCOYLLUR.- ¡Oh padre! Postrada a tus pies te adoro mil veces. Favoréceme
para que huyan mis angustias.
PACHACÚTEC.- ¡Tú, a mis pies! ¡Tú humillada! (Me espanta decirlo.) Mira que soy
tu padre: yo te he criado con solícita ternura. ¿Por qué lloras?
CUSI-CCOYLLUR.- Ccoyllur llorará como el rocío que el Sol disipa con su
presencia; así también ella disipará su incauto amor.
PACHACÚTEC.- Vengo amoroso, bella escogida; siéntate sobre mis rodillas.
UNA DOMÉSTICA.- Tus siervos vienen para consolarte.
PACHACÚTEC.- Di que entren.
ESCENA VI
Ocho pequeños niños se presentan danzando, con tamborcitos y panderetas en
las manos. Música en el interior.
CORO DE NIÑOS
Tuya, no comas
(Cantan.)
Tuyallay
el maíz de mi siclla;
Tuyallay,
no te acerques
Tuyallay,
a consumir la cosecha toda.
Tuyallay,
El maíz todavía está verde,
Tuyallay,
y sus granos están muy blancos;
Tuyallay,
sus hojas están muy duras,
Tuyallay,
aunque su interior esté muy tierno.
Tuyallay,
Pero el cebo ya está puesto,
Tuyallay,
y yo te apresaré bien pronto.
Tuyallay,
No te podrás escapar.
Tuyallay,
Mi mano ahogará
Tuyallay,
al pájaro volador
Tuyallay,
antes de que se haya apoderado
Tuyallay,
del cebo.
Tuyallay,
Aprende del piscaca:
Tuyallay,
mira, lo han matado;
Tuyallay,
pregunta dónde está su corazón,
Tuyallay,
busca sus plumas.
Tuyallay,
Lo ves muerto
Tuyallay,
por haber picado sólo un grano.
Tuyallay,
Y así le pasará
Tuyallay,
a todo el que se quiera perder.
Tuyallay.
PACHACÚTEC.- Alégrate, Cusi-Ccoyllur, con tus domésticos en el palacio de tu
madre.
CCOYA.- Cantad con más dulzura, adoradas ninfas; vosotros que habéis cantado la
desgracia, idos. Entrad vosotras.
(Vanse los niños y entran las niñas.)
CORO DE NIÑAS
Dos palomas amorosas
(Cantan.)
están tristes, se quejan, suspiran
y lloran.
Ambas fueron enterradas en la nieve:
un árbol sin hojas fue su tumba.
Una de ellas perdió a su compañera
y salió a buscarla.
La encontró en un pedregal
pero estaba muerta.
Y tristemente empezó a cantar:
«¡Mi paloma! ¿Dónde están tus ojos,
y dónde tu pecho amante?
¿Dónde tu virtuoso corazón
que yo tan tiernamente amaba?
¿Dónde, mi paloma, están tus labios dulces
que mis tristezas conocieron?
Sufriré mil desdichas
ahora que mi alegría ha terminado.»
Y la infeliz paloma
erraba de peña en peña.
Nada la consolaba
ni calmaba su dolor.
Cuando vino el alba
en el puro azul del cielo
vaciló y cayó.
Y al morir
exhaló un amoroso suspiro.
CUSI-CCOYLLUR.- Verdad dice este yaraví: basta decantar, pues ya mis ojos se
convierten en torrentes de lágrimas.
(Vanse las niñas, CUSI-CCOYLLUR y CCOYA.)
ESCENA VII
Interior del palacio del Inca.
(PACHACÚTEC, OLLANTA y RUMI-ÑAHUI se sientan.)
PACHACÚTEC.- ¡Oh nobles!, digo que ya llega el buen tiempo para que todo el
ejército salga con dirección a Colla-Suyu, pues ya Chayanta está listo para salir con
nosotros. Que se preparen y afilen sus flechas.
OLLANTA.- ¡Oh Inca! ¿Cómo se han de sostener esos cobardes?, pues el Cuzco y sus
montañas se levantarán contra ellos, como también ochenta mil soldados, que los esperan
prontos al sonido del tambor y tañido de las bocinas. En cuanto a mí, tengo mi maccana
afilada y escogida mi maza de armas.
PACHACÚTEC.- Aún no daré mis órdenes, para que algunos puedan ser persuadidos;
porque podría haber muchos que amen demasiado su sangre.
RUMI-ÑAHUI.- Al ordenar Chayanta que se reúnan todavía los más valientes, para
obligar a los yuncas a que limpien los caminos y que se vistan de cuero, estoy convencido
que con esto ha mostrado un corazón pusilánime, que disfraza su cobardía, no queriendo
que se marche a pie antes que las salidas se hallen expeditas. Ya que están muchísimos
prontos para cargar las llamas, partiremos al combate; pues nuestro ejército está listo.
PACHACÚTEC.- ¿Pensáis que salís acaso al encuentro de feroz serpiente, y que vais
a levantar aquella nación? Los llamaréis primero con dulzura, sin derramar sangre, ni
destruir a nadie.
OLLANTA.- Yo también he de marchar. Todo lo tengo preparado; pero mi corazón
tiembla delirando en un pensamiento.
PACHACÚTEC.- Dímelo aun cuando pidas el regio cetro.
OLLANTA.- Escúchame solo.
PACHACÚTEC.- Valiente general de Anan-Suyu, descansa en tu palacio y regresa
mañana cuando te llame.
RUMI-ÑAHUI.- Tu pensamiento es el mío: que se cumpla en el acto.
(Vase.)
ESCENA VIII



OLLANTA.- Bien sabes, poderoso Inca, que desde mi infancia te he acompañado,
procurando siempre tu felicidad en la guerra. Mi valor te ha servido para que impongas tu
poder a millares de pueblos. Por ti he derramado siempre mi sudor: siempre he vivido en tu
defensa: he sido sagaz para dominar y sojuzgarlo todo. He sido el terror de los pueblos,
pues nunca he dejado de caer sobre ellos sino como una maza de bronce. ¿Dónde no se ha
derramado a torrentes la sangre de tus enemigos? ¿A quién no ha impuesto el nombre de
Ollanta? He humillado a tus pies a millares de yuncas de la nación anti, para que sirvan en
tu palacio. Venciendo a los chancas, he aniquilado todo su poder. También he conquistado a
Huanca-Huillca, poniéndolo bajo tus plantas. ¿Dónde Ollanta no ha sido el primero en
combatir? Por mí, numerosos pueblos han aumentado tus dominios: ya sea empleando la
persuasión, ya el rigor, ya derramando mi sangre, ya por fin exponiéndome a la muerte. Tú,
padre mío, me has concedido esta maza de oro y este yelmo, sacándome de la condición de
plebeyo. De ti es esta maccana de oro, tuyos serán mis proezas y cuanto mi valor alcance.
Tú me has hecho esforzado general de los antis y me has encomendado el mando de
cincuenta mil combatientes; de este modo toda la nación anti me obedece; en mérito de
todo lo que te he servido, me acerco a ti como un siervo, humillándome a tus pies para que
me asciendas algo más, ¡mira que soy tu siervo! He de estar siempre contigo, si me
concedes a Ccoyllur, pues marchando con esta luz, te adoraré como a mi soberano y te
alabaré hasta mi muerte.
PACHACÚTEC.- ¡Ollanta! Eres plebeyo, quédate así. Recuerda quién has sido. Miras
demasiado alto.
OLLANTA.- Arrebátame de una vez la vida.
PACHACÚTEC.- Yo debo ver eso: tú no tienes que elegir. Respóndeme: ¿estás en tu
juicio? ¡Sal de mi presencia!
(Vanse OLLANTA, compungido, y luego PACHACÚTEC.)
ESCENA IX
Lugar solitario de Cusi-Patal.
(Sale OLLANTA, conmovido.)
OLLANTA.- ¡Ah Ollanta! ¡Así eres correspondido! Tú que has sido el vencedor de
tantas naciones; tú que tanto has servido. ¡Ay, Cusi-Ccoyllur! ¡Esposa mía! ¡Ahora te he
perdido para siempre! ¡Ya no existes para mí! ¡Ay princesa! ¡Ay paloma!... ¡Ah Cuzco!,
¡hermoso pueblo! Desde hoy en adelante he de ser tu implacable enemigo: romperé tu
pecho sin piedad; rasgaré en mil pedazos tu corazón; les daré de comer a los cóndores a ese
Inca, a ese tirano. Alistaré mis antis a millares, les repartiré mis armas y me verás estallar
como la tempestad sobre la cima de Sacsa-Huamán. ¡El fuego se levantará allí y dormirás
en la sangre! Tú, Inca, estarás a mis pies, y verás entonces si tengo pocos yuncas y si
alcanzo tu cuello. ¿Todavía me dirás: «no te doy a mi hija»? ¿Serás tan arrojado para
hablarme? ¡Ya no he de ser tan insensato para pedírtela postrado a tus pies! Yo debo ser
entonces el Inca, ya lo sabes todo; así ha de suceder muy pronto...
ESCENA X
Sale PIQUI-CHAQUI.
OLLANTA.- Ve, Piqui-Chaqui, y dile a Cusi Ccoyllur, que esta noche me aguarde.
PIQUI-CHAQUI.- Fui ayer por la tarde y encontré su palacio abandonado. Pregunté
y nadie me dio razón de ella. Todas las puertas estaban cerradas. Nadie moraba allí y ni un
solo perrito había.
OLLANTA.- ¿Y sus domésticos?
PIQUI-CHAQUI.- Hasta los ratones habían huido no hallando qué comer; sólo los
búhos sentados allí dejaban oír su canto lúgubre...
OLLANTA.- Tal vez su padre se la ha llevado a esconderla en su palacio.
PIQUI-CHAQUI.- Quién sabe si la ha ahorcado y ha abandonado a la madre.
OLLANTA.- ¿Nadie ha preguntado ayer por mí?
PIQUI-CHAQUI.- Como cosa de mil hombres, te buscan para prenderte.
OLLANTA.- Sublevaré entonces toda mi provincia: mi diestra demolerá todo; mis
pies y mis manos son mi maccana; mi maza arrasará sin dejar nada.
PIQUI-CHAQUI.- Sí, yo también he de pisotear a ese hombre y aun le he de quemar.
OLLANTA.- ¿Qué hombre es ése?
PIQUI-CHAQUI.- Digo que Orcco-Huarancca, el que ha preguntado por ti.
OLLANTA.- Tal vez se dice que el Inca me manda buscar, pensando que esté furioso.
PIQUI-CHAQUI.- Orcco-Huarancca; no el Inca: abomino a este hombrecillo.
OLLANTA.- Ella ha desaparecido del Cuzco; mi corazón me anuncia y el búho me lo
avisa.
PIQUI-CHAQUI.- ¿Dejaremos a Ccoyllur?
OLLANTA.- ¿Cómo he de permitir que se pierda? ¡Ay Ccoyllur! ¡Ay paloma!
PIQUI-CHAQUI.- Escucha esta canción. ¿No hay quién la cante?
(Se oye música dentro.)
Perdí una paloma que yo amaba,
la perdí en un momento.
Búscala en todas partes,
en todos los lugares.
Como mi amor tiene una cara tan hermosa
la llaman Ccoyllur:
como es bella,
le va bien el nombre.
Como la luna en su esplendor,
cuando brilla
en lo más alto del cielo
es radiante su faz.
Sus trenzas caen
por su frente
tejiendo dos colores: blanco y negro.
Es una hermosa visión.
Sus cejas suaves
matizan su cara:
son como el arcoiris.
Sus ojos son como soles en su cara.
Sus penetrantes miradas
causan alegría o tristeza;
y aunque es amada y adorada
hiere mi corazón.
El achancaray florece en su mejilla
blanca como la nieve,
como aparece en el suelo
la nieve.
Se regocija el corazón
al ver su boca hermosa;
el eco de su deliciosa risa
difunde alegría.
Su grácil cuello es como el cristal,
o como la nieve sin mancha.
Sus pechos crecen
como el algodón en flor.
Sus dedos son como estalactitas de hielo:
mientras los miraba
y ella los movía,
me deleitaron.
OLLANTA
(Canta.)
¡Oh, Cusi-Ccoyllur!
Reconozco esa música
ya que describe su belleza;
el dolor que me trae
no me abandona.
Si te pierdo
me volveré loco.
Si te alejan de mí,
me moriré.
PIQUI-CHAQUI.- Tal vez han muerto a Ccoyllur; ya no brilla de noche.
OLLANTA.- Puede suceder que el Inca sepa que Ollanta está ausente, que todos le
han abandonado y se han convertido en sus enemigos.
PIQUI-CHAQUI.- Todos te quieren porque eres liberal; con todo el mundo eres
pródigo, pero conmigo mezquino.
OLLANTA.- ¿Para qué quieres?
PIQUI-CHAQUI.- ¿Para qué ha de ser? Para algo; como para regalar vestidos, para
parecer caudaloso y también para imponer.
OLLANTA.- Sé valiente; con eso, te tendrán miedo.
PIQUI-CHAQUI.- No tengo cara para ello, porque siempre me estoy riendo; siempre
soy muy ocioso. Sé bizco que yo no lo seré. ¿Qué pito viene sonando desde lejos?
OLLANTA.- ¡Tal vez me buscan! ¡Adelante!
PIQUI-CHAQUI.- ¡Ay!, me voy a cansar.
ACTO II
ESCENA I
PALACIO DEL INCA.
(Salen PACHACÚTEC y RUMI-ÑAHUI.)
PACHACÚTEC.- He mandado buscar a Ollanta. Ya no le encuentran. Mi furor me
arrebata como un torrente. ¿Has visto a ese hombre?
RUMI-ÑAHUI.- Te ha temido.
PACHACÚTEC.- Marcha en su persecución.
RUMI-ÑAHUI.- ¿Dónde andará ya con tres días que está ausente de su casa? Alguien
lo habrá guiado: por eso no aparece.
ESCENA II
Sale un INDIO CAÑARI con un quipu.
INDIO.- Aquí te traigo un quipu desde Urupampa. Me han mandado que venga muy
de prisa. Ya te he visto.
PACHACÚTEC.- ¿Qué negocios son ésos?
INDIO.- El quipu te avisará.
PACHACÚTEC.- Desátale, Rumi-Ñahui.
RUMI-ÑAHUI.- (Descifra el quipu.) He aquí una varita que tiene atada la cabeza
con una madeja de lana; se han rebelado tantos hombres como granos de maíz ves aquí
suspendidos.
PACHACÚTEC.- Y tú ¿qué has visto?
INDIO.- Que toda la nación anti se ha sublevado con Ollanta. Me han asegurado que
ya se ve su cabeza ceñida con la borla roja o encarnada.
RUMI-ÑAHUI.- Eso también dice el quipu.
PACHACÚTEC.- Antes que mi furor se calme, marcha valeroso, aunque tu ejército
sucumba; pues no avanzarán mucho cincuenta mil hombres para levantar tu comarca. Parte
pronto que el peligro amenaza.
RUMI-ÑAHUI.- Saldré muy de mañana; ya he ordenado que el ejército marche al
Collao. Todo he de impedir, poniendo sitio al valle, para arrasar con esos traidores y
traerlos vivos o muertos, sometiendo a ese hombrecillo; así no tengas cuidado.
Vanse.)



ESCENA III
Fortaleza de OLLANTA en la villa de Tambo.
(ORCCO-HUARANCCA y OLLANTA con sus séquitos vienen de lados opuestos.)
ORCCO-HUARANCCA.- La valiente nación de Anti-Suyu ya te recibe y hasta las
mujeres te aclaman. Has de ver ahora cómo todos los nobles y el ejército marcharán a Anta;
así debemos salir en retirada. Que no llegue aquel día en que cada año salgamos a aquellos
remotos pueblos a derramar nuestra sangre, para cortar al Inca y a los suyos la provisión de
víveres que han menester. Llevando poca coca todos los pueblos tendrán descanso. Es
necesario buscar caminos arenosos y si las llamas se cansan, andaremos a pie; aunque sea
entre espinas y zarzos. También necesitamos llevar agua; y, aunque sea aguardar la muerte.
OLLANTA.- ¡Capitanes! Escuchad las órdenes de Orcco-Huarancca que manda que
descanséis. Conservadlas en vuestra memoria, aun cuando se cubra de luto todo Anti-Suyu.
Tengo bastante coraje para hacer saber al Inca que desista este año de acometer a Anti-
Suyu. Entonces su ejército ha de sucumbir durante ese tiempo; ya sea por las enfermedades,
ya sea por las fatigas, ya teniendo, en fin, sus campos incendiados en una marcha tan
dilatada. ¡Cuánta gente habrá de perecer! ¡Cuántos nobles encontrarán una muerte segura
en una empresa tan aventurada. Así se ha de portar Anti Suyu en presencia de su Inca. A
decir no, volaré al momento para embarazar la salida. Descansad tranquilos en vuestros
hogares, pues soy enemigo implacable.
TODOS.- ¡Que viva para siempre nuestro Inca! ¡Que tome la borla roja, para que le
toque en suerte el hacernos felices! ¡Elevadle al trono! ¡Salve Inca! ¡Salve Inca!
ANCCO-ALLU-AUQUI.- Recibe en tus manos, Inca, la borla roja que la comarca te
ofrece. ¡Cuán grande es Huilcanota! ¡Te proclama en toda su extensión! ¡Que venga ya
aquel día en que Ollanta sea nuestro Inca!
OLLANTA.- Orcco-Huarancca, sé noble, para que gobiernes a Anti-Suyu. Aquí tienes
este yelmo y estas flechas, para que seas también valiente.
TODOS.- ¡Que viva el valeroso Orcco-Huarancca! ¡Que viva!
OLLANTA.- Ancco-Allu, como eres el anciano más noble y más sabio, serás también
ahora del linaje de Huillca-Uma. Ponme esas insignias para que pueda vencer a la misma
muerte.
ANCCO-ALLU-AUQUI.- Te las pongo, para que debas recordar tu valor, para que
domines y te manifiestes siempre como hombre.
ORCCO-HUARANCCA.- ¡Mil veces venero, poderoso Inca, tus hechos!
ANCCO-ALLU-AUQUI.- Mira al varón esforzado, cubierto de armas desde la cabeza
hasta los pies; por eso ha de ser valiente; por eso los enemigos jamás han de ver su espalda,
ni huirá como el montañés, ni será humillado como a la tierna grama.
ORCCO-HUARANCCA.- Escuchad ¡oh antis! ¡Escuchad lo que el Inca me
amonesta! ¡Soldados, estad sobre las armas! Porque el viejo Inca ha mandado desde el
Cuzco, a las comarcas del imperio, para que los nobles se preparen al combate. Ha
ordenado también que todo el Cuzco marche con dirección a este valle, a nuestros hogares,
para exterminarnos; así lo ha decretado. Sin perder tiempo, ordenad que extiendan sobre
aquellos cerros las galgas que sean necesarias; y para que no se permanezca en el ocio,
embarrad ligeramente el cuartel y dejad una sola puerta hacia las montañas. Levantaos en
este momento, para moler todo el veneno que es menester para curar nuestras flechas e
hiriendo con ellas, la muerte sea instantánea.
OLLANTA.- ¡Te he elegido, Orcco-Huarancca, el primero entre los nobles para
disimular tu linaje; te he señalado para que estés en pie; pues nuestros enemigos no
duermen! Les embarazarás la entrada y los pondrás en derrota. ¿Seremos cobardes?
ORCCO-HUARANCCA.- Ya están aquí treinta mil antis entre los cuales no se
encuentra un cobarde, ni un inválido. El capitán Marutu saldrá con los antis de Huillca-
Pampa, hasta las orillas de la confluencia del Qqueru, donde estará emboscado con su
ejército hasta que se le avise. El noble Chara ocultará igualmente su gente en la ribera
opuesta hasta mi llamada. Diez mil antis dormirán en los graneros de Chara, y tendremos
en el valle de Pachar otras diez tribus. Aguardaremos que entren los cuzqueños sin tomar la
iniciativa; cuando todos estén adentro, cerraremos la entrada y se verificará una inundación.
Al sonido de las bocinas, los cerros lanzarán peñascos, las piedras caerán como granizo, las
galgas rodarán sepultando todo lo que encuentren a su paso. Éste ha de ser su castigo. En
cuanto a los fugitivos, los unos morirán en nuestra manos y los demás sucumbirán al
veneno de nuestras flechas.
TODOS.- ¡Muy bien! ¡Muy bien!
(Vanse OLLANTA y ORCCO-HUARARICCA con sus séquitos por lados opuestos.)
ESCENA IV
Lugar en las montañas entre la fortaleza de OLLANTA y el palacio del Inca.
(RUMI-ÑAHUI sale como fugitivo.)
RUMI-ÑAHUI.- ¡Ah Rumi! ¡Ah Rumi! ¡Ah Rumi-Ñahui! ¡Qué infortunado eres! Has
escapado de un peñasco. Esto ha sido para mí una canción bien triste. ¿No estuvo en tus
manos rechazar a Ollanta emboscado en aquel valle? ¿No has recordado que tiene un
corazón insidioso para dominar todo? ¿Por qué no has recurrido a estrategias para aniquilar
su ejército? En él sólo he encontrado un hombre que de cobarde se haga valiente. Hoy he
muerto a millares de hombres; sólo así he podido librarme de gemir en sus manos. Había
pensado que ese hombrecillo sería un fanfarrón; por eso le busqué cara a cara y penetré en
el valle, juzgando que con mi presencia huiría; y estando ya a la entrada de su campamento,
principiaron a caer y rebotar por todas partes los peñascos, llevando consigo muchas
galgas; ellas aplastan y sepultan todo mi ejército. Aquí y allí matan, la sangre corre, inunda
y se extiende por todo el valle. Así ha sucedido, yo también estuve en medio de un
hervidero de sangre. ¿Con quién me hubiera batido, si nadie salió, ni a nadie vi y los míos
eran destrozados por las galgas? ¿Con qué cara he de r a presentarme al Inca? ¡Estoy
perdido! ¿Adónde huiré? ¡Ahora mismo me ahorcaría con mi propia honda; pero ella, que
sirva para cuando Ollanta caiga.
(Vase.)
ESCENA V
Patio interior del templo de las vírgenes.
(Salen la niña IMA-SÚMAC y PITU-SALLA.)
PITU-SALLA.- Ima-Súmac, no salgas demasiado a la puerta. No aguardes allí;
porque las matronas se han de enfadar; no obstante de ser tu nombre Ima-Súmac muy
querido, pues sólo al oírlo pronunciar se llenan de regocijo todas las escogidas. Cuando te
encierres en aquel patio, mora allí en medio de los goces. Nadie sale jamás de aquí; por eso
hallarás toda especie de comodidades, ricos vestidos, oro y exquisitos manjares. Todas las
escogidas de la sangre real te aman y llevan siempre en sus brazos. Todas las maestras, sin
excepción, te acarician, ya besándote, ya mimándote. Tú eres la única a quien distinguen y
en cuyo rostro se fijan. ¿Qué más quieres, tú que debías servir a las demás hermanas, que
vivas en su sociedad? También debes notar que toda la nobleza te venera, como si fueras de
la sangre de las escogidas, y se recrean contigo, como si vieran al Sol y te conservan como
a su linaje.
IMA-SÚMAC.- Muchas veces eso no más, eso no más me dices. Pues yo ahora te
diré la verdad. Abomino estos claustros, esta casa; maldigo todos los días mi existencia y
mi inacción. Aborrezco la sañuda cara de las matronas, que es lo único que miro desde el
rincón de mi morada. Aquí no hay felicidad, sólo lágrimas que llorar. Su voluntad sería que
nadie habitara aquí; veo que ellas andan entre las risas y los goces, pues llevan en sus
manos el colmo de la ventura. ¡Quién sabe si estoy clausurada porque no tengo madre!
Buena nodriza, como no hay que servir, me iré a recoger; porque anoche estuve vagando
por todas partes, hasta que por fin entré al jardín y escuché un instante que permanecí en él,
los lamentos y gemidos de una voz que clamaba por la muerte. Miré a todas partes con los
cabellos erizados; gritando de espanto, dije: «¿Quién eres que clamas a todos y angustiada
dices: ¡Sol mío!, sácame de aquí?» Busqué en derredor mío, a nadie hallé: sólo la paja
silbaba en el prado; con ella me puse a llorar. Mi corazón rasgado quería salirse de mi
pecho; aún ahora que recuerdo, me lleno de espanto como si fuera a morir. ¡Aquí Pitu-Salla,
el mismo dolor anida y el llanto florece eternamente! Mira, adorada nodriza, no me digas
que permanezca aquí; porque abomino mi condición de escogida.
PITU-SALLA.- Entra, no sea que te vea alguna anciana.
IMA-SÚMAC.- ¿Esta morada es para mí?
(Vase.)
ESCENA VI
Sale MAMA-CCACCA vestida de blanco.
MAMA-CCACCA.- ¿Has comunicado mis órdenes a esa niña?
PITU-SALLA.- ¿Qué debo avisarle?
MAMA-CCACCA.- ¿Qué te he advertido?
PITU-SALLA.- Llora sin consuelo y rehúsa admitir el vestido del Aclla-Huasi.
MAMA-CCACCA.- ¿Cómo, no la has reprendido?
PITU-SALLA.- Le muestro la ropa, para que se despoje de la vieja que viste,
recordándole que ya salió de la infancia y que no ha de ser escogida si la tristeza se apodera
de ella, y que ha de permanecer en la condición de sierva. ¿Por qué ella recordará que es
una hija sin padre y una criatura sin madre? He aquí un mal agüero.
MAMA-CCACCA.- Di su nombre, dilo; pues dentro de estas paredes todo queda
sepultado como en la nieve, y hasta el nombre se olvida.
PITU-SALLA.- ¡Ay, Ima-Súmac! ¡Ay, Ima-Súmac! ¿Qué calabozo te ocultará
solitaria? ¡He aquí una serpiente! ¡Ve acá un león!
(Vanse.)
ESCENA VII
Calle de Cuzco.
(Salen RUMI-ÑAHUI y PIQUI-CHAQUI de lados opuestos; el último como espía.)
RUMI-ÑAHUI.- ¿Cómo así, Piqui-Chaqui, has venido para acá? ¿Por ventura buscas
la muerte, junto con el traidor Ollanta?
PIQUI-CHAQUI.- Como natural del Cuzco, he sido expulsado; me vuelvo sin demora
a mi pueblo; porque no puedo habitar los valles.
RUMI-ÑAHUI.- Dime ¿qué hace Ollanta?
PIQUI-CHAQUI.- Ovilla un quipu.
RUMI-ÑAHUI.- ¿Qué ovillo es ése?
PIQUI-CHAQUI.- Regálame algo y te avisaré.
RUMI-ÑAHUI.- Sí, para golpearte un palo, y para ahorcarte tres.
PIQUI-CHAQUI.- Ollanta... Ollanta... Ollanta... Esto... nada más me acuerdo.
RUMI-ÑAHUI.- ¡Cuidado, Piqui!
PIQUI-CHAQUI.- Y Ollanta... levanta... Y Ollanta... construye una fortaleza de
piedras colosales... Ata dos hombres enanos para que salga un gigante. Dime, ¿por qué
llevas esa ropa arrastrando como la gallina ingerida lleva sus alas? Mira que el barro
mancha hasta lo negro.
RUMI-ÑAHUI.- ¿No ves al Cuzco, hecho un mar de lágrimas? Pachacútec está
enterrado: todos están de luto en medio del plañido universal.
PIQUI-CHAQUI.- ¿Quién gobernará ahora después de Pachacútec?
RUMI-ÑAHUI.- Túpac-Yupanqui ocupará el trono; aunque el Inca ha dejado muchos
hijos, a pesar de ser aquél el menor y haber todavía otro mayor. Todo el Cuzco le ha
elegido; y el Inca le ha dejado el cetro y las armas. Así, no podemos elegir a otro.
PIQUI-CHAQUI.- Voy a traer mi cama.
(Vase.)
ESCENA VIII
Palacio del Inca.
(Sale TÚPAC-YUPANQUI con HUILLCA-UMA y su séquito.)
TÚPAC-YUPANQUI.- En este día ¡oh nobles!, recibid y venerad al Sol. Todas las
vírgenes que existan, llenas de júbilo que se presenten en este campo para alegrar la
comarca entera. Así, os recuerden que debéis orar con vuestro corazón.
HUILLCA-UMA.- Ayer se levantó el humo hasta la mansión del Sol, Pacha-Cámac
está muy alegre: todo ha de ser ahora propicio; sólo una cosa ha inquietado al Inca y es que,
después del sacrificio de las aves y de las llamas, como todos han visto, abrimos un águila
para observar su pecho y augurar por medio de su corazón: ¡la encontramos vacía! Así,
pues, debemos conquistar pronto a Anti-Suyu sublevado; pues vaticino que será sometido.
TÚPAC-YUPANQUI.- Aquel valiente Anti-Suyu, dejó en libertad a esa águila y ella
ha sido la perdición de tanta gente.
RUMI-ÑAHUI.- ¡Poderoso Inca! Tú sabes ya todo lo que ha acontecido y cuáles han
sido mis yerros; no obstante de ser una piedra te obedezco y como piedra he destrozado
todo. Salí con una piedra y con ella he peleado, aunque aquéllos dominaban la comarca.
Sólo una cosa te pido, y es que me permitas partir a la fortaleza, pues te prometo sacarte
victorioso.
TÚPAC-YUPANQUI.- He aquí lo que debes hacer, para que recobres tu fama: no
abandones a Anti-Suyu; de este modo te he de probar.
HUILLCA-UMA.- Dentro de pocos días verás a Anti Suyu a tus pies; así lo he
encontrado en los quipus. Vuela pronto, Rumi-Ñahui.
(Vase RUMI-ÑAHUI apresuradamente; luego salen todos.)
ESCENA IX
Campo cerca de la fortaleza de OLLANTA.
(Salen RUMI-ÑAHUI fugitivo, bañado en sangre y un INDIO CAÑARI.)
RUMI-ÑAHUI.- ¿No hay en esta comarca alguien que tenga compasión de mí?
INDIO.- ¿Quién eres hombre? Avísame: ¿quién te ha puesto en ese estado? ¿De
dónde vienes tan cruelmente herido?
RUMI-ÑAHUI.- Ve a avisar a tu Inca, que su favorecido le llama.
INDIO.- ¿Cómo te llamas?
RUMI-ÑAHUI.- Todavía no te diré mi nombre.
INDIO.- Aguárdate allí.
(Vase.)
ESCENA X
Sale OLLANTA.
RUMI-ÑAHUI.- ¡Poderoso Inca! ¡Mil veces te adoro postrado a tus pies! Ten
compasión de este desgraciado.
OLLANTA.- ¿Quién eres? ¿Adónde vas? ¿De dónde has caído? ¿Quién eres tan
lastimosamente herido?
RUMI-ÑAHUI.- Me conoces demasiado, yo soy Rumi; por eso he caído a tus pies,
¡Inca, favoréceme!
OLLANTA.- ¿Eres tú, Rumi-Ñahui, el valiente de Anti-Suyu?
RUMI-ÑAHUI.- Soy ese Rumi, por eso he derramado sangre.
OLLANTA.- Levántate, aquí tienes mi mano. ¿Quién te ha puesto en este estado?
¿Quién te ha conducido a mi palacio, y a mi presencia? Que traigan ropa nueva para ti, pues
yo te amo. ¿Por qué estás desamparado?
RUMI-ÑAHUI.- El nuevo monarca Túpac-Yupanqui, que ahora gobierna en el Cuzco
es un tirano feroz. Vive en medio de regüeldos de sangre; degüella sin perdonar a nadie; sin
saciar jamás su corazón, todo lo inmola en su delirio; y así corre el suncho rojo. Yo soy el
valeroso de Anti-Suyu, como tal vez recuerdas. Conociendo esto, Túpac-Yupanqui me
llamó a su territorio. En ése su depravado corazón piensa una cosa y manda otra... Mira que
eres mi padre y mi madre; ¡aquí me tienes en tu palacio!
OLLANTA.- No te aflijas, Rumi; en este instante te voy a curar y a auxiliar. Tú
también has de ser su cuchillo. En el día de sacrificar al Sol tendremos una gran fiesta en el
cuartel real, y entonces debemos marchar para arriba.
RUMI-ÑAHUI.- Que la fiesta dure tres días aunque el regocijo sea limitado; pues
para entonces he de estar aliviado. Te hablo con mi corazón.
OLLANTA.- Concedido; tres noches hemos de sacrificar al gran Sol, y estaremos
todos en medio del júbilo, para lo cual se cerrará el cuartel real.
RUMI-ÑAHUI.- Que se avise también a los domésticos para que dispongan de la
noche y además, deban llevar consigo a sus mujeres.
ACTO III
ESCENA I
Patio interior del templo de las vírgenes.
(IMA-SÚMAC y PITU-SALLA salen de lados opuestos.)
IMA-SÚMAC.- Querida Pitu-Salla, dime, ¿hasta cuándo me ocultas aquel secreto?
Mira que me has partido el corazón, por no haberme avisado ayer, aunque con las lágrimas
en mis ojos, lo que por desgracia mía deseo tal vez saber. ¿Quién está allá afligida? No me
ocultes, paloma, quién es la que se lamenta y llora a cada instante dentro de aquel jardín.
¿Por qué se le prohíbe que me vea?
PITU-SALLA.- A nadie más que a ti, Ima-Súmac, he de descubrir lo que tú sola debes
saber; mas ocúltalo dentro de tu pecho como si fuera una roca; porque lo que vas a ver te ha
de causar un profundo dolor y has de llorar sin consuelo.
IMA-SÚMAC.- Aun cuando todo me reveles, a nadie he de avisar; nada me ocultes
que yo sabré sepultarlo en el fondo de mi corazón.
PITU-SALLA.- Cuando todas las matronas estén dormidas, aguárdame cerca de una
puerta de piedra que tiene aquel jardín.
(Vase.)
ESCENA II
PITU-SALLA vuelve con una bujía, una copa de agua y alimentos.
PITU-SALLA.- Ya es hora, levántate y tapa esta luz. (Vase con IMA-SÚMAC hacia
la puerta de una caverna; ábrela.) He aquí la princesa a quien tu corazón busca. ¿Cesa
ya de palpitar?
IMA-SÚMAC.- ¡Ay de mí! ¡Qué dolor! ¡Qué veo! ¿He buscado por ventura un
cadáver? ¡Me espanto de miedo! ¿Has custodiado acaso un muerto? (Se desvanece.)
PITU-SALLA.- ¡Qué me pasa! ¡Ima-Súmac! ¡Palomita! ¡Vuelve en ti, en este
instante!... ¡Doncellas! ¡Auxilio!... (IMA-SÚMAC revive.) No temas, hermana, no es
muerto quien llora, es una princesa que en este lugar se lamenta.
IMA-SÚMAC.- ¿Vive todavía aquella mujer?
PITU-SALLA.- Acércate, auxíliame, mira que todavía vive. Alcánzame agua y aprieta
bien la puerta. ¿Por qué no te alimentas hermosa princesa? Aquí tienes agua y comida;
descansa un poco, que ahora regresaré.
IMA-SÚMAC.- ¿Quién eres hermosa paloma, que estás aquí prisionera?
PITU-SALLA.- Come algo todavía, no sea que te desmayes.
CUSI-CCOYLLUR.- Después de tantos años sin ver más que tu cara, me traes ese
rostro nuevo, y me siento feliz.
IMA-SÚMAC.- ¡Ay princesa! ¡Bella escogida! ¡Hermoso pajarillo de oro! ¿En qué
has pecado, corazón? ¿Por qué tan oprimida? ¿Por qué tan angustiada? ¿Deseas la muerte
arrastrándote como un reptil?
CUSI-CCOYLLUR.- ¡Bella hija! ¡Fruto adorado! ¡Soy una mujer como la semilla del
panti arrojada al campo. Me casé con uno a quien amé como a la niña de mis ojos, sin que
el Inca supiera; pero él se volvió ingrato conmigo. Ollanta, antes tan querido por el Inca, le
expulsa, y después enfurecido me mandó acá prisionera. Ya hace muchos años que vivo en
este lugar; mira como estoy sin ver a nadie: en este calabozo no hay felicidad; ¡aguardo en
él, diez veces la muerte, atada entre cadenas de hierro y olvidada de todos!... Mas, ¿quién
eres corazón, tan niña y tan tierna?
IMA-SÚMAC.- Siempre te he buscado, traspasada de dolor; y desde el instante que te
sentí en esta casa, lloraba, y mi corazón saltaba dentro de mi pecho, pues no tengo padre ni
madre; ni a nadie conozco por tal.
CUSI-CCOYLLUR.- ¿Qué edad tienes?
IMA-SÚMAC.- Acaso tengo muchos años que abomino esta casa, y a no vivir en ella
los hubiera contado.
PITU-SALLA.- Como cosa de diez años, así calculo que tenga.
CUSI-CCOYLLUR.- ¿Cómo te llamas?
IMA-SÚMAC.- Me llamo Ima-Súmac, aunque tal vez no he correspondido a mi
nombre.
CUSI-CCOYLLUR.- ¡Ay hija mía! ¡Ay palomita! ¡Acércate a mi pecho! ¡Tú eres mi
única felicidad! ¡Hija mía! ¡Ven! ¡Ven! Mi regocijo es sin límites. Sí, yo te puse ese
nombre.
IMA-SÚMAC.- ¡Ay madre mía, no me desampares! ¿Te habré conocido sólo para
llorar? ¿Me dejarás en la orfandad? ¿En quién me refugiaré? ¿A quién volveré mis ojos?
¿Quién me ha de proteger? Alcánzame tu mano, auxíliame.
PITU-SALLA.- No grites, ¡no! Para mí será el tormento. Camina: ¡vámonos! Tal vez
nos oigan las matronas.
IMA-SÚMAC.- Sufre un poco más en esta cárcel maldita. Quédate que yo te he de
sacar de aquí. Pasa en ella algunos días. ¡Ay madre mía, me voy sin aliento y desearía un
veneno para mi corazón!
(Vanse IMA-SÚMAC y PITU-SALLA; luego, retirase CUSI-CCOYLLUR.)
ESCENA III
Sala en el palacio del Inca.
(Salen TÚPAC-YUPANQUI y HUILLCA-UMA.)
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Grande y noble Huillca-Uma! ¿Sabes algo de Rumi-Ñahui?
HUILLCA-UMA.- Salí ayer por la tarde hasta Huil-canota: encontré allí muchos
prisioneros, que eran todos de la nación anti, la cual se dice que ha sido vencida, sus
campos talados y sus hogares incendiados.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¿Han tomado a Ollanta? ¿Tal vez si ese hombre se ha
escapado?
HUILLCA-UMA.- Ya Ollanta ha sido vencido, destrozado y devorado por las llamas.
TÚPAC-YUPANQUI.- Nuestro padre el Sol nos ha favorecido, como que soy de su
linaje. Sí, los hemos de rendir a nuestros pies; para eso estoy aquí.
ESCENA IV
Sale un INDIO CAÑARI.
INDIO.- Rumi-Ñahui me ha mandado muy de prisa con este quipu.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Ve qué dice!
HUILLCA-UMA.- (Descifra el quipu.) ¡En este quipu hay carbón, que indica que ya
Ollanta ha sido quemado! Estos tres... cinco quipus atados dicen que Anti-Suyu ha sido
sometido, y que se encuentra en manos del Inca; esos tres... cinco, que todo se ha hecho con
rigor.
TÚPAC-YUPANQUI.- Y tú que has estado allí, ¿qué cosa has hecho?
INDIO.- ¡Poderoso Inca, hijo del Sol! Mira que soy el primero trayéndote la noticia
de que has triunfado, subyugado y derramado la sangre de esos traidores.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Cómo! ¿no he amonestado con frecuencia que no se derrame
la sangre de aquella gente, pues bien saben que la amo y compadezco?
INDIO.- ¡Padre mío! No; no se ha vertido la sangre de nuestros enemigos; que corra
esta noche.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¿Qué has visto?
INDIO.- Yo estuve allí junto con todo mi ejército, durmiendo en la confluencia del
Qqueru y escondido en Yanahuara. Como en este valle hay muchas selvas para celadas,
permanecí oculto en una casa por espacio de tres días, con sus noches, soportando el
hambre y las intemperies. Rumi-Ñahui vino a verme y me declaró todo su plan: que
nosotros debíamos venir de noche, luego que él regresase a su puesto, pues se iba a celebrar
en el cuartel real una gran fiesta, y, cuando todos estuviesen entregados a la embriaguez,
podíamos cargar durante la noche con el ejército de los veteranos. Después de haberme
descubierto su estrategia, se regresó y aguardamos aquella noche. Mientras tanto, Ollanta
pasaba divirtiéndose en la celebración de la fiesta del Sol, junto con los suyos, y el ejército
entregado a la beodez por espacio de tres días.
Nosotros les caímos a media noche, y nuestro ejército entró por sorpresa, sin que el
enemigo lo percibiera y estalló sobre él como la tempestad. De esta manera fue al punto
sobrecogido de espanto, y cuando volvió en sí, se encontró prisionero en nuestras manos.
Rumi-Ñahui se hallaba todavía enfermo; aunque Orcco-Huarancca marchaba muy triste, sin
embargo empuñaba con furia, la cadena. De este el Inca condujo a Ollanta, con su séquito;
Ancco-Allu con sus mujeres y como cerca de diez mil antis prisioneros. Sus mujeres
convertidas en un mar de lágrimas los seguían de cerca. Por esto, en verdad, has visto a
Huilcanota entregada al llanto.
ESCENA V
RUMI-ÑAHUI sale victorioso, con la cabeza descubierta.
RUMI-ÑAHUI.- ¡Postrado a tus pies, poderoso Inca, te adoro mil veces! Escucha mis
palabras, pues estoy bajo tu amparo.
TÚPAC-YUPANQUI.- Levántate; aquí tienes mi mano: regocíjate porque has salido
bien en tu empresa; echaste tu red y has pescado.
RUMI-ÑAHUI.- Sí, ese traidor con sus piedras ha muerto muchos nobles y un sin
número de plebeyos; mas yo Rumi he sido para él un peñasco; como Rumi he acabado con
él y sus compañeros.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¿Se ha derramado mucha sangre?
RUMI-ÑAHUI.- No noble, no en verdad; he cumplido todo como me has mandado;
así he tomado toda la nación anti prisionera; sus montañas están allanadas e incendiadas.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¿Dónde están esos enemigos?
RUMI-ÑAHUI.- Todos aguardan en el campo perecer con terrible castigo. Cada cual
se apresura en buscar la muerte; pero es menester separar a las mujeres que están
embarazadas, pues ellas bastan para la propagación de la especie.
TÚPAC-YUPANQUI.- Así ha de ser infaliblemente. Que todos los niños y mendigos
sean destruidos sin excepción; aun cuando todo el Cuzco sucumba con ellos. Conduce a mi
presencia a esos traidores.
ESCENA VI
Traen a OLLANTA, ANCCO-ALLU y ORCCO-HUARANCCA cargados de
cadenas con los ojos vendados; con ellos salen PIQUI-CHAQUI y HUILLCA-UMA.
TÚPAC-YUPANQUI.- Quítales la venda. Dime: ¿dónde estás, Ollanta? ¿dónde,
Orcco-Huarancca? Ahora sin remedio seréis ejecutados. ¿Quién te ha metido en esto?
PIQUI-CHAQUI.- Sabes que entre los yuncas hay muchos piques que producen
úlceras graves, que se curan con agua caliente; por esto, quítame a mí también la vida.
TÚPAC-YUPANQUI.- Ancco-Allu, respóndeme: ¿por qué te has perdido con
Ollanta? Desátale. ¿No es cierto que el Inca te ha venerado como a un padre; y no es cierto
que en él has hallado cuanto has querido? Tu palabra ha imperado en su voluntad; cuanto
has pedido se te ha concedido y aún más. ¿Había algo oculto para ti? ¡Hablad, traidores!
¡Respóndeme, Ollanta! ¡Responde, Orcco-Huarancca!
OLLANTA.- ¡Padre mío, nada me preguntes!; nuestro crimen rebosa por todas partes.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Veamos la muerte que deban recibir! Di tu parecer, Huillca-
Uma.
HUILLCA-UMA.- ¡El Sol me ha concedido un corazón muy benigno!
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Rumi!, habla entonces.
RUMI-ÑAHUI.- Siendo esta grande traición, el castigo debe ser el último suplicio. El
Inca enrostra muchos crímenes a esta gente; así, que se les ate de uno en uno, ahora mismo,
a cuatro estacas para que todos sus siervos pasen por encima de estos traidores; y que su
ejército sea traspasado a flechazos, en castigo de su rebeldía. De este modo se vengará con
sangre la muerte de sus padres.
PIQUI-CHAQUI.- Así se ha de destruir la nación anti; que se haga también una
hoguera para quemar su gente.
RUMI-ÑAHUI.- ¡Calla!, si no te he de lanzar una piedra, pues ahora tengo corazón de
piedra.
TÚPAC-YUPANQUI.- Habéis oído que se ha mandado que muráis en la estaca.
¡Condúcelos acá! ¡Muerte a los traidores!
RUMI-ÑAHUI.- ¡Arrastrad a esos traidores al lugar donde deben ser escarmentados!
¡Estiradlos! ¡Arrastrad, arrastradlos hechos pedazos!
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Pon en libertad a esos prisioneros! ¡Que se aparten de mi
presencia! ¡Habéis contemplado de cerca la muerte! ¡Ahora huid como el ciervo en el
bosque! Ya que estáis rendidos a mis plantas, mi corazón me dicta que sea generoso con
vosotros y que os eleve; aunque sea un millón de veces más. Tú, que has sido el valeroso
gobernador de Anti-Suyu, sabrás que es mi voluntad que le continúes mandando para que
conserves siempre tu fama. Huillca-Uma, toma el yelmo y aquellas insignias y pónselas de
nuevo a este desgraciado que se ha libertado de la muerte.
HUILLCA-UMA.- ¡Ollanta! Conoce desde hoy el poder de Túpac-Yupanqui; desde
este instante aprende a obedecerle y amarle como a tu protector. Todo mi poder está en esas
insignias, ahora te las ciño y sabrás que son las armas del Inca.
OLLANTA.- Con las lágrimas en mis ojos, protesto que te he de amar y que he de ser
tu humilde siervo. ¿Quién será igual a ti? Humillado a tus pies desataré tu calzado y desde
ahora estoy cierto que todo mi poder depende de tu palabra.
TÚPAC-YUPANQUI.- Ven acá Orcco-Huarancca. Ollanta te hizo general y te dio ese
yelmo, para que estuvieras contra mí; sin embargo mi furor se ha aplacado: tú quedarás
gobernando Anti-Suyu, para que salgas a la conquista de nuestro enemigo. Recibe este
yelmo, para que te portes con valor; y ya que te he libertado de la muerte me contarás en el
número de los que te aman.
ORCCO-HUARANCCA.- ¡Postrado a tus pies, poderoso Inca, te adoro mil veces;
aunque extraviado, ahora te he de auxiliar!
HUILLCA-UMA.- El poderoso Túpac-Yupanqui te hizo noble, concediéndote ese
yelmo y esas flechas; así pues serás valiente como el joven tunqui.
RUMI-ÑAHUI.- ¿Habrá entonces dos Incas en el belicoso Anti-Suyu?
TÚPAC-YUPANQUI.- No, Rumi; no habrá dos: Orcco Huarancca gobernará a Anti-
Suyu, y Ollanta se quedará en el Cuzco, ocupando el trono para que gobierne en vez del
Inca, y así permanecerá siempre aquí.
OLLANTA.- ¡Oh Inca! ¡Enalteces demasiado a este hombre que nada es! ¡Vive mil
años! ¿Qué habéis hallado en mí?
TÚPAC-YUPANQUI.- Saca, Huillca-Uma, la grande insignia real; ponle pronto la
borla amarilla; dale el cetro y hele aquí representando al Inca. Ahora debo comunicarte mis
órdenes: tú, Ollanta, permanecerás en mi lugar; pues yo marcho al Collao dentro de un mes;
por eso lo he dispuesto así. Me iré lleno de complacencia, dejando a Ollanta sobre el trono.
OLLANTA.- Deseo partir contigo a cualquier parte que sea; pues sabes muy bien que
soy varón diligente; supuesto que soy tu siervo, sin duda alguna he de ser el primero que
marche en tu compañía.
TÚPAC-YUPANQUI.- Cásate de una vez; con eso estarás contento y descansarás
tranquilo. Escoge la que quieras.
OLLANTA.- ¡Oh noble! Soy casado; mas he sido desgraciado.
TÚPAC-YUPANQUI.- Todavía no conozco a tu esposa. Preséntamela para venerarla.
Nada me ocultes.
OLLANTA.- ¡En el Cuzco se ha perdido mi adorada paloma! En un solo día
desapareció volando a otros lugares; la he buscado aquí y allá, preguntando a todos; pero
ella se perdió, como si la tierra se la hubiera tragado. ¡Tal es mi situación!
TÚPAC-YUPANQUI.- No te entristezcas, Ollanta; aunque sea eso y mucho más:
cumple con mis órdenes sin retroceder. Huillca-Uma, haz lo que te he dicho.
HUILLCA-UMA.- ¡Pueblo! Sabed que Ollanta representa al Inca y que gobierna en
su lugar. ¡Salve, Inca Ollanta!
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Vosotros, acatadle!
RUMI-ÑAHUI.- Te felicito por tu ventura de que hagas las veces del noble Inca. Que
todo Anti-Suyu se regocije y la comarca entera te sea propicia.
MUCHAS VOCES.- (Afuera.) ¡Atrás! ¡Atrás! ¡Fuera! ¡Fuera esa niña!
IMA-SÚMAC.- (Afuera.) Por lo que más améis, dejadme hablar; no me impidáis;
mirad que he de morir en este momento.
TÚPAC-YUPANQUI.- (A un INDIO en la puerta.) ¿Quién llora afuera?
INDIO.- Una niña viene llorando y quiere hablar con el Inca.
TÚPAC-YUPANQUI.- Condúcela acá.
(Vase el INDIO.)
ESCENA VII
Sale IMA-SÚMAC.
IMA-SÚMAC.- ¿Cuál de vosotros es el Inca, para arrojarme a sus pies?
HUILLCA-UMA.- Él es nuestro Inca, bella niña; ¿por qué lloras?
IMA-SÚMAC.- ¡Inca mío! tú eres mi padre, perdona a tu hija. Favoréceme, pues eres
hijo del Sol. Mi madre habrá muerto ya, presa en una cárcel de granito. Un feroz enemigo
la confinó allí, para que muriera lentamente. Estará ya bañada en su sangre.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¿Quién es aquel tirano? ¡Ollanta! ¡Ollanta! ¡Levántate pronto!
¡Ve eso!
OLLANTA.- Vamos, niña, llévame presto. ¿Quién ha muerto a tu madre?
IMA-SÚMAC.- Tú no vayas; el Inca que la vea, pues él la conoce, mientras que tú,
no. Inca, levántate pronto; no sea que encuentre a mi madre muerta; ya me parece ver su
cadáver. Sí, obedéceme.
HUILLCA-UMA.- ¡Poderoso Inca! Pues hasta ti llegan sus tormentos, ¿quién osará
impedir que seas su libertador?
OLLANTA.- ¿Dónde está tu madre cautiva?
IMA-SÚMAC.- En un rincón de aquella casa.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Vamos! ¡Vamos! Todos juntos; ya que hallándonos en medio
de los placeres, esta niña ha venido a rasgar mi corazón.
IMA-SÚMAC.- (Señala la puerta.) ¡Padre mío! Aquí está mi madre. ¡Aquí! ¡Quién
sabe si ya se encuentra muerta!
OLLANTA.- Me parece que te engañas: ésta es la casa de las princesas.
IMA-SÚMAC.- Mi paloma padece en esta casa diez años.
OLLANTA.- ¡Abrid aquella puerta! ¡El Inca viene!
ESCENA VIII
PITU-SALLA abre la puerta.
IMA-SÚMAC.- ¡Hermana mía Pitu-Salla! ¿Todavía vive mi madre? Entremos, que se
abra esa puerta. +
(Señala la caverna.)
TÚPAC-YUPANQUI.- ¿Qué puerta hay aquí?
IMA-SÚMAC.- Padre mío, ésta es la puerta. Pitu-Salla, ábrela que nuestro Inca está
aquí.
(Ábrese la segunda puerta por la que sale, cerrándola, MAMA-CCACCA.)
MAMA-CCACCA.- ¿Es una realidad o un sueño, que vea al Inca en estos lugares?
TÚPAC-YUPANQUI.- Abre esta puerta.
(Ábrela MAMA-CCACCA y se ve a CUSI-CCOYLLUR.)
IMA-SÚMAC.- ¡Ay madre mía! Mi corazón me anuncia encontrarte muerta. He
temido por momentos ver tu cadáver. Pitu-Salla, alcánzame mucha agua; procura que mi
madre vuelva a vivir.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¿Qué caverna es aquélla en la roca? ¿Qué mujer es ésa? ¿Qué
significa todo esto? ¿Es una cadena de hierro que la aprisiona? ¿Qué tirano la ha cargado
así? ¿Dónde estaba el corazón del Inca? ¿Había engendrado por ventura a un reptil? Mama-
Ccacca ven acá. ¿Quién es aquella mujer que viene? ¡He aquí que se ha transformado en un
espectro esa desgraciada!
MAMA-CCACCA.- Tu padre lo ha ordenado, queriendo sólo escarmentarla.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Sal de aquí, Mama-Ccacca! ¡Arrojad afuera a esa montañesa,
a esa fiera y que nunca mis ojos la vuelvan a ver!
(Le obedecen, y sacan a CUSI-CCOYLLUR.)
CUSI-CCOYLLUR.- ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son ésos? ¡Hija mía, Ima-Súmac, ven
acá palomita! ¿De dónde esa gente aquí?
IMA-SÚMAC.- Madre mía, no temas, aquí está nuestro Inca. El poderoso Yupanqui
viene: habla, no duermas.
TÚPAC-YUPANQUI.- Mi corazón se desgarra, al presenciar tanto infortunio.
Descansa, y dime después ¿quién eres? Dime, ¿cómo se llama tu madre?
IMA-SÚMAC.- ¡Padre mío! ¡Piadoso noble! Manda todavía que desaten a esa
prisionera.
HUILLCA-UMA.- Yo debo desatar y auxiliar a esta infeliz.
OLLANTA.- ¿Cómo se llama tu madre?
IMA-SÚMAC.- Cusi-Ccoyllur es su nombre.
TÚPAC-YUPANQUI.- Me parece que te equivocas. Ella está en la sepultura, donde
tendrá felicidad.
OLLANTA.- ¡Ay poderoso Inca Yupanqui! Esta niña es hija de mi esposa.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Todo me parece un sueño! ¡Esta felicidad hallada! ¿Esta
mujer Cusi-Ccoyllur es mi hermana?... ¡Hermana mía! ¡Cusi-Ccoyllur, querida paloma, ven
acá, abrázame y consuélame para que pueda vivir!
CUSI-CCOYLLUR.- Ya sabrás, hermano mío, los infinitos tormentos que padezco
aquí, desde hace tantos años. Tú eres, pues, quien me ha de libertar de la muerte.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¿Quién eres, mujer, que tanto te angustias? ¿Quién te ha
puesto aquí? ¿Qué crimen te ha arrastrado? Muy bien hubieras podido perder el juicio.
¿Tendré corazón para presenciar sufrimientos tan inexplicables? ¡Debiera morir con esta
mujer, como si fuera la madre que la dio a luz! ¡Su rostro está marchito, su hermosa boca
incognoscible: se acabó para siempre su beldad!
OLLANTA.- ¡Cusi-Ccoyllur, yo te perdí primero, mas ahora vives! Y tú eres su padre
que le puedes quitar la vida; mas entonces arráncala a los dos juntos: ¡no me dejes que
sobreviva! ¡Mi corazón entero está llagado! ¡Cusi-Ccoyllur! ¿Dónde está tu risueño
semblante? ¿Dónde tus lindos ojos? ¿Dónde tu belleza? ¿Eres acaso una hija maldita?
CUSI-CCOYLLUR.- ¡Ollanta! ¡Ollanta! ¡Un veneno abrasador ha sido la causa que
nos haya separado por espacio de diez años; mas ahora nos vuelve a unir, para que vivamos
de nuevo! ¡Tú has de contar tantos años de goces y de pesares, cuantos el poderoso Inca
viva, y con esta nueva vida, tu existencia se ha de prolongar!
HUILLCA-UMA.- Alcánzame ropa nueva para vestir a nuestra princesa.
TÚPAC-YUPANQUI.- ¡Ollanta! ¡He aquí a tu esposa; desde hoy venérala. Y tú Ima-
Súmac, ven a mi pecho: ven, hermosa paloma, a devanar esos ovillos. ¡Sí, tú eres la prole
de Ccoyllur!
OLLANTA.- ¡Oh noble! ¡Tú eres nuestro amparo! ¡Tus manos apartan todo dolor! Tú
eres nuestra sola y única ventura.
TÚPAC-YUPANQUI.- No te aflijas; vive contento con tu dicha, pues ya posees a tu
esposa y te has libertado de la muerte.
(Tocan música de flauta y tambor.)
VERSIÓN CASTELLANA EN 15 ESCENAS según G.
PACHECO ZEGARRA
El Drama OLLANTAY es una de las escasas composiciones que nos quedan de la
antigua América. Se han hecho diversas traducciones: el año 1868 una en castellano por
José Sebastián Barranca; el año 1871 otra en inglés por R. Markham; el año 1873 otra en
español por José Fernández Nodal; el año 1878 otra en francés por Gavino Pacheco
Zegarra.
F. Pi y Margall.
Según los historiadores, eran los Amautas y Harahuicus los que tenían la obligación de
saber de memoria y de recitar todas las composiciones poéticas y crónicas relativas a los
hechos memorables, y muchos entre ellos, que tomaban el nombre de Quipucamayos,
encargados de los quipus, estaban exclusivamente consagrados a conservarlas por medio de
este género de escritura peculiar de los Incas. Ahora bien, no hay más que una alternativa
posible respecto a la conservación del drama desde la época en que se compuso hasta la de
su trascripción: o fué conservado el Ollantay en un quipu que se pudo salvar de la
destrucción de los objetos de esta especie y que guardado por alguno de aquellos
quipucamayos, fué trasmitido de viva voz a algún religioso aficionado a esa clase de
investigación, el cual lo escribía a medida que el otro le dictaba; o uno de los harahuicus
que lo sabían de memoria, muchos de los cuales es probable existieran aún durante los
treinta o cuarenta años primeros de la conquista, lo trasmitió oralmente al aficionado
quechuista, que, disponiendo de nuestra escritura, lo copiaría con avidez.
Lo cierto es que nuestro Ollantay quedó escrito, aunque olvidado, en poder de algún
aficionado, o tal vez en el convento de Santo Domingo del Cuzco, erigido sobre las ruinas
del famoso templo del Sol; pues el códice más antiguo del Ollantay de que se tiene noticia,
existía hasta mediados del siglo en dicho convento, y se hallaba tan viejo y casi ilegible,
según un artista de Munich que le copió, llamado Ruguendas, que nada tendría de
extraordinario el suponer que el dicho códice hubiera contenido la primitiva transcripción.
PERSONAJES
Ollantay, gran jefe de los Andes.
Pachacutic, rey del Cuzco.
Túpac-Yupanqui, hijo de Pachacutic.
Ojo-de-Piedra, jefe militar del Cuzco.
Jefe Montañes, uno de los jefes sometidos a Ollantay.
Hanco-Huaillo, príncipe de la nobleza.
El Astrólogo, al propio tiempo gran sacerdote.
Pie-Ligero, paje de Ollantay.
Un indio, que sirve de mensajero.
Estrella, hija del rey Pachacutic y de la reina Anahuarqui.
Bella, hija de Estrella.
La Madre Roca, superiora de las Vírgenes Escogidas.
Salla, compañera de bella.
Séquito del rey, de Ollantay y de Estrella.
ESCENA I
Gran plaza en el Cuzco con el templo del Sol en el fondo. La
escena tiene lugar ante el vestíbulo del templo.
DIÁLOGO PRIMERO
OLLANTAY - PIE LIGERO
Ollantay: ¿Has visto en su casa a la encantadora Estrella?
Pie-Ligero: ¡Líbreme Dios de espiarla! ¿Cómo es que tú no temes a la hija de un rey?
Ollantay: Sea lo que fuere, no he de vivir sin adorar a esa tierna paloma. Fuérzame mi
corazón a ir tras ella como tierno corderillo.
Pie-Ligero: Paréceme que tienes al diablo en el cuerpo y que no está muy segura tu cabeza.
Otras doncellas hay a quienes amar. ¿Por qué apresurarte tanto? El día en que descubra el
rey tu audaz propósito, te cortará la cabeza y arrojará tu cuerpo a las llamas.
Ollantay: ¡Hombre! No me desanimes, si no quieres perecer. No hables más, o te hago
pedazos entre mis manos.
Pie-Ligero: Arrástrame, pues, si quieres, como a perro muerto; pero no me repitas, noche y
día, durante años enteros: "Pie-Ligero, vé a buscar a Estrella".
Ollantay: Pie-Ligero, ya te lo he dicho: aún cuando la misma muerte con su guadaña, o las
montañas conjuradas, se volvieran contra mí, como terribles enemigos, sabría resistirlas y
afrontarlas, para caer muerto o vivo a los pies de mi divina Estrella.
Pie-Ligero: ¿Y si el diablo se te apareciese?
Ollantay: ¡Hasta a él mismo le haría morder el polvo!
Pie-Ligero: Como no has visto ni la punta de su nariz, estás hablando así.
Ollantay: Sea: pero dime, Pie-Ligero, francamente y sin rodeos: ¿No es Estrella la más
bella de todas las flores? ¡Vamos, confiésalo!
Pie-Ligero: ¡Todavía te turba Estrella el espíritu! No la he visto; pero quizá fuere la que ví
ayer, a la caída de la tarde, en el sitio más solitario del paseo: en aquel paraje me pareció
brillante como el sol y bella como la luna.
Ollantay: ¡Era ella! Ya la conoces. ¡Qué divina belleza! Llévale enseguida un halagüeño
mensaje de mi parte.
Pie-Ligero: ¿Cómo he de penetrar, en medio del día, en su palacio, donde multitud de
mujeres emperejiladas la rodean y entre las que no podría reconocerla?
Ollantay: ¿Pues no acabas de decirme que ya la conoces?
Pie-Ligero: En broma lo dije. Estrella es una estrella que solo brilla de noche, y a esta hora
es cuando podría reconocerla.
Ollantay: ¡Véte de aquí, supersticioso! Mi amada Estrella oscurece al sol y brilla sin rival.
Pie-Ligero: Aquí llega ahora un anciano, o una vieja, pues mas bien por su aspecto parece
una mujer, y ella podrá llevar tu mensaje. Haz que lo lleve, que si yo lo hiciera, pobre
diablo, me llamarían todos correveydile.
DIÁLOGO SEGUNDO
Dichos y el Astrólogo
El Astrólogo: Eterno Sol, prosternado ante tí, yo te admiro reverente en tu carrera. Mil
llamas serán por tí sacrificadas en este solemne día consagrado a tí. Después del ayuno, en
tu honor correrá su sangre y las consumirá la inmensa hoguera.
Ollantay: Pie-Ligero, mira que aquí viene el sabio Astrólogo. Este viejo zorro arrastra tras
de sí una carga de brujerías. Aborrezco a este hechicero, que no abre la boca más que para
pronosticar desgracias. Cuando habla no predice más que fatalidades.
Pie-Ligero: ¡Chist! Cállate, que estoy seguro que este brujo sabe ya de memoria lo que
dices y lo que piensas, pues lo adivina todo.
Ollantay: Ya me ha visto y voy a su encuentro. Ilustre y noble Astrólogo, me inclino ante tí
respetuosamente. Que el cielo te ilumine y aparte las sombras de tus ojos.
El Astrólogo: Poderoso Ollantay, ¡ojalá pueda pertenecer el país entero, y abarcar tu
vigoroso brazo el Universo!
Ollantay: Al verte, anciano, se extremece uno de terror. En derredor tuyo no se ven más
que huesos, flores fúnebres, urnas y piedras preciosas, y te miran con miedo. ¿Qué significa
todo esto? ¿Es que el rey te ha llamado como profeta de la desgracia o como el genio del
bien? ¿Por qué has venido antes del día consagrado a tu fiesta? ¿Estaría malo el rey? ¿O es
que has adivinado que la sangre ha de correr muy pronto? Porque aún está lejos el día del
Sol y de las libaciones a la Luna, que apenas se descubre, y todavía no estamos en el
solemne día de los sacrificios de la gran fiesta.
El Astrólogo: ¿Por qué me preguntas en ese tono de reconvención? ¿Soy tu vasallo acaso?
Lo sé todo y pronto te lo probaré.
Ollantay: Siento que mi corazón desfallece de temor al verte llegar inesperadamente este
día. ¡Quizá me sea funesta tu venida!
El Astrólogo: Ollantay, no tengas miedo, aunque hoy me veas aquí; quizá sea amor lo que
me trae a tu lado, como arrastra el viento a la hoja seca. Dime, ¿obedece tu cabeza a tu
corazón diabólico? Te concedo este día para que, a tu gusto, elijas tu felicidad o tu
perdición, la vida o la muerte.
Ollantay: Aclara tus palabras para que las comprenda. Parecen una madeja enredada, y
harías bien en desenredármela.
El Astrólogo: Pues bien, escúchame Ollantay. La ciencia me enseña cosas ocultas a los
espíritus vulgares. Me considero con poder suficiente para descubrirlo todo y hacer de tí un
gran jefe. Desde tu edad más tierna, te he educado y te he querido lo bastante para servirte
en esta ocasión. El pueblo te venera como jefe del país de los Andes; el rey te estima
mucho, y desearía compartir contigo su corona. Ha dirigido a todos su mirada; solo en tí la
ha puesto. Tu brazo lo ha encontrado fuerte contra los golpes de sus enemigos, y los has
vencido a todos, por numerosos que han sido. Pero, ¿esto es una razón para que hieras el
corazón del rey? Amas a su hija, y pretendes que por tí se vuelva loca, abusando de esta
pasión. No lo hagas; crimen semejante no brota jamás de un corazón noble. Por inmensa
que sea tu pasión, ¿es un motivo para pagar su amor con la deshonra? Vacilas, pero te
detengo al borde del abismo. Sabes muy bien que el rey no consentirá nunca que su hija
haga un casamiento desigual. Desplegar los labios sería levantar en su corazón una
espantosa tormenta. Por tus locas ilusiones, caerías del primer rango que ocupas,
descenderías de príncipe a plebeyo.
Ollantay: ¿Cómo sabes todo lo que oculto en el fondo de mi corazón? Solo su madre lo
sabía, pero veo que todo me lo revelas.
El Astrólogo: Como en un libro abierto en la Luna, y el destino más oscuro aparece claro a
mis ojos.
Ollantay: Comprendí que tu deseo era beber en mi corazón y apagar la sed que te devora:
¿tirarás la copa después de dejarla vacía?
El Astrólogo: ¡Cúantas veces bebemos en copas de oro mortales venenos! Sabe que, con
mucha frecuencia, nos hiere la desgracia por nuestra obstinación.
Ollantay: Sepulta en mi garganta el cuchillo que tienes en tu mano y arráncame el corazón;
a tus pies me arrojo.
El Astrólogo: (A Pie-Ligero) Cójeme esa flor.
(A Ollantay) Ya ves que parece estar seca... La estrujo... Mira como llora... ¡Llora!...
(Estrujando la flor.)
Ollantay: Sería más fácil hacer que el agua brote de la roca y que llore la arena, que
obligarme a abandonar la estrella de mi felicidad.
El Astrólogo: Arroja en la tierra la mala semilla, y en pocos días la verás multiplicarse y
crecer más allá de los límites del campo. ¡Cuanto más desenfrenado y grande sea tu crimen,
más pequeño serás!
Ollantay: Venerable padre, voy a abrirte mi corazón, y a confesarte mis faltas; y ya que has
sorprendido mi secreto, quiero que sepas para siempre que los lazos que me sujetan son tan
fuertes, que acabarán por ahogarme. Y aún cuando estén tejidos con hilos de oro, un crimen
de oro como el mío es digno de castigarse con ellos. Estrella ya me pertenece. Estoy a ella
unido y ahora soy tan noble como ella, puesto que mi sangre corre por sus venas. Bien lo
sabe su madre, que puede atestiguarlo. Voy a decírselo todo al rey, y después que lo sepa
cuento con vuestra influencia para que me dé a Estrella. Voy a hablarle con energía y sin
temor, arrostrando su cólera y su desprecio porque no tengo sangre real, pero quizá al
recordar mi juventud se enternezca viendo grabados mis combates en esta arma victoriosa,
que venció a millares de guerreros, arrastrándolos humillados a sus plantas.
El Astrólogo: ¡Joven príncipe, hablas demasiado! Rompiste y enredaste la madeja de tu
destino: átala tu y desenrédala. Ve tu solo a hablar al rey, pero poco y con mucho respeto, y
sufre el castigo que te has buscado; mas piensa que, ni en la vida ni en la muerte te olvidaré
jamás. (Vase.)
DIÁLOGO TERCERO
Los mismos menos el Astrólogo
Ollantay: Ollantay, eres hombre, y no debes temer nada. No exageres el peligro. ¡Estrella,
estrella de la felicidad, ilumíname! Pie-Ligero, ¿dónde estás?
Pie-Ligero: Me había dormido, y he soñado cosas siniestras.
Ollantay: ¿Qué has soñado?
Pie-Ligero: Que ahorcaban a un zorro.
Ollantay: ¡Seguramente, ese zorro eras tú!
Pie-Ligero: Verdad es que mis narices se afilan y mis orejas crecen.
Ollantay: Condúceme a casa de Estrella.
Pie-Ligero: Aun es de día.
ESCENA II
Gran salón en el palacio de la reina madre, a quien acompaña
Estrella.
DIÁLOGO PRIMERO
La reina madre Anahuarqui y Estrella
La Reina Madre: Estrella, pupila del Sol, ¿desde cuándo estás tan triste? ¿Desde cuándo
han huído de tí a un tiempo la felicidad y la alegría? También las lágrimas, que son la lluvia
del alma, inundan mi rostro; no puedo mirarte sin dolerme de tu estado, que causará mi
muerte. ¿No estás unida a Ollantay, a quien amas? ¿No eres ya su esposa? ¿No es ese
guerrero el hombre a quien elegiste? Calma, pues, tu dolor.
Estrella: ¡Oh, reina mía! ¡Oh, madre mía! ¿Cómo he de contener mi llanto y mis gemidos,
si el hombre a quien adoro, ese esposo tan deseado, no piensa en mí, y me abandona días y
noches enteras, sin ocuparse de mi juventud? Aparta de mí sus ojos y ya no me busca. ¡Oh,
reina mía! ¡Oh, madre mía! ¡Ah, esposo tan querido como deseado! Hasta que llegue el día
de unirme a tí, para mí no brillará la luna, el sol no tendrá aurora; las nubes, teñidas de
púrpura poco antes, han tomado el color de seca y fría ceniza; las estrellan palidecen y
lloran como yo, y, si cayese agua del cielo, mis ojos, enrojecidos por el llanto, creerían ver
una lluvia de sangre. ¡Oh, reina mía! ¡Oh, madre mía! ¡Oh, esposo mío tan deseado!
DIÁLOGO SEGUNDO
Dichos y el rey Pachacutic, con su séquito
La Reina Madre: Compón tu semblante y seca tus lágrimas: el rey, tu padre, llega y se
acerca a nosotras.
El Rey (A Estrella): Estrella de felicidad, esencia de mi alma, la flor más bella entre todos
mis hijos, red que aprisiona mi corazón; tus labios son tan rojos como el coral. Ven, paloma
mía, descansa en mis brazos; descorre a mis ojos ese velo de oro con que me envuelves; de
tí dimana toda mi dicha; tú eres las niñas de mis ojos y el brillo de los tuyos, cuando los
elevas, fascinan como un rayo de sol al que te mira. Cuando se entreabren tus labios, tu
aliento embalsama el aire. Sin tí no podría tu padre vivir ni gozar, pues su vida entera la
consagra a tu felicidad.
Estrella (Cayendo a sus pies.): ¡Oh padre, tan bondadoso ante mí! Mil veces beso tus
plantas. Bajo tu sombra desaparecen todas las penas de tu hija.
El Rey: ¡Hija mía! ¡Tú, prosternada ante mí! ¡Tú, a los pies de tu padre, que te considera
tanto! Temo alguna desgracia; pero... ¿lloras?
Estrella: La estrella llora de pena cuando aparece el sol; pero sus lágrimas, claras y puras,
mitigan su dolor.
El Rey: Levántate, amada mía, tu sitio es sobre mis rodillas.
DIÁLOGO TERCERO
Dichos, coro de hombres y mujeres
Un criado: Señor, tus humildes vasallos vienen a distraerte.
El Rey: Haz que entre todo el mundo.
(Hombres y mujeres entran bailando y cantando lo siguiente.)
Es preciso no comer,
Tortolilla
en el campo de la princesa;
Tortolilla
Es menester no consumir,
Tortolilla
todo el maíz de la cosecha;
Tortolilla
Los granos están muy blancos
Tortolilla
y dulces para comerlos;
Tortolilla
El fruto está muy tierno,
Tortolilla
y las hojas están verdes;
Tortolilla
Pero el cebo está ya puesto,
Tortolilla
y la liga preparada;
Tortolilla
Yo me cortaré las uñas,
Tortolilla
para cojerte con más blandura.
Tortolilla
Pregunta al piscaca1
Tortolilla
¡Mírale ya muerto!
Tortolilla
¿dónde está su corazón?
Tortolilla
¿dónde sus plumas?
Tortolilla
Ha sido descuartizado,
Tortolilla
por haber picoteado un solo grano;
Tortolilla
Tal es el triste destino
Tortolilla
del pájaro merodeador,
Tortolilla
El Rey: Estrella, te dejo en el palacio de tu madre, rodeada de tus jóvenes servidoras, que
continúan sus alegres diversiones.
DIÁLOGO CUARTO
Dichos, menos el rey Pachacutic
Estrella: Preferiría, queridas amigas, que vuestro canto fuese mas triste. Auguro mal de lo
que acabaís de cantar. Vosotros podeís retiraros.
(Los hombres salen y una de las jóvenes canta.)
Yaravi
Dos enamoradas palomas, desoladas, suspiran, lloran, sollozan; y cubiertas de nieve, se
guarecen en el tronco de un árbol carcomido y viejo. Pero he aquí que una de ellas,
abandonada por su compañera, se queja, amargamente, viéndose por la primera vez en su
vida sola en la selva. Creyendo muerta a su compañera, exhala en este canto lastimero su
tristeza:
"Tierna compañera ¿dónde estás? ¿qué ha sido de tus dulces ojos, tu encantadora garganta y
tu tierno corazón? ¿qué de tus labios de fuego?
1El "piscaca" es un pájaro mucho más gordo que el "tuya", que matan los indios, clavándolos en los
troncos de los árboles para servir de espantajo a los demás pájaros, cmo se hace en Europa para las
aves de rapiña. (Nota del Sr. Pacheco Zegarra)
Y de esta suerte, buscando errante y loca a su amiga, va de roca en roca; y dando agudos y
dolorosos gritos y sin cuidarse de nada, se posa hasta sobre espinas, preguntando por su
compañera. Pero no puede resistir más, y ya, sin aliento, tropieza, vacila, cae y muere.
Estrella: Ese Yaravi es demasiado triste. Cesa en tu canto y déjame sola. (Vánse todas.)
Ahora, lágrimas mías, corred libremente.
ESCENA III
Interior del palacio del rey.
DIÁLOGO PRIMERO
El rey Pachacutic, Ollantay y Ojo-de-Piedra
El Rey: Hoy es el día que os necesito, grandes jefes: la primavera llega, y hay que poner el
ejército en pie de guerra y marchar sobre la provincia de Colla. Ya avanza contra nosotros
la de Chayanta, y está dispuesta a medir sus armas con las nuestras. Dícese que reúne a sus
guerreros y que éstos afilan ya sus flechas.
Ollantay: Señor, hagan lo que hagan, siempre serán unos cobardes, incapaces de resistirnos
frente a frente. Cuzco solamente y sus montañas se alzarán ante ellos como barrera
infranqueable. Ochenta mil de los míos, de los más escogidos, armados de sus mazas,
aguardan impacientes la señal del clarín para ponerse en marcha al son de las trompas
guerreras. Ya las armas están afiladas y los "champis" son selectos.
El Rey: Probemos antes a atraérnoslos de nuevo, y quizá así logremos someterlos, evitando
la efusión de sangre.
Ojo-de-Piedra: En su cólera, han llamado en su auxilio a los yuncas, obstruyendo los
caminos, que han hecho impracticables. Se han cubierto de cuero, que así es como esos
cobardes de Chayanta disimulan su miedo. Han destruido los caminos por los que no hemos
de pasar nunca. Nuestros llamas se han abastecido de provisiones para largo tiempo y
estamos preparados para atravesar el desierto.
El Rey (A Ojo-de-Piedra): ¿Quieres ya salir en busca de terribles serpientes? Antes de
combatirlos, es preciso llamar amigablemente a los enemigos y hablarles con dulzura.
Cuida de no verter sangre estérilmente y de no inmolar inocentes.
Ollantay: Yo también estoy pronto a partir; mas antes quisiera deciros el secreto tormento
que me oprime el corazón.
El Rey: Y bien, habla, aun cuando fuera para pedirme la corona.
Ollantay: Quisiera decírtelo en secreto.
El Rey: Noble jefe del país alto, retírate a tu morada a descansar. Si te necesito, te llamaré
un día de estos.
Ojo-de-Piedra: Acato respetuosamente tus órdenes.
(Vase.)
DIÁLOGO SEGUNDO
El rey Pachacutic, Ollantay
Ollantay: ¡Rey ilustre! tú sabes que desde mi juventud estoy ligado a tí y siempre te he
considerado como a mi querido amo y señor. Imitándote, mis fuerzas han llegado a ser mil
veces más grandes, y mi frente se ha bañado en sudor con frecuencia en tu servicio.
Enemigo encarnizado de tus propios enemigos, los he aniquilado. Cuando me encuentro
entre mis bravos andinos, todos me temen. ¿Hay un sitio en que su sangre no haya corrido a
torrentes? Mi nombre solo los oprime como una cuerda al cuello. He arrastrado a tus pies a
todo el País-Alto, multitud de yuncas han llegado a ser los humildes siervos de tu casa. He
llevado el incendio a los chancas y les he cortado las alas; mi brazo ha aplastado al
poderoso HuancaHuillca. En todos los combates marchaba a la vanguardia. Y de ese modo,
ya por la astucia, ya por la ira, vertiendo sangre e inmolándolo todo, te he hecho dueño
absoluto de todos. En cuanto a tí, padre mío, has armado mi brazo del "champi" de oro y
colocado sobre mi cabeza el casco, de oro también. ¿Por qué me has sacado de mi
condición oscura? Estas armas preciosas y todo mi ser te pertenecen. Mi persona está
consagrada a tu servicio. Es cierto que me has colocado a la cabeza de la provincia de los
Andes, haciéndome jefe de cincuenta mil guerreros. Pues bien; los Andes, sus guerreros,
sus jefes y mi persona, los pongo a tus pies humildemente para implorar de tí un favor
supremo. Elévame un grado más aún. Mi puesto está en tu hogar; mi vida entera es tuya.
(Se arrodilla.) ¡Concédeme a Estrella! ¡Iluminado por esta luz suave, y fuerte con tu
protección, más fiel que nunca, mi dicha será morir por tí!
El Rey: ¡Ollantay; recuerda que eres un simple vasallo: cada cual debe permanecer en su
puesto; has querido subir demasiado alto!
Ollantay: ¡Hiéreme en el corazón!
El Rey: No es a ti a quien toca elegir: yo soy quien debe escoger lo más conveniente. No
has reflexionado pretensión semejante. Vete.
ESCENA IV
Bosque en los alrededores de Cuzco
MONÓLOGO DE OLLANTAY
Ollantay: ¡Ollantay! ¡Desdichado Ollantay! ¿Cómo te dejas abatir por aquel a quien tanto
tiempo has servido, tú, el señor de tantos países? ¡Oh, Estrella de mi dicha; acabo de
perderte para siempre! ¡Qué vacío siento en mi alma! ¡Oh, princesa mía! ¡Oh, paloma mía!
¡Oh, Cuzco, la bella ciudad! Desde hoy seré tu enemigo implacable. Abriré tu seno para
arrancarte el corazón y arrojarlo a los buitres. ¡Ya verá tu cruel rey! Reuniré a miles de mis
andinos, y seducidos y armados por mí, los guiaré hacia el Sachaïhuaman, amenazándole
desde allí como una nube de maldición. Cuando el fuego enrojezca el cielo y tú duermas
sobre tu lecho ensangrentado, tu rey perecerá contigo, y una vez abatido, verá si mis yuncas
son poco numerosos. Y cuando le ahogue entre mis brazos, veremos si su boca inanimada
me dice todavía: -"¡No eres digno de mi hija! ¡No la poseerás nunca!" Y no me humillaré
más ante su altiva presencia para pedírsela de rodillas. ¡Entonces seré yo el rey y ley será
mi voluntad! Entretanto, prudencia.
DIÁLOGO PRIMERO
y canción de un desconocido
Ollantay - Pie-Ligero
Ollantay: Corre, Pie-Ligero; ve a decir a mi querida Estrella que me espere esta noche.
Pie-Ligero: Hace un momento, a la caída de la tarde, estuve en su casa. La casa estaba
desierta, y nadie ha sabido decirme por qué. ¡No hay un gato en la casa! Todas las puertas
están cerradas, excepto la principal que nadie guarda.
Ollantay: ¿Y los criados?
Pie-Ligero: Los ratones mismos, no encontrando nada que roer, han abandonado la casa; y
el búho canta siniestramente en el tejado.
Ollantay: Quizá se la haya llevado su padre para ocultarla en el fondo de su palacio.
Pie-Ligero: Tal vez la haya hecho ahorcar. Su madre ha desaparecido también.
Ollantay: ¿No habrá preguntado por mí alguien, antes que viniese aquí?
Pie-Ligero: Han venido a buscarte cerca de mil hombres, armados de sus débiles mazas.
Ollantay: Si todos se sublevan contra mí, mi brazo los abatirá a todos. No hay nada que
pueda resistir a esta mano que todo lo arrasa con este temible "champi".
Pie-Ligero: Yo mismo le hubiera dado un puntapié, si no hubiese estado armado.
Ollantay: ¿A quién?
Pie-Ligero: Al jefe Montañes, el único que vino a tu casa.
Ollantay: ¡Tal vez le haya enviado el rey! He ahí lo que nuevamente enciende mi cólera.
Pie-Ligero: No es el rey quien lo envia. El jefe Montañes viene por sí mismo; es un
hombre innoble.
Ollantay: El corazón me dice que ha desaparecido del Cuzco, y el canto de ese buho me lo
anuncia. Partamos inmediatamente.
Pie-Ligero: Pero ¿abandonaremos a Estrella?
Ollantay: ¿Y qué puedo hacer, si ha desaparecido? ¡Oh, Estrella! ¡Oh, amor mío!
Pie-Ligero: Escucha este yaraví que cantan cerca de aquí.
Yaraví:
En un instante he perdido a mi amada paloma.
Si quieres verla, búscala en las cercanías.
Es infiel, pero su rostro es encantador; se llama Estrella.
Resplandece de tal modo, que es imposible confundirla con ninguna otra.
La luna y el sol, llenos de júbilo, rivalizan para brillar sobre su frente, que centellea de
nuevo resplandor.
Su sedosa cabellera, de un negro sombrío, cae en largas trenzas sobre su cuello, haciendo
resaltar su blancura.
Sus cejas embellecen su faz como dos arco-iris.
Sus ojos centellean como dos soles al despertar el alba.
Sus pestañas son flechas ardientes y mortíferas.
Más de un corazón se abre tiernamente a sus dardos.
Sus mejillas son rosas entre nieve, y su rostro, blanco y transparente alabastro.
Sus labios entreabiertos dejan ver dos hileras de perlas, y cuando se ríe, su aliento
embalsama todo a su alrededor.
Su garganta es tersa como el cristal y como la nieve blanca.
Sus pechos encantadores se asemejan a las flores del algodonero, recién abiertas.
Al solo contacto de su mano tan suave, me estremezco de placer.
Sus dedos son blancos como estalactitas de hielo.
Ollantay: ¡Ah! ¡Estrella de mi dicha! Ese que canta ahí abajo ¿sabes todo lo hermosa que
eres? Necesito huir de aquí y ocultar mi dolor. Me vuelve loco la idea de haber causado tu
pérdida, y tu muerte, cuyo autor soy, me matará.
DIÁLOGO SEGUNDO
Ollantay - Pie-Ligero
Pie-Ligero: Es posible que haya muerto Estrella, tu Estrella, porque tu cielo está sombrió.
Ollantay: Cuando, ya pronto, sepa el monarca que Ollantay le ha abandonado, verá que
todos los míos le abandonan también para volverse contra él.
Ollantay: ¿Qué necesitas?
Pie-Ligero: ¿Qué? Comprar esto o aquello... Ofrecer un aderezo a la chica... y luego...
quisiera hacer sonar mi dinero: eso da cierta consideración.
Ollantay: Sé bravo y te temerá todo el mundo.
Pie-Ligero: Mi cara no se ha hecho para la bravura. Alegre y dispuesto a reir siempre, harto
acostumbrado al ocio, no sabría fruncir el entrecejo. ¡Chiton! Me parece que oigo a lo lejos
el plañidero sonido de una flautín.
Ollantay: Sin duda andan buscándome. Partamos. Marcha adelante.
Pie-Ligero: Cuando se trata de huir, ¿quién como yo?
ESCENA V
La misma decoración que en la escena III.
El rey Pachacutic, Ojo-de-Piedra. Después un mensajero
El Rey Pachacutic: He mandado buscar a Ollantay por todas partes y nadie ha podido
encontrarle. La cólera que rebosa en mi corazón debe desbordarse sobre él. ¿Has visto tú a
ese hombre?
Ojo-de-Piedra: El miedo lo habrá alejado de tí.
El Rey: Toma mil guerreros y marcha a su persecución.
Ojo-de-Piedra: ¿Quién sabe dónde estará ya después de tres días que ha desaparecido? Tal
vez alguno le oculte en su casa y le haga invisible.
Un Mensajero: (Entrando con un quipo2 en la mano.) He aquí, señor, un quipo, que de
Urubamba traigo. Se me ordenó venir rápido como el rayo, y héme aquí.
El Rey: ¿Qué noticias traes?
El Mensajero: Te lo dirá el quipo.
El Rey: (A Ojo-de-Piedra) Examínalo tú, Ojo-de-Piedra.
Ojo-de-Piedra: Hé aquí el quipo: la diadema ha ceñido ya su frente, y estos nudos
suspendidos de los hilos son todos sus secuaces.
El Rey: Y tú, ¿has visto algo?
El Mensajero: Dícese que todos los andinos han hecho a Ollantay una gran recepción.
Muchos cuentan haberle ya visto coronado con la diadema real, que lleva altivamente sobre
sus sienes.
Ojo-de-Piedra: Eso es lo que indica el quipo.
2Los quipos eran unos ramales de cuerdas que formaban nudos y tenían colores diversos, y que
usaban los indios del Perú para suplir la escritura. Valíanse de ellos para relatar historias y noticias,
dando también razón de las cuentas en que es preciso el uso del guarismo.
El Rey: ¡Apenas si puedo contener mi cólera! Valeroso jefe, es preciso marchar contra este
rebelde antes que llegue a ser más poderoso. Si no son bastantes tus fuerzas auméntalas
hasta cincuenta mil guerreros. Persíguele a marchas forzadas, y no te detengas hasta que sea
castigado.
Ojo-de-Piedra: Mañana me pondré en marcha; voy a prepararlo todo inmediatamente. Si
toma el camino de los Collas, me creo con fuerzas para traer aquí a los fugitivos y
precipitarlos desde lo alto de la roca. Tu enemigo debe perecer, y, muerto o vivo, lo tendrás.
Mis fuerzas bastarán para ello; y en esta confianza, señor, descansa en mí.
ESCENA VI.
Interior de la fortaleza de Ollantay en la ciudad de Tambo.
DIÁLOGO PRIMERO
Ollantay, el Jefe Montañés y otros jefes
El Jefe Montañés: Ya has sido aceptado por los andinos como gran jefe. Las mujeres
lloran, como verás, porque los guerreros y sus jefes van a partir a la guerra contra
Chayanta, y debes emprender una expedición lejana. ¿Cuándo terminarán estos viajes que
hacemos todos los años en busca de lejanos países, y saliendo al encuentro de innumerables
enemigos, que nos cuestan torrentes de sangre? Al rey, mientras no le falten sus manjares y
su provisión de coca, poco le importan las fatigas de su pueblo. Nuestros llamas perecen al
atravesar los desiertos arenosos. Allí nuestros pies se desgarran con punzantes espinas. Y si
no queremos morir de sed, tenemos que trasportar el agua sobre nuestras espaldas desde
muy lejos.
Ollantay: Escuchad, bravos guerreros, lo que dice el Jefe Montañés. Es preciso pesar bien
las fatigas que os ha pintado. Lleno de lástima por los andinos, he dicho al rey con el
corazón dolorido:
"Es menester dejar reposar por un año la provincia de los Andes, que no puede más. Son
los bravos que todos los años se sacrifican por tí. Ya sea por el hierro, ya por el fuego o
por las enfermedades, perecen en gran número, y ¡cuántos no vuelven jamás de estas
lejanas expediciones! En esas empresas, ¡cúantos príncipes han encontrado su muerte!"
Así fué ¡oh andinos! como yo dejé la corte del rey; añadiéndole que por esta vez os dejase
en reposo. Corro a deciros que nadie se disponga a abandonar su hogar. Y si el rey persiste,
yo me declaro su enemigo implacable.
DIÁLOGO SEGUNDO
Ollantay, el Jefe Montañés, Hanco-Huaillo, otros jefes y pueblo
Todos (Gritando): ¡Sé nuestro rey para siempre! ¡Enarbola el estandarte rojo y lleva la
corona que regocija a todos!
El Pueblo (Gritando desde afuera): ¡Tambo tiene ahora rey! ¡Ya éste se levanta como el
astro del día!
Hanco-Huaillo: Recibe de mis manos la corona que te da tu pueblo. A la primera señal, la
lejana Vilcanota te enviará a sus pueblos para someterse a tu ley.
Todos: ¡El rey Ollantay se eleva como el astro del día!
Ollantay: Jefe Montañés, te nombro jefe supremo de la provincia de los Andes. Toma mi
casco y estas flechas, y manda en jefe al ejército.
Todos: ¡Viva largos años el Jefe Montañés! ¡Vítor! ¡Vítor!
El Pueblo (Gritando desde afuera.): ¡Viva el Jefe Montañés!
Ollantay: Hanco-Huaillo, tú eres el más anciano y el más sabio entre los príncipes. Deseo
que hoy dés el anillo (pues eres pariente del gran sacerdote) al Jefe Montañés.
Hanco-Huaillo (Al Jefe Montañés que se arrodilla): Pongo este anillo en tu mano, para
que nunca olvides que debes tener clemencia para todos. ¡Levántate, eres un héroe!
El Jefe Montañés: Bendito mil veces, ilustre rey, el honor que me haces.
Hanco-Huaillo: Hé aquí al valiente (?) armado de los pies a la cabeza y erizado como un
puerco-espín. Así es como debe ser el valiente Valiente.
(Volviéndose hacia Valiente): Jamás tus enemigos te han visto por la espalda. ¡Hombre de
la Puna, no vayas ahora a huir y temblar como un arbolillo!
El Jefe Montañés: Oid, guerreros de los Andes. Ya tenemos un rey. Sabed que de hoy en
adelante es preciso sostenerlo valerosamente. Dícese que el viejo rey del Cuzco convoca a
sus guerreros, atrayéndose hábilmente a los jefes, para hacer partir su ejército contra
nosotros. El Cuzco en masa va a invadir el seno de nuestra montaña con el intento de
matarnos e incendiar nuestras moradas. No hay que perder ni un día. Convocad a todos los
montañeses y tened dispuestos los equipos del ejército sin pérdida de tiempo. Levantad en
Tambo murallas, no dejando más que una salida sobre la montaña. Moled en el mortero
yerbas venenosas en abundancia para empozoñar nuestras flechas, y así la muerte los
alcanzará con más celeridad que el dardo que los hiera.
Ollantay: Jefe Montañés, elige los jefes para ir delante, e indica los lugares donde las
diferentes tribus deben permanecer ocultas. Nuestros enemigos no se dormirán mientras no
verifiquen la invasión; pero ¡soldados! serán dispersos y puestos en fuga a los golpes de
nuestros Compis (mazas).
El Jefe Montañés: Treinta mil de nuestros andinos se hallan ya en la fortaleza de Tambo.
Entre nosotros no se encontraría ni un cobarde ni un negligente. Dispónese a salir el
poderoso Maruti con los de Vilcabamba. En los escarpados huecos de Tinquiquero, ocultará
a sus gentes, prontas a salir a la primera señal. El ejército del príncipe Chara lo apostará en
las alturas opuestas y aguardará mis órdenes. En las gargantas del Charamuray pasarán la
noche diez mil de nuestros andinos, y en el valle de Pachar se apostarán todavía otros diez
mil. Ahora pueden venir los cuzqueños; los esperamos con calma. Triunfantes avanzarán
hasta ver que les cerramos la retirada. Cercados que sean por todas partes, resonará la
trompeta guerrera, y entonces, las montañas se estremecerán y lanzarán sus piedras.
Enormes peñascos rodarán con rapidez, y aplastarán a los huancas, que quedarán sepultados
entre ellos. Si algunos escapan, blandiremos el cuchillo contra ellos, y perecerán a nuestras
manos o nuestras flechas los atravesarán en su huída.
Todos: ¡Bien! ¡Muy bien!
ESCENA VII
Desfiladero en las montañas, desde donde puede verse la
fortaleza de Ollantay
Monólogo de Ojo-de-Piedra
Ojo-de-Piedra: ¡Desdichado Ojo-de-Piedra! ¡Eres una piedra maldita! ¡Milagrosamente te
has escapado de las rocas! ¡Y haber creído en semejantes canciones! ¿No tenías manos para
matar en este estrecho valle al fugitivo Ollantay, que se había ocultado en estas gargantas?
¿No sabías que su corazón, inconstante como la mariposa, vendía a todo el mundo? ¡Y no
has sido capaz de aniquilarlo! Prestándole recursos la astucia ha inmolado a mis guerreros.
¡Era el único medio de hacer palidecer a un héroe como yo! ¿Cuántos miles de hombres he
hecho matar hoy? A duras penas he podido yo mismo escaparme de sus manos. Creyendo a
ese miserable, hombre de corazón, he querido encontrarle frente a frente. Pensando
perseguirle en su huída, he penetrado en sus desfiladeros. Mi ejército se hallaba ya casi a la
entrada, cuando de repente las rocas se han desprendido sobre nosotros, apenas sonaron las
estruendosas trompetas. Una lluvia de piedras grandes y pequeñas que caían por todas
partes, ha aplastado por uno y otro lado a la inmensa multitud de guerreros que perecen
bajo los peñascos. Todavía la sangre, corriendo como un arroyo, inunda los desfiladeros. Se
me ha visto buscar entre ese lago de sangre a un hombre para combatir con él. Nadie se me
ha presentado; nadie me ha mirado de frente. Los cobardes no emplean contra mí sino sus
hondas. ¿Con qué cara me presentaré ante mi amado rey? Mi situación no tiene remedio.
Debo huir no importa dónde. Yo mismo debo estrangularme con esta honda. Pero... puede
serme útil el día que Ollantay llegue a caer.
ESCENA VIII
Patio interior del palacio de las Vírgenes Escogidas, con una
puerta que da a la calle.
DIÁLOGO PRIMERO
Salla - Bella
Salla: Bella, es preciso que no te aproximes tan frecuentemente a esa puerta, ni que
permanezcas cerca de ella. Las madres se enojarían. Tu nombre encantador de Bella, que
me es tan caro, hermana mía, será por todas partes repetido y pregonado de boca en boca.
Una vez traspasado el umbral de esta puerta, hay que honrar a las Vírgenes Escogidas.
Diviértete aquí dentro, que nadie tendrá nada que decirte. Piensa que vas a encontrar aquí
quien te dé cuanto puedas imaginar; hermosos adornos, oro y manjares exquisitos. Todas
las vírgenes de sangre real te miman; te llevan en sus brazos las matronas, y, cubriéndote de
besos y caricias, te estrechan contra su corazón. Te prefieren a las demás y se miran en tus
bellos ojos. ¿Qué otra cosa mejor puedes desear, ni cuál debe ser el objeto de tu ambición
sino ser su hermana y vivir siempre con ellas? Colmada de favores por los príncipes, igual a
las vírgenes más nobles, destinada a ser la hermana del Sol, gozarás por siempre
contemplándolo.
Bella: Compañera Salla, siempre me dices lo mismo y me repites iguales consejos. Voy a
abrirte mi corazón y a hablarte sin fingimientos: este encierro, este palacio, son para mí
insoportables. Aquí encerrada, la ociosidad me oprime, y cada día maldigo mi destino. La
presencia de esas viejas de rostro severo me es odiosa. Y sin embargo, desde el rincón
donde me hacen sentar, no veo más que a ellas. Ningún placer en este sitio; no se ven más
que ojos lacrimosos. Si de mí dependiese, nadie estaría ya aquí. A todos los que pasan los
veo reír de tan buena gana, que no parece sino que llevan la felicidad en sus manos. ¿Y a mí
se me encierra acaso porque no tengo madre, y lisonjeándome con la idea de ser una rica
novicia, se me quiere obligar a establecer aquí mi nido? Paseábame pensativa por el jardín
la noche última. De pronto, en medio del profundo silencio de la noche, oigo a una
desgraciada llorar y lamentarse amargamente. "¡Que no pueda morir!" exclamaba, hablando
consigo misma. Miro a todos lados y siento erizarse de espanto mis cabellos. Llamo,
temblando: "¡Quien quiera que seas, respóndeme," digo. La voz desolada murmura estas
palabras: "¡Sol, arráncame de aquí!" en medio de suspiros y sollozos espantosos. Busco en
uno y otro lado sin descubrir a nadie. Sólo el viento, que gime en las hierbas, sigue mis
pasos, y como él, lloro. Mi corazón, rebosando de dolor, quiere romper mi pecho. Sólo el
recuerdo de esta noche me hace estremecer de espanto. He ahí por qué, hermana Salla, si el
dolor ha establecido su nido en este sitio, es porque está regado con lágrimas. Sábelo,
querida compañera, y en adelante no me hables más y no me invites a habitar aquí. Esta
elección me sería odiosa.
Salla: Entra, porque puede salir la vieja madre.
Bella: ¡La luz me hacía tanto bien! (Sale)
DIÁLOGO SEGUNDO
La Madre Roca - Salla
La Madre Roca: Hermana Salla, ¿has dicho a esa niña lo que te encargué?
Salla: Le he dicho todo.
La Madre Roca: ¿Y te ha respondido con sinceridad?
Salla: Llora que da lástima y rehusa formalmente vestir el hábito de las Vírgenes
Escogidas.
La Madre Roca: ¿A pesar de tus consejos?
Salla: La he hecho ver las ricas vestiduras, y haciéndola sonrojarse por su pobreza al
recordarle que desde su juventud quedó desamparada, le he dicho: "Si rehusas ser Virgen
Escogida, te perseguirá la adversidad; serás siempre una desgraciada y para nosotras una
hija maldita."
La Madre Roca: ¿Qué piensa hacer esa miserable niña, de padre desconocido, huérfana de
madre? ¡Extraña mariposa encarnada! Háblala claramente, muy claramente: dile que estos
muros sombríos ofrecen un asilo a la desnudez y que la luz no la descubrirá nunca. (Vase.)
Salla: ¡Ah, Bella mía, Bella mía! ¿Serán estos muros bastante crueles para ocultar tu
exquisita belleza? ¡Qué serpiente! ¡Qué leona!
ESCENA IX
Una calle de Cuzco
El Astrólogo - Pie-Ligero
El Astrólogo: ¿Cómo? ¿Tú aquí, Pie-Ligero? ¿Buscas la muerte, que debe encontrar
Ollantay?
Pie-Ligero: El Cuzco me vió nacer, y es natural que me apresure a volver. No he podido
acostumbrarme a vivir en el fondo de las cavernas.
El Astrólogo: Y dime, ¿qué hace Ollantay?
Pie-Ligero: Desenreda una madeja muy enredada.
El Astrólogo: ¿Qué madeja?
Pie-Ligero: Si quieres que hable, dame algo.
El Astrólogo: Te daría un palo para sacudirte y tres para colgarte.
Pie-Ligero: No me intimides.
El Astrólogo: Habla, pues.
Pie-Ligero: Ollantay... Ollantay... No recuerdo más.
El Astrólogo: ¡Cuidado, Pie-Ligero!
Pie-Ligero: ¿Ollantay? Se hace el héroe. Construye muros con piedrecillas, que le llevan
unos enanillos tan pequeños, que para llegar a la altura de un hombre, tiene que subirse uno
sobre las espaldas del otro. Pero, dime, ¿cómo, tú, pariente del rey, arrastras tu largo ropaje
como una gallina enferma? Como es negro, se ensucia mucho.
El Astrólogo: ¿Cómo, no has visto que el Cuzco está anegado en lágrimas porque su rey
Pachacutic está enterrado? ¡Mira, todo el mundo, sin excepción, viste de luto y cada uno
vierte todas sus lágrimas!
Pie-Ligero: ¿Y quién ocupará el puesto que ha dejado Pachacutic? Si Tupac-Yupanqui le
sucediese, serían otros despojados de su derecho, porque este Inca es menor y hay otros
mayores que él.
El Astrólogo: Todo el Cuzco le ha elegido, y el rey le ha dejado su corona y maza de
mando. Se podría elegir a otro?
Pie-Ligero (Saliendo rápidamente): ¡Voy a traer aquí mi cama!3
3Esta locución proverbial, originaria del quechua, la usan todavía los españoles en el Cuzco, donde
se dice: "yo voy a traer mi cama", para expresar la alegría que se experimenta al tener noticia de un
fausto suceso. (Nota del Sr. Pacheco Zegarra).
ESCENA X
Salón del trono en el palacio del rey.
El rey Túpac-Yupanqui, Ojo-de-Piedra, el Astrólogo,
acompañamiento de personajes de la corte, grandes damas, etc.
El Rey Yupanqui: Recibid mis saludos hoy, nobles señores. ¡Hijas consagradas al Sol, yo
invoco sobre vosotras sus favores! El reino, todo júbilo, acude a proclamarme en mi
palacio, y yo, en lo íntimo de mi corazón, no olvido a nadie y pienso en todos.
El Astrólogo: Ayer el humo de la inmensa hoguera llegaba casi al disco del Sol. Este Dios,
lleno de alegría, se levanta, inundando de felicidad a todos. Entre las cenizas de los pájaros
quemados, no he encontrado más que un rey, y ese eres tú. De la hoguera encendida de las
llamas todos han visto salir un águila. Le hemos abierto el costado y escudriñado el pecho;
buscábamos el corazón, pero lo hemos encontrado vacío. ¡Es preciso reducir a la
obediencia a nuestros enemigos de los Andes! Lejos del Sol, su corazón se hiela. Tal es el
augurio.
El Rey Yupanqui (Mirando a Ojo-de-Piedra): He aquí al gran jefe de los Andes que ha
dejado escapar al enemigo. El solo ha hecho perecer ese sinnúmero de hombres.
Ojo-de-Piedra: Ya el poderoso rey, tu padre, supo que estuve sepultado bajo las rocas. Es
verdad, eso fué mi culpa. He mandado como una piedra, y las piedras lo han aplastado todo.
He debido arrostrar las piedras; he combatido entre ellas, y a la postre han destrozado mi
ejército. Concédeme una sola gracia; déjame obrar libremente, iré a su fortaleza y te lo
traeré aquí desolado.
El Rey Yupanqui: Tócate a ti hacer grandes esfuerzos para volver el honor de tu nombre.
Si no eres digno de ello, debes dejar el mando de mis guerreros.
El Astrólogo: El país de los Andes lo verás a tus pies dentro de pocos días. Lo he leído así
en el libro sagrado.
(Bajo a Ojo-de-Piedra): Pronto, jefe de piedra, corre veloz.
ESCENA XI
Alrededores de la fortaleza de Ollantay, en la ciudad de Tambo.
DIÁLOGO PRIMERO
Ojo-de-Piedra mal herido - Un indio
Ojo-de-Piedra: ¿No hay en estos alrededores nadie que de mí se compadezca?
Un Indio: ¿Quién eres? ¿Quién te ha puesto en ese estado? ¿De dónde vienes, cubierto de
heridas tan terribles?
Ojo-de-Piedra: Corre a casa de tu rey, y dile que acaba de llegar una persona que le ama.
El Indio: ¿Cómo te llamas?
Ojo-de-Piedra: No es necesario nombrarme.
El Indio: Espérame aquí. (Vase.)
DIÁLOGO SEGUNDO
Ollantay - Ojo-de-Piedra
Ojo-de-Piedra: Beso, mil veces, ¡oh rey poderoso! las huellas de tu planta. Ten piedad de
un desgraciado que a tu sombra se ampara.
Ollantay: ¿Quién eres? Aproxímate. ¿Quién pudo maltratarte así? Semejantes heridas,
¿provienen de alguna caída terrible?
Ojo-de-Piedra: Tú me conoces bien. Yo soy esa piedra que cayó un día y ahora cae a tus
pies. ¡Levántame, rey mío!
Ollantay: ¿Eres tú, Ojo-de-Piedra, gran jefe de la región de los Andes?
Ojo-de-Piedra: Sí, yo soy aquella roca de otras veces que hoy mana sangre.
Ollantay: Levántate, y ven a mis brazos. ¿Quién te ha tratado de esa suerte? ¿Y quién te ha
conducido a mi fortaleza, hasta mis lares? Que traigan vestidos nuevos para mi amado jefe.
Pero, ¿cómo has venido solo sin temor a la muerte?
Ojo-de-Piedra: Tupac-Yupanqui acaba de posesionarse del trono como nuevo rey del
Cuzco, elevándose, contra la voluntad de todos, sobre olas espumosas de sangre humana.
Su corazón no estará satisfecho hasta hacer que nos corten a todos la cabeza. La roja flor
del Ñuccho corre por doquier, pues en su delirio todo lo inmola. Sin duda no habrás
olvidado que yo era jefe del País-Alto. Yupanqui, sabiendo lo que me ha sucedido, me hizo
llamar a su casa, y, como tiene un corazón feroz, ordenó que me trataran así. He ahí, mi
amado protector, cómo me han destrozado en casa de Yupanqui.
Ollantay: No te aflijas, piedra dura. Ante todo, es preciso curarte. En tí veo ya el cuchillo
que blandiré contra él. El gran día del Sol, celebraremos en Tambo la solemne fiesta. Ese
día lo dedico a la alegría, y sobre las alturas de mis dominios, todo el mundo se regocijará.
Ojo-de-Piedra: Esos tres días de fiestas, serán para mí un alivio. Quizá para entonces
estaré curado, y nuestros corazones se entregarán a la alegría.
Ollantay: Así será. Tres noches velaremos en honor del Sol, y para entregarnos mejor al
regocijo, nos encerraremos en Tambo.
Ojo-de-Piedra: ¡Que los jóvenes encuentren, como siempre, en esas noches sus delicias, y
cada cual, reposando de sus fatigas, lleve consigo la esposa que haya recibido!
ESCENA XII
Patio interior del palacio de las Vírgenes Escogidas, con una
puerta que da al jardín
Bella - Salla
Bella: Compañera Salla, amada mía, ¿cuánto tiempo me ocultarás aun tu secreto?
Considera, hermana mía, cuán entristecido está mi corazón, y que sin cesar lloraré hasta
que me descubras la verdad. En estos lugares, alguien purga mis pecados. No me ocultes
nada, dulce paloma mía. ¿Quién sufre, quién llora en el fondo de este jardín? Y ¿cómo está
esa persona tan oculta que no puedo descubrirla?
Salla: Bella mía, hoy voy a decírtelo todo; pero suceda lo que quiera y veas a quien veas,
has de ser muda como una piedra. Mas, te lo prevengo: el triste espectáculo que has de ver,
te hará llorar largo tiempo.
Bella: Nunca hablaré de lo que vas a descubrirme; no me ocultes, pues, nada, que nada
saldrá de mí.
Salla: Hay en este jardín una puerta de piedra... Pero estate aquí hasta que las madres estén
dormidas. La noche llega; siéntate y espérame. (Vase)
Bella: ¡Mil extraños presentimientos oprimen mi corazón! ¿Veré por fin a la que aquí
agoniza tan afrentosamente?
Salla: (Vuelve con un jarro de agua, un plato con comida y una luz que entrega a
Bella): Levántate y sígueme y oculta un poco la luz.
ESCENA XIII
Jardín interior del palacio de las Vírgenes Escogidas. A un lado, la gran
puerta de entrada. Al otro, la cueva de Estrella, cuyo interior ven los
espectadores, separado del jardín por rocas y ramajes, en medio de los
cuales se distingue la puerta de la cueva, formada por una gruesa piedra.
En el fondo de la cueva, Estrella, tendida en el suelo, ceñida por una
culebra.
Bella - Salla - Estrella
Salla (Se dirige a la caverna y abre la puerta): He aquí a la princesa que vienes a buscar.
¿Estás satisfecha?
Bella: ¡Ah, hermana mía! ¿Qué veo? ¿Es una muerta la que vengo a buscar? Me
estremezco de horror. Este sitio no encierra sino un cadáver. (Se desmaya.)
Salla: ¡Qué desgracia me sucede en este instante! ¡Bella mía, mi dulce paloma, vuelve en ti
pronto; levántate, levántate, florecita mía! (Bella vuelve en sí.)
Salla: No temas, querida hermana; no es un cadáver, es una princesa desdichada que aquí
se consume.
Bella: Pero, ¿vive aún?
Salla: Acércate y ayúdame. Todavía vive. ¿No ves? Mira. Vierte un poco de esta agua, y
cierra nuevamente la puerta.
Salla (A estrella, esforzándose para incorporarla.): Bella princesa; he aquí agua y algo
que comer. Procura sentarte. Acabo de entrar ahora.
Bella: ¿Quién eres dulce paloma? ¿Cómo estás encerrada en el fondo de esta caverna?
Salla: Toma un poco de alimento. Sin él, hermana, tal vez sucumbirías.
Estrella: ¡Qué dichosa soy viendo, después de tantos años, un rostro nuevo en esta joven
que te acompaña!
Bella: ¡Ah! princesa mía, hermana encantadora, bello pájaro de pecho de oro, ¿de qué
crimen eres culpable para sufrir de esa suerte? ¿Por qué crueldad estás en ese suplicio,
compañera mía? La muerte te oprime bajo la forma de esta culebra.
Estrella: Encantadora niña, semilla de amor, flor de mi corazón, soy una pobre mujer en
este abismo. ¡Estoy unida a un hombre como la pupila al ojo, pero el ingrato me ha
abandonado! Me unían a él lazos indisolubles; pero el rey lo ignoraba, y cuando le pidió mi
mano, arrojóle el rey con cólera. Después, cuando mi amante hubo partido, me hizo
encerrar aquí. De esto hace ya bastantes años, y, sin embargo, ya lo ves, aún vivo. No veo a
nadie en esta mansión, donde se deslizan mis negros años. Ningún consuelo he encontrado
en este suplicio, y han pasado por mí diez años entre la vida y la muerte, ligada a esta
cadena de hierro y olvidada por todos. ¿Y tú, tan joven y tan compasiva, quién eres, amor
mío?
Bella: Yo también te he seguido con el pensamiento, acongojada y llorando; y en las
soledades de esta casa, mi corazón, siempre anhelando verte, quería salir del pecho.
Tampoco tengo padres, y nadie se interesa por mí en el mundo.
Estrella: ¿Qué edad tienes?
Bella: Muchos años debo tener, porque como detesto esta casa y me aburro tanto, el tiempo
me parece muy largo.
Salla: Según mi cuenta, debe tener diez años, poco más o menos.
Estrella: ¿Y cuál es tu nombre?
Bella: Me llaman Bella, pero se han engañado al darme este nombre.
Estrella (Estrechando a Bella contra el pecho): ¡Ah! ¡Hija mía, paloma mía! ¡Descansa
sobre mi corazón! Eres toda mi dicha. ¡Hija mía, ven, ven! ¡La alegría inunda mi alma!
¡Ese es el nombre que yo te he dado!
Bella: ¡Ah, madre mía! ¿Cómo te hallas aquí? ¡No te separes ya de mí! ¿No te he conocido
sino para ser más desdichada? ¿Me dejarás en mi abatimiento? ¿A quién acudiré yo para
que te vuelvan a mis ojos? ¿A quién me acercaré para tenerte entre mis brazos?
Salla: ¡No hagas ruido! Podría suceder alguna desgracia. ¡Vámonos pronto! Las madres
pueden advertir nuestra ausencia.
Bella: ¡Sufre todavía por algún tiempo en esta casa de mis tristes años! Y hasta que yo te
haga salir, ten paciencia aún algunos días. ¡Ah, madre mía! Para mi corazón, lleno de amor
por ti, abandonarte es la muerte!
ESCENA XIV
Salón en el palacio del rey.
DIÁLOGO PRIMERO
El rey Túpac-Yupanqui y El Astrólogo
El Rey Yupanqui: Grande y noble pontífice, ¿has tenido alguna noticia de Ojo-de-Piedra?
El Astrólogo: Anoche estuve en las escarpadas rocas de Vilcanota, desde donde apercibí a
regular distancia, gentes que estaban atadas. Sin duda debían ser andinos, pues se dice que
todos han sido aplastados. Los cardos de las montañas humean4; ya está ardiendo la
fortaleza.
El Rey Yupanqui: ¿Y Ollantay? ¿Lo habrán cogido? ¡Quizá se haya fugado!
El Astrólogo: Ollantay debía estar rodeado de las llamas. Dícese que todos se han
abrasado.
El Rey Yupanqui: El Dios-Sol no puede dejar de protegernos. Yo soy de su raza. Les
daremos el castigo que se merecen. ¡Para eso he subido yo al trono!
DIÁLOGO SEGUNDO
Dichos, y un indio que viene como mensajero, con un quipo en la mano
El Indio: Al despuntar el alba, Ojo-de-Piedra me ha enviado hoy con este quipo.
El Rey Yupanqui (Al Astrólogo): Mira lo que dice.
4En la montaña que protege la fortaleza de Ollantay en Tambo, crecen infinitos cardos, cuyas puntas
son bastante largas y aprovechan los indios para hacer agujas. Del contexto de este pasaje no
resulta, como han supuesto algunos, que el cardo fuese incendiado como señal de guerra. El
Astrólogo hace constar únicamente el incendio de la fortaleza, que ha podido apreciar de lejos por
el espeso humo de los cardos encendidos. (Nota del Sr. Pacheco Zegarra).
El Astrólogo: Este nudo de color de carbón5, indica que Ollantay se ha abrasado. A este
nudo triple hay atado un quíntuplo nudo, lo cual revela que la provincia de los Andes ha
sido tomada y está ya en poder del rey. Por eso se ata este quíntuplo, que en junto hacen
tres quíntuplos.
El Rey Yupanqui (Al mensajero): Y tú, ¿estabas presente? ¿Te ha tocado algo?
El Indio: Supremo señor, hijo del Sol, me he apresurado a venir el primero para que puedas
inmolarlos a todos sin compasión y beber su sangre.
El Rey Yupanqui: En muchas ocasiones os he exhortado para que os abstengáis en
absoluto de verter sangre humana, y, sobre todo esa, y os he dicho que tengáis piedad de
ellos.
El Indio: No ha sido menester ¡oh señor! derramar la sangre de nuestros enemigos. Los
hemos hecho prisioneros durante la noche, sin que hayan podido resistir a nuestras fuerzas.
El Rey Yupanqui: Cuenta lo que ha pasado.
El Indio: Yo me encontraba entre nuestros guerreros. He pasado la noche en Tinquiquero,
donde me oculté, en compañía de hombres de Yanahuara. Allí hay una caverna rodeada de
follaje, que oculta su entrada, haciendo de ella una guarida segura. Esta caverna nos ha
ocultado durante tres días y tres noches, y en ella hemos sufrido las angustias del hambre,
hasta que llegó Ojo-de-Piedra, quien nos dió la orden de avanzar durante la noche. Al
dejarnos nos dijo que el gran día del Sol se embriagarían todos en la fortaleza de Tambo, y
que nosotros, guerreros del Cuzco, debíamos sorprenderlos en las sombras de la noche.
Después de dicha orden, se alejó. En cuanto a nosotros, llenos de impaciencia hemos
aguardado esta noche durante largos días. Llega el día de la fiesta; Ollantay se entrega a la
alegría y se embriaga con Ojo-de-Piedra, y lo propio hacen todos sus guerreros. Nosotros,
entonces, sin hacer el más leve ruido, penetramos en su fortaleza. Tus guerreros, viendo que
habían caído en el lazo, los acosaron a flechazos, y el miedo consumó la derrota. Luego,
colocados en la red6 y con los brazos atados fuertemente... Buscamos a Ollantay. Ya lo
había atado también Ojo-de-Piedra y puéstole la camisa de fuerza. Así lo encontramos
nosotros. El Jefe Montañés yacía desolado; y, forcejeando con rabia para desasirse de sus
ligaduras... En esa forma, gran rey, te traemos a Ollantay con todos sus secuaces, a Hanco-
Huaillo y su gente, sin que nadie haya escapado. Los andinos maniatados son unos diez mil.
Sus mujeres, desesperadas, les siguen llorando a lágrima viva.
El Rey Yupanqui: Todo lo que has visto en las riberas del Vilcanota, era cierto.
5En quechua, la palabra Killimsa, carbón, se emplea para expresar el color negro, del mismo modo
que en francés y en español se dice: marrón, cerise, castaña, guinda, para expresar el color de estas
frutas. (Nota del Sr. Pacheco Zegarra).
6Los indios envolvían a los cautivos con una red, lluku, sujetándolos como una especie de camisa de
fuerza. (Nota del Sr. Pacheco Zegarra).
DIÁLOGO TERCERO
Dichos y Ojo-de-Piedra
Ojo-de-Piedra (Arrodillándose ante el rey): ¡Rey poderoso, mil veces beso tus plantas!
Dígnate, esta vez, escuchar mi voz. Devuélveme tu favor y el poder que he perdido.
El Rey Yupanqui: Levántate, gran jefe, levántate muy alto y ven, lleno de dicha, a que te
estreche en mis regocijados brazos. Ellos han tendido sus redes en el agua para cogerte, y
en sus mismas redes los has cogido tú.
Ojo-de-Piedra: Nuestros enemigos nos han muerto miles de guerreros con sus jefes,
descargándonos piedras, y la piedra los ha destruído, porque yo he rodado sobre ellos como
una roca desprendida de la montaña.
El Rey Yupanqui: ¿Se ha derramado sangre?
Ojo-de-Piedra: No, señor ni una gota. Tus órdenes han sido cumplidas. Los andinos están
atados, pero la fortaleza ha sido destruída y reducida a cenizas.
El Rey Yupanqui: ¿Dónde están los rebeldes?
Ojo-de-Piedra: En la plaza, esperando, llenos de angustia, morir ahorcados. Todo el
pueblo pide a gritos su muerte. En medio de ellos están sus mujeres, y sus hijos se arrastran
por el suelo con espantosos lamentos. Es preciso darles el golpe de gracia.
El Rey Yupanqui: Así se hará a no dudarlo. Y para que los huérfanos no arrastren una vida
miserable, ¡que todos perezcan! De ese modo el Cuzco quedará tranquilo. Conduce aquí a
los traidores.
DIÁLOGO CUARTO
El rey Tupac-Yupanqui, el Astrólogo, Ojo-de-Piedra, Ollantay, Hanco-
Huaillo y el Jefe Montañés, estos tres últimos conducidos por los
verdugos, atados y con los ojos vendados; nobles de la corte, jefes y
guerreros de la comitiva de Ojo-de-Piedra; después, Pie-Ligero
El Rey Yupanqui: Quitad las vendas a esos hombres. ¡Hola! Ollantay ¿dónde estás?
¿Dónde estás, Jefe Montañés? ¡Pronto rodaréis desde lo alto de las rocas!
El Rey Yupanqui (A los soldados, que conducen a Pie-Ligero con los ojos vendados.):
¿A quién traéis aquí?
Pie-Ligero: En los lugares cálidos, innumerables pulgas atormentan al hombre; el agua
hirviendo las destruye. Yo, pobre pulgón, debo morir como ellas.
El Rey Yupanqui: Dime, Hanco-Huaillo, dime. ¿Por qué te has entregado a Ollantay? ¿No
te había colmado de honores el rey, mi padre? ¿Qué has deseado tú que él no te haya
concedido? Una palabra de tu boca le decidía a todo. Cuanto más pedías tú, más te otorgaba
él. ¿Tuvo para tí nunca secretos? Hablad, pues, vosotros, rebeldes. ¡Ollantay! ¡Y tú, Jefe
Montañés!
Ollantay: No nos preguntes, padre mío. Nuestros crímenes nos ahogan a todos.
El Rey Yupanqui: Elegid vuestro castigo. A ti te toca hablar, gran sacerdote.
El Astrólogo: El corazón que recibí del Sol está lleno de clemencia.
El Rey Yupanqui: Tienes la palabra, Ojo-de-Piedra.
Ojo-de-Piedra: Un crimen tan enorme se ha castigado siempre con la muerte. Es el único
medio, ¡oh rey! de prevenir mayores atentados. Que todos sean inmediatamente atados a
cuatro tacarpus7, y así sean arrastrados por sus mismos vasallos. Disparen luego sus flechas
los guerreros de todo el país sobre sus tenaces secuaces, y venguen así la muerte del rey tu
padre en la sangre de aquéllos.
Pie-Ligero: ¡Así sea, y para siempre perezcan todos los andinos! ¡Sean arrojados esos
hombres en una gran hoguera de ramas encendidas!
Ojo-de-Piedra (A Pie-Ligero): ¡Calle el hombre! Rodando como una piedra, se ha
convertido en piedra mi corazón.
El Rey Yupanqui: ¿Habéis oído que los tacarpus han sido preparados ya para vosotros?
¡Llevaos a esos traidores, y que todos perezcan!
Ojo-de-Piedra: ¡Arrastrad al punto a esos tres hombres al lugar de la ejecución!
¡Precipitadlos a todos desde lo alto de las rocas, uno tras otro!
El Rey Yupanqui (A los verdugos): ¡Quitadles esas ligaduras!
El Rey Yupanqui (A Ollantay.): Tú, que ya te has visto muerto, levántate y ven a mí.
Corre ahora, ingrato desertor. Tú, que acabas de arrojarte a mis pies, mira: la clemencia se
apodera de mi corazón. Caerás un millón de veces, y otras tantas, sábelo, yo te levantaré. Ya
has sido en otro tiempo jefe supremo de los Andes. Pues bien (mira hasta dónde llega mi
amor), gobierna la provincia de los Andes y vuelve a ser gran jefe para siempre. Toma este
penacho para mandar mi ejército y esta flecha que te he destinado.
7El tacarpu, es todo género de palos puntiagudos, que se introducen en la pared o en el suelo como
una estaca. Los indios los empleaban como instrumento de suplicio. (Nota del Sr. Pacheco
Zegarra.)
El Rey Yupanqui (Al Astrólogo): Tú, gran sacerdote, ponle de nuevo el signo de honor,
absuelve a los que han faltado y vuelve a los muertos a la vida.
El Astrólogo: Ollantay, aprende a conocer la omnipotencia de Tupac ¡Quitadles esas
ligaduras!
El Rey Yupanqui (A Ollantay.): Tú, que ya te has visto muerto, levántate y ven a mí.
Corre ahora, ingrato desertor. Tú, que acabas de arrojarte a mis pies, mira: la clemencia se
apodera de mi corazón. Caerás un millón de veces, y otras tantas, sábelo, yo te levantaré. Ya
has sido en otro tiempo jefe supremo de los Andes. Pues bien (mira hasta dónde llega mi
amor), gobierna la provincia de los Andes y vuelve a ser gran jefe para siempre. Toma este
penacho para mandar mi ejército y esta flecha que te he destinado.
El Rey Yupanqui (Al Astrólogo): Tú, gran sacerdote, ponle de nuevo el signo de honor,
absuelve a los que han faltado y vuelve a los muertos a la vida.
El Astrólogo: Ollantay, aprende a conocer la omnipotencia de Tupac-Yupanqui. Desde hoy,
obedécele a él y bendice su clemencia. Este anillo es toda mi fuerza, y por eso lo ajusto a tu
dedo. Esta maza, sábelo, es la del rey; por eso te la doy.
Ollantay (Al Rey): Esa maza que me das, la baño con mis ardientes lágrimas. Cien veces
soy tu esclavo. ¿Quién puede llamarse tu igual? Las fibras de mi corazón serán siempre los
lazos de tus sandalias. Desde ahora, todo mi poder está consagrado a tu servicio.
El Rey Yupanqui: Jefe Montañés, acércate. Ollantay te había nombrado gran jefe, dándote
el casco de honor, ¡y a mí no me había dado más que la ira! Pues bien, a pesar de eso,
continúa siendo el señor de los andinos, y, sin detenerte un punto, ve a reducir a todos esos
rebeldes por la dulzura. Yo también te doy el casco: sé mi gran jefe para siempre, y no
olvides nunca que te salvado de la muerte.
El Jefe Montañés: Rey poderoso, beso mil veces con entusiasmo la huella de tus pasos.
Miserable fugitivo, hoy vuelvo a ti.
El Astrólogo (Dándole el casco): El poderoso Yupanqui, te nombra a ti también su gran
jefe, dándote, con la suprema dicha, su casco y su flecha.
Ojo-de-Piedra: Rey ilustre, ¿va a haber dos jefes en la provincia de los Andes?
El Rey Yupanqui: No habrá dos, Ojo-de-Piedra. En cuanto el Jefe Montañés tome el
mando de la provincia de los Andes, Ollantay se establecerá en el Cuzco, en calidad de
representante del rey. Sentándose en mi cámara y gobernando el Cuzco, dominará sobre
todo el país.
Ollantay: Preferiría, señor, seguirte a Chayanta, o más lejos aún, si lo permites. Bien sabes
cuán activo y valiente he sido siempre. El Cuzco no es para mí. Prefiero ser tu cañari y
marchar delante de ti. No quiero permanecer aquí a ningún precio.
El Rey Yupanqui: Te hace falta buscar una esposa para que seas feliz en tu regencia.
Entonces te agradará más el reposo. Elige, pues, aquella que prefieras.
Ollantay: Príncipe magnánimo, este desdichado servidor tiene ya mujer.
El Rey Yupanqui: ¿Cómo es que yo no la conozco? Es preciso hacérmela conocer; la
colmaré de beneficios. ¿Por qué la has ocultado a mis ojos?
Ollantay: En el mismo Cuzco ha desaparecido esta paloma adorada. Fue un día mi
compañera, y la vi volar al siguiente. Loco de dolor, la he buscado por todas partes,
preguntando por ella. ¡Creo que la ha tragado la tierra, ocultándola a mis ojos! Tal es mi
desgracia.
El Rey Yupanqui: ¡Ollantay, no te aflijas! Suceda lo que quiera, haz siempre lo que yo te
diga sin volver la vista atrás. Gran sacerdote; cumple lo que te ordenado.
El Astrólogo (Volviéndose desde la puerta a la muchedumbre que está fuera.):
¡Vasallos; sabed que Ollantay queda en lugar del rey!
(La muchedumbre, gritando desde fuera.): ¡Ollantay queda en lugar del rey!
El Rey Yupanqui (A los otros jefes.): ¡Y vosotros, rendidle homenaje!
Ojo-de-Piedra: Príncipe Ollantay, sustituto del rey, mi alegría excede a tu dicha.
Regocíjense todos los andinos y vuelvan todos los fugitivos.
(Óyese gritar a la gente que guarda la puerta.): ¡No se puede pasar! ¡Atrás! ¡Atrás! ¡Hay
que arrojar a esta muchacha!
Bella (Desde fuera, y desconsolada, solicita entrar.): ¡En nombre de lo que os sea más
caro, dejadme hablar! Por favor, no me detengáis; ¡sería mi muerte!
El Rey Yupanqui: ¿Qué ruido hay fuera?
El Guardián de la Puerta: Es una niña que llega llorando e insiste en hablar al rey.
El Rey Yupanqui: Haced que entre.
DIÁLOGO QUINTO
Dichos - Bella
Bella (Arrojándose a los pies del rey): ¡Oh, rey mío, tú eres mi padre! Saca de la
desgracia a una pobre niña, extiende sobre mí tu mano, pues eres el hijo clemente del Sol.
Mi madre se muere en estos instantes en el fondo de una asfixiante caverna. Un martirio
cruel la mata, y está bañada en su propia sangre.
El Rey Yupanqui: ¿Quién es el inhumano?... Levántate.
El Rey Yupanqui (A Ollantay): Ollantay, toma por tu cuenta este asunto.
Ollantay: Niña, condúceme en seguida y veamos quién es el cruel que la tortura.
Bella: ¡No, señor, no vayas tú! Es el mismo rey quien debe ir a verla. Quizá él pueda
reconocerla, mientras que tú... yo no sé quien eres. ¡Oh, rey mío, ponte en seguida en
marcha! Temo que mi madre haya exhalado el último suspiro, o que al menos esté con las
angustias de la agonía. ¡Concédeme esta gracia!
El Astrólogo: No podrás resistirte, rey ilustre. Vamos a buscar a esa desdichada. ¿Quién,
ante ti, podría ocultarnos la prisión? ¡Vamos, señor!
El Rey Yupanqui: ¡Vamos todos allá! ¡Vamos todos! En medio de mi alegría, esta joven
destroza mi corazón.
ESCENA XV
La misma decoración que en la escena XIII.
DIÁLOGO PRIMERO
Todos los personajes de la anterior escena, que aparecen por la puerta de
entrada del jardín. Ollantay a la cabeza, llevando de la mano a Bella.
Estrella, tendida en el fondo de la cueva; a un lado la puma, y al otro la
culebra enroscada.
Ollantay: ¿Dónde está tu atormentada madre?
Bella: En un apartado rincón de esta casa. (Señalando la puerta de piedra). Aquí es,
señor, donde mi madre se consume. Tal vez esté ya muerta.
Ollantay: Pero este es el palacio de las Vírgenes Escogidas. ¿No te equivocas, niña?
Bella: Sí, sí, en esta casa, sufre hace diez años mi paloma.
Ollantay: Abrid esta puerta, que el rey llega.
Bella (A Salla que cruza por el interior de la caverna): Compañera Salla, mi querida
hermana, ¿respira mi madre todavía? Entremos adentro, rey mío, y haz que abran esta
puerta.
El Rey Yupanqui: Pero ¿cuál es la entrada?
Bella: Señor, esta es. Compañera Salla, abre esta puerta, ábrela a nuestro rey.
DIÁLOGO SEGUNDO
Dichos, la Madre Roca y Salla, que salen del interior del palacio de las
Vírgenes Escogidas.
La Madre Roca (Besando la mano al rey.): ¿Es realidad o sueño ver aquí a mi amado
soberano?
El Rey Yupanqui: Abre esta puerta. (La Madre Roca abre la puerta.)
Bella: ¡Ah, madre mía! Mi corazón presentía encontrarte muerta. Creía no volver a ver tu
rostro, que tanto he anhelado.
Bella (A Salla.): Compañera Salla, trae un poco de agua, que tal vez mi madre pueda
volver a la vida.
El Rey Yupanqui: ¡Qué calabozo tan horrible! ¿Quién es esta mujer? ¿Qué significa esta
cadena que la oprime? ¿Quién es el cruel que la ha mandado atar? ¿Es posible que un rey
haya dado abrigo en su pecho a la víbora del odio? Madre Roca, acercáte. ¿Quién es esa
mujer? ¿Qué quiere decir todo esto? Ven aquí. ¿Habrá despertado aquí esta mujer por
efecto de un maleficio?
La Madre Roca: Tu padre lo ha ordenado así, para que la enamorada se enmiende.
El Rey Yupanqui: ¡Sal, Madre Roca! Aparta, aparta, esta puma. ¡Que no vuelva yo a ver
esta piedra y esta serpiente!
(Todos cumplen las órdenes del rey, y conducen a Estrella al jardín.)
Estrella: ¿Dónde estoy? ¿Quiénes son estas gentes que me rodean? Bella, adorada hija,
ven, ven, paloma mía. ¿Desde cuándo estos hombres...?
Bella: ¡No temas, madre mía! Es el mismo rey el que viene a verte. ¡El que llega es el
ilustre Yupanqui! Sal de tu sueño y háblale.
El Rey Yupanqui: En presencia de tal infortunio mi corazón se desgarra. Vuelve en ti,
mujer, y dime en fin quién eres. (A Bella): Revélame el nombre de tu madre.
Bella: ¡Padre, padre, príncipe clemente, haz que desde luego desaten estas ligaduras!
El Astrólogo: A mí me toca desatarla y consolar a los desgraciados.
Ollantay (A Bella): ¿Cómo se llama tu madre?
Bella: Se llama Estrella-de-alegría. ¡Pero ya ves qué nombre tan engañador! Sí, la estrella
de otras veces se ha apagado y ¡quién sabe dónde está su alegría!
Ollantay: Ah ¡poderoso rey Yupanqui! Mira en esta mujer a mi esposa.
El Rey Yupanqui: Me parece que sueño al encontrar esta dicha inesperada. Estrella, tu
mujer, es también mi muy amada hermana. ¡Oh Estrella, hermana querida, adorada paloma,
ven, ven a mis brazos! Esta dicha excesiva clama las tormentas de mi corazón. ¡Vive
siempre para tu hermano! (Estrecha contra su corazón a Estrella)
Estrella: ¡Ah, hermano mío! Ya estás enterado del suplicio que he sufrido durante años de
angustia. Sólo tu compasión podría sacarme de tan largo tormento.
El Rey Yupanqui: ¿Quién es esta mujer que tanto sufre? ¿Quién la envió aquí? ¿Qué
crimen pudo arrastrarla a este sitio donde se consume? ¿Quién tendrá corazón para
contemplar con frialdad tanto infortunio? La que le dió la vida moriría de dolor si la viera.
Su rostro lo han surcado las lágrimas, sus labios están secos, sólo le queda un soplo de vida.
Ollantay: Estrella de mi dicha, ¿cómo he podido perderte tanto tiempo? Mas hoy te
encuentro viva para volver a ser mi compañera hasta la muerte. Muramos ambos, si es
preciso; no me dejes solo en el mundo, yo no podría vivir sin ti. Mi corazón sucumbía en la
soledad. Estrella de alegría ¿qué fue de tu alegría? ¿qué del astro de tu mirada? ¿qué de tu
dulce aliento? ¿Eres tú la hija maldita de su padre?
Estrella: Durante diez años, Ollantay mío, nos han hecho compartir el dolor y la amargura,
y ahora nos reúnen para una nueva vida. De esa suerte Yupanqui reemplaza el dolor con la
alegría. ¡Larga vida para nuestro ilustre rey! (Dirigiéndose a Yupanqui.) Sí, en la nueva
existencia que nos das, justo es que tú cuentes largos años.
El Astrólogo: Que traigan nuevas vestiduras para revestir a nuestra princesa. (Pónenla las
vestiduras reales y la besan la mano.)
El Rey Yupanqui: Mira a tu mujer, Ollantay, y hónrala como a tal desde hoy. Y tú, Bella,
ven a mis brazos, encantadora paloma, a encadenarte con estos lazos de amor.
(Estrechándola en sus brazos.) Tú eres la pura esencia de Estrella.
Ollantay: Poderoso príncipe, eres nuestro protector: tu mano ha borrado el camino que
conduce a la desgracia, y lo has colmado de beneficios.
El Rey Yupanqui: Habéis escapado de la muerte. (A Ollantay): Tu mujer está en tus
brazos. En esta nueva era de dicha, la tristeza debe ser desterrada y renacer la alegría.
FIN
Ollantay - Drama Quechua
Traducido y Comentado
por
G. Pacheco Zegarra

Preguntas de aplicación:

1. ¿Cuáles son las 3 hipótesis sobre el origen del Ollantay?
2- ¿Dónde y en qué contexto se produjo la primera representación del Ollantay?
3- ¿Qué te parece el final del drama? Inventa otro final
4- ¿Con qué personaje te identificas o te es más afin? ¿Por qué? 5- ¿Cuál es la importancia de los mitos y las leyendas para los pueblos?

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